Mariano Fortuny y Marsal, años felices
En junio de 1870 llegaba a Granada el pintor para una corta visita que al final duró dos años Se instaló en la pensión Siete Suelos, construida sobre la puerta del mismo nombre de la Alhambra

EN junio de 1870 llegaba a Granada el pintor catalán Mariano Fortuny, acompañado de su mujer Cecilia Madrazo, su cuñado Ricardo y su primera hija. El año anterior Fortuny había estado trabajando en el estudio parisino que su marchante Goupil le tenía preparado en la capital francesa, entre otras cosas, para controlar su producción y rápida venta entre la sociedad burguesa de la época. Pronto este taller se convirtió en un lugar de reunión de intelectuales y artistas como Henri Regnault que había estado en Granada hacia 1868, junto al también pintor George Jules Victor Clairin y al fotógrafo Mauzaisse que ya se encontraba instalado en la ciudad desde principios de la década. Sería en estas tertulias, en las que también participaban escritores como Teófilo Gautier, visitante de Granada que había dejado su impresión por escrito, donde nació la idea del viaje de Fortuny a Sevilla, Córdoba y Granada. Al parecer por insistencia de Regnault que se encontraría realizando su famoso cuadro Ejecución sin juicio bajo los reyes moros de Granada, hoy en el Musée D'Orsay de París.
La familia Fortuny se instaló en la pensión Siete Suelos, construida sobre la puerta del mismo nombre de la Alhambra, con toda la ilusión del mundo, al poder vivir en la propia fortaleza. De hecho, la estancia que no iba a ser demasiado larga, se prolongó durante algo más de dos años, dando tiempo a que naciera el hijo varón de Fortuny, Mariano Fortuny y Madrazo que con el tiempo sería uno de los diseñadores y escenógrafos más importantes de la primera mitad del siglo XX.
Fortuny encontró aquí un ambiente inmejorable para realizar su trabajo acompañado por su cuñado Ricardo Madrazo que tomaba apuntes y preparaba grabados que luego publicaría en la revista La Ilustración Española y Americana, al tiempo que invitaba a sus amigos íntimos a visitar la ciudad. De este modo vendría el pintor Martín Rico, con quien trabajó mano a mano en los claustros de los conventos albaicineros y el propio Goupil, marchante de ambos que, obviamente, no quería perder de vista el trabajo de ninguno de los dos, pues la demanda de sus obras era importantísima en Europa.
Mariano Fortuny alquiló un amplio estudio en el Realejo bajo, donde, por las tardes, daba forma a los trabajos del natural realizados por la mañana. Preparaba grabados y pintaba composiciones, pero al tiempo se convirtió en un lugar de encuentro de los artistas e intelectuales, tanto locales como los que venían de fuera. Así, Rico, Tapiró, Clairin, Simonetti o Raimundo Madrazo eran habituales en esta improvisada Academia, convirtiéndose en un foco de atracción cultural, de nivel internacional, que no se volvería a ver en Granada hasta los años veinte del siglo XX, con la presencia de Manuel de Falla en nuestra ciudad. Años después de morir Fortuny -en Roma en 1874- la historiadora norteamericana Elisabeth Williams Champney, visitó la ciudad siguiendo las huellas de su idolatrado pintor, con la intención de hacer una biografía y visitó su estudio del Realejo, encontrándose que seguía sirviendo de taller de trabajo al pintor orientalista norteamericano Edwin Lord Weeks, afincado en Granada.
Nuestro artista era, además, un gran entendido en antigüedades y coleccionista, por lo que se interesó en conocer las piezas que había disponibles en el mercado, llegando a comprar algunas, como el famoso jarrón nazarí de la iglesia parroquial del Salar, donde servía a modo de soporte de la pila del agua bendita, actualmente en el Museo Ermitage de San Petersburgo, o el famoso azulejo Fortuny, conservado en el Instituto Valencia de Don Juan de Madrid. Estas piezas las estudiaba y restauraba e incluso, llegó a diseñar embalajes con muelles para poder transportarlas. En estos años plácidos, felices y de gran actividad creadora, realizó composiciones de corte histórico como el Tribunal de la Alhambra, ambientado en el Patio del Cuarto Dorado; o la Matanza de abencerrajes en la sala del mismo nombre del Palacio de los Leones, pero también dejó escenas más costumbristas como el Patio de la Alhambra o la Bohemia bailando en un jardín -en el que inserta un jarrón nazarí sin cuello, que no sabemos si es una fantasía o un vaso que ha desaparecido- o el Almuerzo en la Alhambra, Entierro en Granada o fantasías como Lección de esgrima, hoy en el Museo Pushkin de Moscú; y la gran joya que, por fortuna, custodiamos en el Museo de Bellas Artes de Granada, El Ayuntamiento viejo de Granada.
De gran parte de estas pinturas se conservan bocetos y dibujos repartidos entre varios museos y alguna colección particular, pero especialmente interesante es el llamado Cuaderno de Granada de la Biblioteca Nacional. Desde esos apuntes del natural se pueden reproducir varios de sus cuadros granadinos y especialmente El Ayuntamiento viejo de Granada que no fue pintado aquí, sino en el estudio de Roma entre 1873 y 1874 a través, precisamente, de estos bocetos. Esta obra, realizada como si fuera un collage, es una suma de recortes de los rincones más pintorescos de la ciudad: fragmentos de la Cuesta Gomérez, soportales de Bibrrambla o de Santa Escolástica, faroles callejeros de una Granada que todavía no ha sufrido la herida de la Gran Vía y personajes de una u otra parte; van a dar como resultado uno de los cuadros más luminosos y vibrantes que jamás se han hecho sobre la ciudad, entendiendo perfectamente el uso de su urbanismo y arquitectura, a pesar de ser un ejercicio imaginativo. Es una forma de trabajo similar a la llevada a cabo unos años antes, con Madrid y sus iglesias como protagonistas, en su obra maestra La Vicaría que presentó en París, consagrándolo definitivamente. En el Ayuntamiento la luz y la belleza costumbrista, en aquella el preciosismo de su época anterior, en este una vibración del color casi impresionista que trata por igual el paisaje urbano que los tipos populares. Desde luego, una obra maestra del arte universal que por azares de la vida acabó siendo comprada por la junta de Andalucía en 2003 para residir en su mejor contenedor: el Museo de Bellas Artes de Granada en el Palacio de Carlos V de la Alhambra, donde tantas horas pasó dibujando.
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