“La ficción y la historia no tienen por qué darse la espalda”
Miguel Pasquau, magistrado y escritor
El jienense presenta su última novela, ‘Aunque todo se acabe’
La cita será el día 6 las 19:30 en el Museo Arqueológico y contará con la compañía de Juan Vida, Sixto Sánchez Lorenzo y Eva Mariscal
Granada/Miguel Pasquau (Úbeda, 1959), es catedrático de Derecho Civil y magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía desde el año 2001. Pero “sin toga” y dice que con la opción de equivocarse, también escribe novelas. Cuatro ya: Recuerda que yo no existo (2014); Cuando siempre era verano (2015); Casa luna (2016) y ahora Aunque todo se acabe, que presentará en la próxima Feria del Libro de Granada. Una extensa y compleja narración en la que repasa algunos de los acontecimientos históricos más relevantes de la España reciente.
-Aunque todo se acabe (Ediciones Miguel Sánchez, 2021), cuenta con protagonista tan atractivo para el lector como Martín Godoy, que tiene dos tumbas con fechas diferentes de fallecimiento en sus lápidas (1973 y 1981). ¿Puede alguien vivir perseguido por haberse asesinado a sí mismo?
-Hace un tiempo diría que no, pero ya no estoy tan seguro. Nadie puede matarse a sí mismo y seguir vivo, eso parece claro; pero en la ruleta de errores que puede cometer quien persigue y acusa, nada impide por ejemplo que un fiscal o un policía tome a alguien por asesino y otro lo dé por muerto. Mala fortuna es que te maten y además te culpen. ¿Va uno a defenderse diciendo “oiga, usted se está equivocando, que yo esto muerto”? Hay hipótesis aún más inquietantes, pero ya son… de novela.
-La obra está ambientada en un horquilla cronológica que va de 1967 a 1981, ¿por qué ha elegido este periodo histórico?
-En aquella época España estaba por hacer, y eso es apasionante. Todo estaba abierto y nos aproximábamos a un momento en que la sociedad tenía que “dar la talla” y parecerse a la mejor versión de sí misma. Eso ocurre, más o menos, una o dos veces cada siglo; luego va cayendo la tensión moral y la ambición política y empequeñecemos hasta la mezquindad: entonces, cuando la injusticia ya no duele porque es una exigencia del guion, o cuando el “nosotros” se hace cada vez más reducido, vuelve el conflicto, se reactivan resortes morales (los propios de cada generación) y comienza un nuevo ciclo.
En fin, en aquella época era normal la audacia, pero también el miedo. Unos apretaban y otros resistían. Los trabajadores querían mejoras, el pluralismo político no podía quedar marginado en la ilegalidad, la represión estimulaba la reacción, y en esa lucha contra un régimen autoritario se forjó un nuevo país que no parecía tener límites. Hubo muchas historias personales en aquella época que merecerían una novela para que no se olvidasen. Me pareció que podía inventar una que, si no existió, bien hubiera podido ser real.
-Transcurre en varios escenarios: un colegio de jesuitas de Úbeda, el París antifranquista, Madrid y Bahía Blanca (Argentina). Usted es ubetense, ¿conocía el colegio?
-Sí, son las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia (SAFA) de Úbeda. Mi colegio de primaria. Si llega a Úbeda viniendo de Granada, verá, a la entrada, a la derecha, unos edificios de arquitectura neoclásica con una gran explanada, que más parecen un campus universitario que un colegio. Esa era la sede central de una estructura con decenas de centros de educación popular en toda Andalucía. Si mira bien, se dará cuenta de cuánta dignidad se ha ido acumulando año a año, promoción a promoción. Ese colegio es una de las mejores cosas que le pasó a Úbeda en el siglo XX. Y de ese colegio bien podía salir un Martín Godoy, alumno y maestro en la institución, quien, cuando hubo de salir de Úbeda, se llevó consigo todo su equipaje de SAFA.
-¿Tienen vinculación el resto de lugares del relato con su vida personal o profesional?
-Sí, soy de los que siempre piden el mismo deseo: “volver”. Me gusta volver, y la literatura me permite recuperar ciudades y tiempos en los que poder imaginar cosas que bien habrían podido suceder allí.
-Del personaje principal hablan sus testigos. Sobre todo Gabrielle, una parisina con quien vive una potente historia de amor; José Esponera; un amigo y compañero de infancia y juventud en Úbeda; y un hombre inquietante, obsesionado con Gabrielle: Alfonso Caldentey. ¿Cuánto tiene cada personaje de usted?
-También, aunque en segundo plano, hablan otras dos mujeres, un policía de la Brigada Social y un terrorista del FRAP. Se trataba de ampliar la mirada sobre Martín y someterla a perspectivas desde diferentes planos, algunos de ellos antagónicos. Antes de los tiempos de Google y de la huella digital, eran los testigos los que te podían dar información sobre alguien que ya no está. Cada uno cuenta lo que sabe, y es posible que su memoria distorsione algún recuerdo: el problema de los retratos suele ser el retratista. Pero no importa, porque el coro acaba imponiendo la melodía correcta.
¿Tienen algo de mí? Yo sé lo que le contestarían ellos si les preguntase. Le dirían que a veces los he utilizado para volcar experiencias, reflexiones, deseos, ideas o temores míos, pero que lo han digerido a su manera y se han empeñado en ser ellos mismos. Quiero creer que tienen razón.
-La trama mezcla ficción y acontecimientos históricos como el proceso de Burgos y la presión sobre Franco para conmutar las penas de muerte; el proceso 1001 y el soplo que permitió la operación policial en la que se detuvo a la cúpula de CCOO cuando estaba reunida en el Convento de Pozuelo de Alarcón; o el golpe militar en la Argentina de 1976. ¿La labor de documentación ha sido muy ardua?
-Me han ayudado en esa tarea. Para ser sincero, más bien ha sido un placer ir rescatando piezas hundidas: del colegio SAFA en aquel tiempo, de archivos de CCOO, del PCE o de la Fundación Francisco Franco, del Tribunal de Orden Público, de las Cortes, del Comité de Información y Solidaridad con España en París; audios autobiográficos de personas que sufrieron la represión policial, actas de reuniones clandestinas o informes de presos; libros, blogs, sitios web. Y sobre todo, testimonios personales como el de Paco Ramírez, tan conocido en el mundo cultural de esta ciudad, a quien debo mencionar expresamente, porque él me llevó a aquel París que vivió intensamente y, en conversaciones de café y grabadora, me ayudó a reconstruir el ambiente cotidiano de aquellos españoles que creían estar preparando la república española. Fue uno de los primeros que leyó el texto final, porque yo quería saber si aprobaba los detalles de un personaje de la novela que se le parece mucho hasta en el nombre. Lo hizo poco tiempo antes de infectarse del virus cruel, hace ahora un año.
La ficción y la historia no tienen por qué darse la espalda. Si la memoria de tu propia vida a veces olvida cosas y cambia tiempos y lugares sin que nada se resienta, ¿por qué no va a ser así con una novela? La documentación no sirve para contar lo que has aprendido sino para introducir con naturalidad hipótesis en los huecos que deja el relato oficial.
-¿Qué ventajas le otorgan sus conocimientos como catedrático de Derecho Civil y magistrado del Tribunal superior de Justicia de Andalucía a la hora de abordar este tipo de sucesos en sus novelas?
-Que yo sepa, ninguna ventaja. Puede haber algún juicio, algún expediente policial, e incluso un célebre abogado en esta novela, pero le aseguro que no se diserta sobre el litisconsorcio pasivo necesario ni sobre la cláusula rebus sic stantibus. De las muchas sentencias del Tribunal de Orden Público que leí, me interesaba mucho más la exposición de hechos probados que la fundamentación jurídica.
-¿De dónde saca tiempo para compaginar la docencia y la instrucción y enjuiciamiento de causas penales con la escritura de una novela que roza las 600 páginas?
-A mis hijos siempre les he dicho que cuanto más estudien más tiempo van a tener para divertirse, y cuanto más se diviertan más tiempo tendrán para estudiar. Es algo que tengo claro. Del tiempo no podemos ver sólo la longitud, sino sobre todo el volumen, que depende de la hondura de que seamos capaces. Hay tiempo de sobra para lo que te gusta hacer. No olvide además que en domingo y en agosto es pecado trabajar, y que uno ya no sabe en qué cae el domingo. Bueno, sí, es fácil que caiga en la noche. Durante el día es más probable que sea lunes o miércoles.
-¿Cuál es su método cuando se enfrenta a la redacción de un texto de ficción?
-Escribir con ganas, esa es la gran regla. Estar interesado en algo. Fijarme en detalles, escenas o personas que me hagan sospechar que debajo puede haber un yacimiento de petróleo. Mirarte a ti mismo y ver qué no entiendes. Asociar un impulso, una idea fuerte, con una primera escena, y tirar del hilo a base de pequeños hallazgos y muchísimos descartes. No tengo un plan definido de antemano: no lo quiero, me estorba, me encorseta, e impide las sorpresas que llegan mientras escribes. Lo que tengo es curiosidad y ganas de contar lo que voy descubriendo. Es como cuando vuelves a ver una película de Hitchcock que viste hace tiempo: a medida que avanzan las escenas las vas recordando, pero no te sabes el final. Las cosas suceden a medida que las escribes. Se parece más a un descubrimiento que a una invención, aunque a veces hay que dar un empujón a la trama que se atasca en un punto difícil del que no sabes salir. Para eso es buenísimo el verano. Y la falta de prisa. Es un lujo escribir sin prisa y sin plazos de caducidad.
-¿Cómo fue el salto a Twitter de la novela?
-Un personaje, Galia Lenoir, la hija de Martín y de Gabrielle, decidió escaparse y convertirse en @GaliaLenoir. Alguien debió ayudarle a hacerlo: juro que no fui yo. Se creó un perfil: “francesa con sangre española; descubriendo mi pasado”. Empezó a tuitear y a interesar a otros, con los que pronto interaccionó. Ella hablaba de temas referidos a la historia de sus padres, colgaba fotos, provocaba reflexiones e iba adquiriendo una personalidad propia, más allá de lo que se quedó dentro de la novela. Ahora tiene más de tres mil seguidores, y este verano, al enterarse de que yo dije en una entrevista en un diario digital que ella es un personaje de mi novela, protestó a través de las páginas de ese diario y reivindicó su propia existencia. Los dos protagonizamos un debate público con réplicas y contrarréplicas, que dio algo de que hablar (algunos amigos míos llegaron a preocuparse por mí), hasta que por fin llegamos a un acuerdo: ella había comprendido quién era, aceptó su suerte, y yo debía a cambio dejarla libre. Y ahí sigue: se llevó la novela a la red social, y allí la está prolongando. No sé si es una precuela, una secuela u otra cosa. Lo cierto es que los lectores tienen a su disposición la posibilidad de hablar con ella y preguntarle. Quizás ella sepa más de lo que yo cuento en la novela. Quizás sería a ella a quien habría que entrevistarle. Estoy seguro de que estaría dispuesta.
-Ese tipo de juegos literarios que permiten las redes sociales, ¿no se aprovechan lo suficiente?
-Hay mucho camino por recorrer y muy poca experiencia todavía. Las redes sociales hacen de altavoz para todo tipo de asuntos. Cada usuario perseguimos algo diferente, aunque todos un poco de todo: entretenimiento, observación, aprendizaje, información, conversación, bronca política, desahogos, etc. Los contenidos culturales también tienen allí sus destinatarios: algunos buscan esos contenidos culturales, otros se los encuentran como el “descanso del drama” en las películas. Hay que tener claro que las redes son un escaparate fragmentario. Tienen otro tempo, otra lógica, y para ofrecer algo que pueda interesar hay que adaptarse. Y adaptarse significa tener en cuenta la actitud con la que se entra en cada formato: el lector de un libro quiere entregarse, el televidente quiere que lo seduzcan, quien lee un diario está dispuesto a confiar en lo que le cuentan, y el tuitero lo que busca son impactos directos de consumo rápido. ¿Por qué no intentar aprovechar también esa rendija? Yo tengo la impresión de que pronto esto será más normal: una obra que se ofrezca en formatos y medios diferentes, buscando diferentes formas de recibirla. Por tierra, mar y aire.
@GaliaLenoir es en sí misma una obra literaria, muy cuidada por cierto, más allá de su condición inicial de apéndice de una novela, y adaptada al entorno de Twitter. Y la verdad es que nos hemos sorprendido con la intensidad y la calidad de la conversación que está generando. Es verdad que eso se debe a que tengo ayuda, porque lo intuitivo no siempre funciona.
-¿Sigue las nuevas narrativas que están surgiendo con los nuevos soportes digitales?
-Digamos que estoy empezando a interesarme. Tengo mis limitaciones pero haberlo intentado desde el lado el autor, me puede llevar a hacerlo también desde el otro lado.
-Aunque todo su acabe (Ediciones Miguel Sánchez, 2021) es su cuarta incursión en la novela después de Recuerda que yo no existo (2014) y Cuando siempre era verano (2015) y Casa Luna (2016). ¿Qué tiene de diferente esta obra de sus narraciones anteriores?
-A reserva de lo que digan los lectores, yo estoy convencido de que tiene el mismo esmero en la composición literaria y en la ambición por ahondar en las emociones, pero también lo estoy de que en ésta hay una trama más elaborada, incluso una intriga contenida, una estructura narrativa más compleja (varios narradores en primera persona) que da mucho juego y más ambición intelectual y moral. Digo “moral”, pero sin moralina: me refiero a conflictos de naturaleza moral. Yo descreo de los catálogos morales, pero estoy convencido de que sin las grandes preguntas morales seríamos mucho peores.
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