Los Libros Plúmbeos, adorados primero y condenados para siempre
Manuel Barrios Aguilera aborda en 'La invención de los libros plúmbeos. Fraude, historia y mito' el papel del arzobispo Pedro de Castro, su más fanático defensor, quien los utilizó como "palanca de cristianización"
Falsificaciones en la historia ha habido muchas pero pocas han alcanzado la proyección de los Libros Plúmbeos. El misterio de aquellos volúmenes de plomo encontrados en lo que hoy se conoce como Sacromonte sigue vivo más de cuatro siglos después gracias a los difusos límites que separan lo que tienen de fraude, de historia y de mito. Manuel Barrios Aguilera, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Granada, ofrece un interesante y reflexivo estudio sobre las consecuencias de su hallazgo y las razones de su vigencia hasta nuestros días en un libro que titula precisamente así: La invención de los libros plúmbeos. Fraude, historia y mito. La mezcla de estos tres elementos, dice Barrios, es lo que los hace "tan atractivos y apasionantes".
Para entender su trascendencia hay que entender primero que los Libros Plúmbeos nunca existieron solos. Sus cimientos, difícilmente combatibles en aquella época, fueron las reliquias de una serie de mártires como San Cecilio. Su más ferviente defensor fue el por aquel entonces arzobispo de Granada, Pedro de Castro, quien los consideró el quinto evangelio.
Han sido muchos los especialistas que han tratado de dilucidar cuáles eran los contenidos de esos libros. Barrios, sin embargo, se centra aquí en el papel que jugó aquel religioso que creyó de "forma fanática" en ellos ahondando en lo que llama "el paradigma cristiano o el paradigma recristianizador de carácter contrarreformista y barroco que se instauraría en Granada durante los siglos XVII y XVIII e incluso hasta bien avanzada nuestra edad contemporánea".
Aunque lo que el arzobispo encontró era un "fraude con toda probabilidad avivado por moriscos, Pedro de Castro le dio la vuelta y lo convirtió en una palanca de cristianización". Hasta ese punto llegó la "importancia, habilidad e influencia" de un personaje que con el impulso de Felipe II "convirtió a Granada en una de las iglesias principales de toda España, junto a la de Toledo o Santiago".
A lo largo de más de 500 páginas, Barrios recorre el itinerario de los Libros Plúmbeos desde su origen. Nacieron al final del mundo islámico granadino y "hay que partir de la base", avisa Barrios, "de que en principio fueron una falsificación morisca". Su invención, por tanto, "sólo se puede entender en una tierra como el reino de Granada, donde los musulmanes, que fueron mayoritarios hasta 1570, terminaron finalmente siendo expulsados a raíz de la guerra de las Alpujarras". Su origen explica pues el carácter reivindicativo de los Libros Plúmbeos.
No obstante, la supervivencia de conceptos islámicos en una ciudad ya cristiana y sometida a la norma general del catolicismo también se da en los Libros Plúmbeos, que reflejan una "simbiosis de las dos creencias, de esas dos religiones y esas dos formas de vida".
Islamismo y cristianismo se abrazan en los plúmbeos a través de "las líneas de menor resistencia". No se trata en ellos, subraya el historiador, aquellos dogmas "que como es lógico son contradictorios. Lo que recogen son doctrinas que podían ser asumidas razonablemente por las dos creencias, como por ejemplo la de la Inmaculada Concepción, porque la figura de María no es rechazada por el Islam, o la figura de Jesús, que tampoco es rechazada radicalmente...". Es en esa simbiosis donde se mueven "los autores de los libros, que tenían que tener grandes conocimientos de Teología para saber lo que era aceptable y lo que no para el cristianismo".
Manuel Barrios, experto estudioso de los moriscos y las repoblaciones reinogranadinas, cree que aunque esté aceptado e incluso se haya reafirmado la autoría de los moriscos granadinos Alonso del Castillo y Miguel de Luna -dos moriscos bastante cultivados y que pertenecían a una especie de burguesía regente-, "difícilmente pudieron hacer semejante cosa solos". Hay quien piensa que pudo tener algo que ver algún que otro teólogo de origen oriental o incluso "algún teólogo cristiano de la misma Granada". Pero no se trataba de una cuestión puramente teológica. También estaba, destaca Barrios, la dificultad técnica y material: "Era necesaria cierta capacidad para manejar los metales, las piedras, para hacer las inscripciones de forma adecuada, para envejecer y dar la sensación de antigüedad... No son técnicas que dominara cualquiera".
¿Pudo el mayor fanático de los Libros Plúmbeos tener algo que ver en su invención? Aunque "sería un atrevimiento considerarlo un falsario, un autor directo, lo que me parece es que Pedro de Castro animó con su fanatismo a que los autores" continuaran con el fraude. Hay que tener en cuenta que aquel quinto evangelio, aquella nueva revelación, fue apareciendo desde 1595 hasta 1599. "Seguro que la misma actitud favorable que él iba mostrando hacia los libros animó a los falsarios a perfeccionar el mensaje y acoplarlo a lo que él le convenía". Sí tuvo mucho que ver, dice Barrios, "en el sentido en que le dio la vuelta y lo convirtió en una palanca de contrarreforma católica, apostólica, romana y dura...".
La mayor contradicción de los Libros Plúmbeos fue que "realmente aquello que se considera hoy un fraude no se llegó a desmontar en sentido estricto". Decir que las láminas de plomo eran falsas "podía ser relativamente fácil". Decir que las reliquias "no pertenecían a mártires había pocos que se atrevieran a decirlo porque aquello era el pan de los cristianos". La santidad de entonces es "la que nace del martirio y, "si estamos hablando de mártires como San Cecilio, qué iglesia que vive sobre lo que vive iba a negarlo". Pero resulta que los libros "fueron escritos en función de las reliquias y las reliquias fueron puestas en función de los libros".
Muerto el arzobispo Pedro de Castro los Libros Plúmbeos viajaron al Vaticano para hacer una traducción diferente a las interesadas de aquel religioso. Fue en 1642. Cuarenta años después, en 1682, el papa Inocencio XI declararía los libros heréticos. "De las reliquias no dijo ni pío", exclama Barrios, "quedando las reliquias más o menos santificadas y los libros condenados". Roma dejó en manos de los ordinarios, los obispos, la santidad de las reliquias. ¿Quién lo hubiera puesto en duda? Los Libros Plúmbeos fueron condenados "y nunca levantada su condena después".
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