María Acuyo: los espacios imprevistos y sus formas imposibles
Artistas de Granada
Es una artista diferente, cuyo trabajo se aparta del adocenamiento que ocurre en otros lugares y aporta una realidad abstracta con argumentos de una pintura ni mucho menos igual al resto
Granada/Tomamos contacto con la obra de María Acuyo en aquella galería de Antequera que comenzó haciendo las cosas muy bien, apostando con descaro por lo más selecto del arte contemporáneo y de sus más significativos artistas. Casaborne, sin embargo, cuando su proyección estaba tomando cuerpo, cerró sus puertas, adelantándose, quizás a la crisis económica que comenzaba a poner cenicientos los horizontes y que tanto afectaría a las galerías de arte y a sus modelos comerciales y artísticos.
Allí en el céntrico Callejón La Gloria, la Casaborne que dirigía Rosa Moreno, estuvo ofreciendo lo mejor del arte joven del momento. Entre sus artistas, una granadina que, como a otros tantos autores, la Facultad Granadina había puesto en circulación como una artista diferente, cuyo trabajo se apartaba del adocenamiento que ocurría en otros lugares y aportaba una realidad abstracta donde se ofrecían felices argumentos artísticos de una pintura que no era, ni mucho menos, igual al resto.
Porque María Acuyo no era una jovencita con su carrera de Bellas Artes terminada; antes de pasar por los espacios del antiguo Manicomio, se había licenciado en Farmacia y su pintura ofrecía, claramente, una nueva situación. Lo orgánico, esas formas de suma arbitrariedad visual que se obtienen mirando por el visor del microscopio, atraen la atención de la joven artista y por ahí encauza una pintura única, a la que había que sumar la sabia pulcritud en su desarrollo pictórico.
Porque es esta artista autora de libre manifestación, sin ataduras a exigencias impuestas por modas y agentes soberbios de catadura poco convincente. Ella es y ha sido jinete solitaria en un desierto donde los oasis eran de mucha mentira poblados por artistas afectos a una oficialidad que exigía más que daba. Su obra nos llamó, desde un principio la atención y la seguimos por sus periplos expositivos de Antequera, en la Galería María Llanos de Cáceres y en la Sandunga de Emilio Almagro; también en varias colectivas y en Ferias Importantes. Además nos permitió entrar en ese especie que es un nuevo Bateau-Lavoir granadino en la Azucarera del Genil, frente al Puente de los Vados, donde tenía, como otros tantos, su estudio, antes de su marcha a Madrid, y donde realizaba esa pulquérrima obra que la caracterizaba. También, gracias a la importancia de su trabajo y a esa distinta magnificencia de su obra, hemos asistido a los muy importantes reconocimientos en forma de premios que ha obtenido, engrosando colecciones de mucha significación.
La pintura de María Acuyo sobresalía por su absoluta personalidad. Era diferente a todas y lo era porque partía de un conocimiento de la realidad orgánica; de esas interioridades que se observan desde el microscópico y que nos abren un caleidoscopio de formas imprevisibles y hasta de estructuras muy difíciles de plantear cromática y formalmente. Sus estancias en aulas donde se estudiaban científicamente los organismos, le van a servir para visualizar esquemas compositivos que, a modo de lo que se observa tras las lentes microscópicas, van a ser objetos plásticos de una realidad abstracta llena de sentido artístico. Y es que la obra de María Acuyo genera posiciones evocadoras, registros pictóricos donde lo real asume nuevas situaciones y lo concreto adopta formas imposibles que dejan entrever misteriosos asuntos orgánicos.
Además, la obra de esta artista mira, asimismo, hacia dentro, hacia las interioridades de la persona, hacia los misterios insondables que pueblan la mente y sus mediatos intereses. Todo realizado con una rigurosidad técnica aplastante, con un sentido de la plástica lleno de infinita pureza y unos desenlaces artísticos abiertos a la máxima pureza formal y estética. Además, la obra de María Acuyo no deja lugar para la duda; es personal e intransferible y su emocionante posición plástica asume una determinante materialidad que hace de cada una de sus obras una absoluta lección de pintura abstracta.
Desde un tiempo a esta parte, quizás, con los cambios de aires –María se encuentra felizmente instalada en Madrid– su pintura ha dado un paso adelante. Quizás las particulares fórmulas abstractas de su pintura se ven atemperadas por ciertos –y emocionantes– impulsos figurativos que se yuxtaponen a la incesante plasticidad del conjunto colorista, generando una nueva realidad donde las contundentes posiciones orgánicas atrapan sutiles referencia a una realidad muy implicada en el ese juego orgánico que manifiesta su pintura.
En la pintura actual de María Acuyo sigue subsistiendo el poderoso sistema abstracto; también, su expreso interés por lo orgánico y por ciertos esquemas extraídos de los recovecos del subconsciente; aunque parece como si todo aquello lo hubiese cambiado de escala. Con lo cual en su obra se adivina una especie de paisaje idílico donde habita esa realidad sobrenatural u orgánica que es la base fundamental de su idea pictórica y de su concepto artístico. El espectador se enfrenta, ahora, a una pintura que relata escenarios mediatos, ficticios, irreales, presentidos o imaginados en un sueño lleno de formas y matices.
Ahora como antes, la pintura de María Acuyo nos ofrece una pasional interpretación de un mundo presentido que ella manifiesta bellamente y con un absoluto sentido de lo artístico. María es una artista que siempre lo ha tenido claro y que suscribe una pintura particularísima que deja entrever la personalidad de una creadora importante y con una ejecución diferente, personal y única.
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