M. Night Shyamalan, bajo palio
Novedades editoriales
La editorial Berenice ha publicado una espléndida monografía dedicada al cineasta de origen hindú coincidiendo con el estreno de 'Glass'
Granada/Aunque no haya satisfecho plenamente las expectativas, Glass (2019) ha confirmado por enésima vez la singularidad del cine de M. Night Shyamalan. Hay ideas muy sugerentes en la película -otras, no tanto-, pero si debiera destacar una señalaría el "espectacular" duelo entre David Dunn (Bruce Willis) y La Bestia (James McAvoy), un anticlímax en toda regla.
Durante buena parte del metraje, Don Cristal (Samuel L. Jackson) nos promete un apoteósico choque de titanes que tendrá como escenario el edificio más alto de la ciudad; al final, todo sucede a la puerta de casa, a la entrada del centro psiquiátrico en donde tenían encerrados a los protagonistas, con unos pocos espectadores como público y no esa gran multitud vociferante tan habitual en estos casos.
Lo peor de las últimas películas de superhéroes es el preceptivo Apocalipsis conclusivo, con amplio despliegue de aparato y armamento, y dominós de rascacielos que caen uno tras otro entre un gran estruendo. En el desenlace de Glass, Shyamalan propone una lucha cuerpo a cuerpo; los daños colaterales son exiguos: un furgón aboyado y un depósito de agua roto. Al director le interesa el drama individual, no esas apologías del estropicio.
Coincidiendo con el estreno de esta película, ha aparecido M. Night Shyamalan. El cineasta de cristal (Berenice, 2019), una monografía coordinada por Raúl Cerezo y José Colmenarejo que traza un completísimo recorrido por su filmografía, empezando por su debut al margen de la industria, Praying with Anger (1993), y acabando por su trabajo más reciente.
De por medio, éxitos y fracasos por igual: Shyamalan tocó el cielo gracias a El sexto sentido (1999) y se estrelló lastimosamente con Airbender: El último guerrero (2010), un feo borrón en su expediente. Hablamos de veinticinco años de profesión, catorce películas y una serie de televisión; tiempo y títulos de sobra para la discusión y la reflexión.
En este cuarto de siglo, Shyamalan ha realizado cuatro o cinco obras extraordinarias (y se ha ensoberbecido con ello) y ha firmado varios trabajos discretos, alguno incluso mediocre, pero cuando lo creíamos fuera de juego ha sabido levantarse y reconquistar un lugar en el partido a golpe de inteligencia e inspiración. En esta monografía, Cerezo y Colmenarejo han reclutado a casi medio centenar de profesionales de distinta procedencia en el empeño de dar una visión de conjunto poliédrica. ¿El resultado? Muy recomendable.
Los diversos autores coinciden en el que debiera ser punto de partida de todo acercamiento crítico a este cineasta: Shyamalan ha logrado cultivar un cine muy personal en los bancales del cine mainstream; un empeño no imposible, ciertamente difícil. En palabras de Jordi Ardid: "Siempre ha pretendido ser un director comercial y (como Spielberg) llegar a conjugar el éxito en taquilla con una especial forma de filmar".
¿Y en que consiste esta "especial forma de filmar"? Ante todo, llama la atención el tratamiento hiperrealista del relato fantástico. Detengámonos en El protegido (2000), que ha ido escalando puestos en las preferencias de sus seguidores y hoy se considera -lo consideramos- uno de sus mejores trabajos. El protegido cuenta una historia de superhombres pasada por el cedazo de Raymond Carver: su héroe no endosa un traje chillón e inconveniente ni máscara que lo desenmascare, sino un chubasquero de color tan apagado como él mismo.
Shyamalan matiza el planteamiento común del género fantástico, la intrusión de lo extraordinario en lo cotidiano; en su cine, lo extraordinario irrumpe en la realidad con los ropajes de lo ordinario. ¿Cuáles son sus rasgos de estilo? Un tempo lento, un uso excelso del plano secuencia, travellings exactos y cuasi invisibles, unos primeros planos cuasi dreyeranos, una paleta de colores recurrente y la práctica sutil de la rima interna.
La filosofía de Shyamalan: menos es más
Desde sus inicios, Shyamalan trabaja según la máxima de menos es más. Señales (2002), su particular versión de La guerra de los mundos, cuenta una invasión extraterrestre a escala planetaria limitando la acción a una pequeña granja en Filadelfia; en La joven del agua (2006) construye un universo mágico poblado de criaturas maravillosas dentro de un bloque de apartamentos.
En El incidente (2008), el Apocalipsis llega en forma de neurotoxina arrastrada por el viento que empuja al ser humano al suicidio. "Nada por aquí, Nada por allá. Nada. La película se sustenta en la nada, en la inacción, en una amenaza invisible y en una bruma de explicaciones vagas e imprecisas", escribe Javier Trigales.
En La visita (2015) tenemos únicamente cuatro personajes en un caserón en medio de un paisaje nevado; en Múltiple (2016), por el contrario, tenemos una multitud de personajes encerrados en un mismo cuerpo, el de Kevin Wendell Crumb. Cuando Shyamalan ha orquestado fábulas a lo grande -Airbender- o cuando ha pilotado naves interestelares millonarias -After Earth (2012)-, los resultados se han resentido notablemente (aunque después de haber revisado el segundo de estos títulos me parece que fue tratado con excesiva dureza).
La monografía de Cerezo y Colmenarejo atesora varios trabajos sobresalientes y dar cuenta de todos ellos excedería el espacio a disposición. Ahora bien, si tuviera que destacar uno, reconozco que me ha resultado muy iluminador el texto de Pedro J. Mérida sobre la entente entre el cineasta y el compositor James Newton Howard, uno de los matrimonios creativos más fructíferos de los últimos años. Hay otros textos igualmente valiosos. Lo diré de esta manera: en el futuro y en nuestro país, todo acercamiento crítico a Shyamalan deberá citar forzosamente esta obra.
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