Libro de poemas, una joya de Lorca que cumple 100 años
Aniversario
Hito literario donde el escritor granadino impacta al lector con un verso sencillo y profundo que armoniza al hombre con la naturaleza
Granada/Las sacudidas de la pandemia se pueden compensar con bálsamos como Libro de poemas de Federico García Lorca, que este 2021 cumple cien años. Esta colección de setenta y cinco poemas representa el debut lírico del escritor granadino. Su ritmo cadencioso lo pone todo a flor de piel; el lector presencia los ciclos de la vida o desde el más puro encanto o la reflexión añeja. Su pluma abarca un espectro de estilos que va de la canción popular al monólogo interior, del trazo ingenuo al discurso solemne y del retrato paisajístico al exquisito diálogo cercano a la fábula. Literatura reveladora pues aquí el autor consigue que lo lírico sea sencillo y profundo al mismo tiempo y de este modo cautive a todas las edades. Hallamos títulos sugerentes, como Meditación bajo la lluvia, Los álamos de plata, El canto de la miel o Elegía del silencio.
Paisajísticamente el granadino ofrece una variedad inagotable. Encina pone voz a la última esperanza del hombre sobre una naturaleza antigua llena de sabiduría y paz: “¡Hunde en mi pecho tus ramajes santos… … Y deja en mi sub-alma tus secretos y tu pasión tranquila!”; luego habla de lo inalcanzable: “Nunca mis redes pescarían la oculta pedrería que reluce al fondo de mi vida”. Invocación al laurel es un rico poema que nos lleva por un paisaje de pinos, olivos, álamos y cipreses hasta arribar al laurel, como altar donde el hombre se postra: “Árbol que produces frutos de silencio, maestro de besos y mago de orquestas… … Acaso, ¡oh, maestro del ritmo!, medites lo inútil del triste llorar del poeta, Acaso tus hojas, manchadas de luna, pierdan la ilusión de la primavera”.
Manantial es una plegaria a partir de la contemplación más allá de la propia conciencia: “Luchando bajo el peso de la sombra un manantial cantaba. Yo me acerqué para escuchar su canto pero mi corazón no entiende nada”. Sintetiza el misticismo del agua en su curso: “Era un brotar de estrellas invisibles sobre la hierba casta, nacimiento del verbo de la tierra por un sexo sin mancha”. El deseo por acercarse más a la música del manantial lleva a fundirse a un chopo centenario: “Mi espíritu fundióse con las hojas y fue mi sangre savia”. Una vez transformado en árbol, se pregunta: “¿No podrían comprender mis dulces hojas el secreto del agua? ¿Llegarían mis raíces a los reinos donde nace y se cuaja?”. Y aun siendo un árbol vivirá la misma melancolía que como hombre: “Tuve la gran tristeza vegetal, el amor a las alas… … Pero mi corazón me murmuraba: “Si no comprendes a los manantiales, ¡muere y troncha tus ramas!”. En su desesperación alza un grito a las Alturas: “¡Señor, arráncame del suelo! ¡Dame oídos que entiendan las aguas! Dame una voz que por amor arranque su secreto a las ondas encantadas…”.
El alma se encumbra en Canción otoñal, que incluye preguntas retóricas: “¿Si el azul es un ensueño qué será de la inocencia? ¿Si la muerte es la muerte qué será de los poetas?”. Presentimiento está en esa línea: “Pero el niño futuro nos dirá algún secreto cuando juegue en su cuna de luceros Que el topo silencioso del presentimiento nos traerá sus sonajas cuando se esté durmiendo”. En Otra canción Lorca toca la lira como nadie: “Va cayendo la nieve en el campo desierto de mi vida … …Y teme la ilusión que va lejos de helarse o de perderse” para después concluir: “¿El sueño es infinito? La niebla lo sostiene, y la niebla es tan sólo cansancio de la nieve”. Hermoso el estribillo de Aire de nocturno, cuya sobriedad impone: “¿Qué es eso que suena muy lejos? Amor. El viento en las vidrieras, ¡amor mío!”.
Las tradiciones relucen aquí. Santiago es un relato sobre el Apóstol, que baja a la Tierra entre el alborozo de los niños y la sabiduría ancestral de una anciana: “¿Dónde va el peregrino celeste por el claro infinito sendero? Va en la aurora que brilla en el fondo su caballo blanco como el hielo”. “Cuando hubo pasado la puerta, mis palomas sus alas tendieron… … A su paso dejó por la senda un olor de azucena y de incienso”. Pajarita de papel es un vuelo del pensamiento: “Naces para vivir unos minutos en el frágil castillo de naipes que se eleva tembloroso como el tallo de un lirio”. La esperanza se arraiga como sed de libertad. “Y aunque no crees en nada dices esto no se enteren los niños de que hay sombra detrás de las estrellas y sombra en tu castillo”.
Lorca exalta la sensualidad en dos poemas: Madrigal y Elegía. El primero habla de un beso recibido en la infancia donde la ilusión se tornará llamarada en la juventud, dejando a su paso una espera dolorosa; además, el ritmo evoca el tic-tac del reloj (“Yo te miré a los ojos cuando era niño y bueno, tus manos me rozaron y me diste un beso”. “En mi cuarto sollozaba como el príncipe del cuento” “Sólo me queda en la frente la mariposa del beso”). El segundo es un sufrimiento transfigurado; comienza con el olor en la tarde imbricado a una mujer en cuya tristeza acrisola su dignidad. Mujer andaluza que entrevé en sus ojos toda una vida. “¡Oh, mujer esbelta, maternal y ardiente! ¡Virgen dolorosa que tiene clavadas todas las estrellas del cielo profundo ya sin esperanza!”.
Ritmo de otoño es una composición colosal donde toda la naturaleza dialoga con preguntas y respuestas exquisitas como si fuere una meditación. Animales y paisajes, lo animado y la inanimado se concatenan brillantemente en un discurso inigualable sobre el destino: misticismo en el viento (“Yo soy todo de estrellas derretidas, sangre del infinito”); los gusanos implorantes (“Dichosos los que dudan de la muerte teniendo Paraíso”); el águila y las estrellas comparten su anhelo de eternidad (“¡Dios mío!”). El inmenso poema se corona con la intervención del hombre al final: “Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante quiero lanzar mi grito… …¡Que me ponga en las manos la gran llave que fuerce al Infinito… …aunque me hiera el rayo como al árbol y me quede sin hojas y sin grito!”.
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