Pablo Vierci, autor del libro 'La sociedad de la nieve' que acompañó a Bayona durante el rodaje: "De los dieciséis supervivientes, sólo dos no han vuelto a volar"

Pablo Vierci, autor de 'La sociedad de la nieve'

Pablo Vierci y J. A. Bayona 2022, en el rodaje de Sierra Nevada, 28 de abril de 2022. / R. G.

Granada/La sociedad de la nieve se ha convertido más que en la película del año en un fenómeno social del que dan prueba infinidad de comentarios en encuentros con amigos y en redes sociales, con hilos interminables sobre detalles de todo tipo, comparativas de fotos, críticas, reportajes... Aunque la cinta se estrenó en los últimos días 2023, su director llevaba trabajando en ella desde hace más de una década, porque J. A. Bayona se interesó por el proyecto en 2011 cuando leyó el libro homónimo de Pablo Vierci. Y si el creador más influyente del cine español actual ha tardado más de diez años en poner en pie la cinta, al escritor y periodista uruguayo le llevó casi una vida entera elaborar el relato.

"Este libro lo empecé a escribir cuando tenía 22 años", cuenta Vierci, alumno del colegio Stella Maris-Christian Brothers en el que estudió la mayoría de los 45 pasajeros que viajaban en aquel avión de la fuerza aérea uruguaya que se estrelló en los Andes en octubre de 1972. Incluso había jugado al rugby en el equipo, por lo que era amigo tanto de muchos de los pasajeros como de sus familias. "Yo era el 'escribidor' del colegio", relata el autor, que con los años obtendría dos veces el segundo Premio Nacional de Literatura de Uruguay (1987 y 2004). Además, sus textos para cine obtuvieron, entre otros, el Premio al Mejor Guion en el Festival de Cine de La Habana (2007). Por eso es normal que Nando Parrado se dirigiese a él a los pocos días de llegar de Chile después del accidente "para que narrase la epopeya que había vivido". Por circunstancias que se relatan en el propio libro, la obra que se empezó entonces no vio la luz hasta 2008, un par de años antes de que cayese en las manos de Bayona, al que acompañó durante todo el rodaje y proceso previo. Ahora vuelve a publicarse en España con la editorial Alrevés.

-Cuesta creer que una historia de la que se conoce el desenlace llame tanto la atención. “Lo que ocurrió en los Andes es tan desmesurado que actúa como una lente de aumento”, cuenta en su libro. Pese a lo hiperbólico de lo vivido, es casi imposible no plantearse la propia actuación en esas circunstancias. ¿Puede ser ese el atractivo del relato, tanto en lo literario como en lo audiovisual: buscar en cada uno de los supervivientes el rol que se desempeñaría?

-Voy a la película primero. Para hacerla más inmersiva, la finalidad era colocar al espectador en una situación muy similar a lo que ellos vivieron. Yo soy productor asociado, estoy en el proyecto desde 2016 y para obtener esos momentos de gloria, cuando al final del día recuperábamos esa pepita de oro entre el barro, entre el frío, el Covid... el propio rodaje fue un infierno. El objetivo de la cinta y del libro es que la historia no se vea como algo ajeno, que 'yo' espectador o lector plantee los mismos dilemas que se les presentaron a ellos, aunque aquello fue una situación tan irrepetible que costó 29 vidas. En el fondo, no podemos identificarnos del todo, porque cada uno tiene su propia fórmula para seguir viviendo. Y después, los que volvieron, trataron de seguir haciéndolo de la forma más superadora posible, intentaron que su vida no quedara congelada.

-Hay un punto de esta historia en el que la narración difiere de lo que podría pensarse que es el relato tradicional: “Contrariamente a lo que predicen las ficciones apocalípticas, no hace su aparición la jauría humana”. ¿Eso es lo que más sorprendió al mundo de esta historia?

-Yo de este tema ya había escrito otro libro con Roberto Canessa, otro de los supervivientes. Hace mucho tiempo que estoy en esto, pero no por capricho: descubrí que de este tema siempre se abren puertas que están cerradas y que me muestran a mí y al lector realidades que uno no tiene muy elaboradas, que están ocultas porque son dolorosas. En última instancia la historia habla de que somos seres finitos, que estamos acá de paso. La muerte para ellos era inminente y en la pandemia tal vez vivimos algo similar, porque nada se puede parecer. Creo que eso te cambia el estado de conciencia en el que estás, de ahí viene esa espiritualidad, esa fraternidad. Eso es lo más interesante. Bayona y yo siempre decíamos que estábamos explorando territorios desconocidos. Por eso todos los días el guion se construía y se destruía y eso que éramos 320 personas en la montaña, más de 800 trabajando en total.

-Qué pasó cuando llegaron a lo que denomina “la sociedad del llano”. ¿Sufrieron estrés postraumático?

-Como todo en la vida, la experiencia de uno no es extrapolable a otro. En este caso, ellos resolvieron el trauma y el duelo en la montaña. Otro elemento muy importante para entender su vida posterior es que fueron aceptados por la sociedad. Muchas veces, en el caso de los soldados de la guerra, el estrés surge cuando uno es recibido de mal modo y eso incrementa la posibilidad del trauma. Pero si quedan puertas bloqueadas, estas obras con pretensiones artísticas, como un libro o una película, permiten abrirlas. Creo que ahí está el misterio del interés de tantas personas: porque cada uno hace el ejercicio de abrir esas puertas.

-Pedro Algorta fue uno de los más reticentes a hablar pero luego escribió su propio libro. Muchos dan conferencias sobre el tema pero otros son reacios a hacer declaraciones.

-Claramente los reacios son Pancho Delgado y Bobby François. No les gusta hablar y sí se prestan es sólo por el grupo y por la historia. Y los comprendo perfectamente, si hubiese regresado yo no sé si sería uno de esos. Incluso hace poquito hablé con uno de ellos y le pedí una entrevista con Bayona y conmigo después de la película y me dijo: "Pablo, si es imprescindible voy, pero si puedo evitarlo, no". Y por supuesto, le dije: "Sólo si quieres venir ven". Y no vino.

Portada del libro 'La sociedad de la nieve'. / R. G.

-Después de una situación tan extrema, parece lógico que una persona tenga también reacciones como miedo a volar o claustrofobia tras sufrir un alud. Incluso sólo escribir sobre el tema podría afectar. Usted que ha hablado tanto con ellos y con expertos sobre varias cuestiones relativas al accidente, entre ellos pilotos, ¿le marcó en ese sentido?

-El relato del accidente en sí no me provocó ningún trauma. Imagínate que a ellos, de los 16 supervivientes, sólo dos no vuelan, Pancho Delgado y Bobby François, el resto lo hacen constantemente. Lo puedo escribir porque es lo que hago y sentí el compromiso de relatar de forma coral esta historia, pero yo no estaba allí . Dicen que el trauma se produce por dos elementos: uno el hecho físico y el otro que ese recuerdo esté bloqueado en mi memoria. No tengo ninguno de los elementos.

-Hay mucho público que está visionando la cinta varias veces porque se sienten atrapados en todas esas vivencias, que ya leyeron el libro en su día o ahora buscan hacerlo en esta nueva reedición.

-Eso habla bien de cómo está narrado el suceso tanto en el libro -no es arrogancia, porque es una obra coral- como en la película y en su momento en Viven, que también estaba bien relatado para la época, en el año 93. Eso lo hablo mucho con Bayona, el 'postpelícula'. Nosotros siempre pensamos que iba a provocar una ola pero no sabíamos que iba a generar un sunami. Eso es muy interesante porque los jóvenes se están planteando temas nuevos, hay una especie de hambre de sentido. Esta historia en cierto modo apunta a eso porque toca la fibra más íntima del ser humano en sus infinitas aristas y en su faceta más profunda: la vida y la muerte, el heroísmo, la épica, la ternura, la bondad, la generosidad... En el fondo uno escribe para eso, más que para dar respuestas para generar preguntas nuevas.

"En el fondo uno escribe para generar preguntas nuevas más que para dar respuestas"

-Incluso algunos supervivientes en marzo de 2006 volvieron con usted al punto del accidente en los Andes, el Valle de las Lágrimas: Roberto Canesa, Gustavo Zerbino, Adolfo Strauch y Ramón Moncho Sabella.

-Sí, hay algunos que vuelven constantemente al valle, como Eduardo Strauch, que regresa todos los años. Algunos no han vuelto nunca más, como Daniel Fernández o Bobby François. Yo fui una vez y no volvería. Bayona fue dos veces, en el 2021 y en 2022, y me pidió que lo acompañara pero yo preferí no ir. Es muy alto, casi 4.000 metros, respiras muy mal. Y él fue en octubre, en la fecha del accidente, y siempre está la posibilidad del alud.

Los supervivientes en un encuentro con el público. / Fotos cedida por editorial Alrevés.

-En 2017 conoció a Bayona en Londres pero el rodaje no comenzó hasta el 10 de enero de 2022 en Sierra Nevada. ¿Qué pasó entonces?

-Sí, lo conocí personalmente en esa fecha pero por mail desde 2011 y ya me parecía una persona fascinante. Nosotros viajamos a Barcelona en noviembre de 2021 y tuvimos dos meses de ensayos. Llegué a Pradollano creo que el 2 de enero y comenzamos a rodar el 10. Estábamos en plena pandemia y además el tema de la nevada ese año fue muy errático: primero se atrasó y luego llegó el calima, de repente toda la montaña estaba pintada de naranja, lo que no se podía corregir por efectos visuales. Fue muy interesante esa zozobra, porque si algo vivieron fue la incertidumbre. Lo de ellos fue muy extremo, nosotros por supuesto en otra escala.

-Cuando se empezó a filmar cuenta en el libro que Bayona estaba enfermo con Covid. ¿Todo siguió tan azarosamente?

-Vivíamos en la eterna incertidumbre. Yo no podía creerlo cuando la noche anterior me dice que estaba malo y comenzó a dirigir el rodaje desde su habitación, en la que tenía una pantalla. Estuvimos cuatro meses en Sierra Nevada, de enero a mayo. No sabíamos si al día siguiente nevaba o había ventisca. Había tres sets, uno tras las pistas de esquí al que se accedía después de 40 minutos en una redtrack. Dependíamos de la meteorología y además los actores estaban perdiendo peso, porque se filmaba de forma cronológica. El otro estaba en una finca de olivos abajo en las que se hizo nieve artificial, pero el tercero, en el que más se rodaba, en un estacionamiento en Pradollano en el que se hizo un hangar efímero con una reproducción de un avión. Ahí estábamos muchísimo porque había nieve real pero si el viento soplaba a determinada intensidad teníamos que evacuar. Y evacuamos una vez. Yo miraba constantemente como estaba el viento, porque era una construcción efímera que se podía volar. Fue una locura, muy sufrido y a la vez muy glorioso, parece contradictorio pero en esta historia hay que acostumbrarse a lo contradictorio.

-Roberto Canessa, que ejerce de médico y luego se especialidad en cardiología infantil, habla de “la chance de vivir la vida de aquellos que no tuvieron la oportunidad de hacerlo”. Casi todos tuvieron muchos hijos. ¿Es un reflejo de esa oportunidad?

-Buen comentario, nunca lo había pensado. Estoy repasando mentalmente y la mayoría tienen 3, 4, 5 o 6. Es una historia en el que la bandera de la vida es triunfadora porque de esos 16 supervivientes, ahora las familias, entre hijos y nietos, tienen unas 150 personas. Ellos salieron un poco en representación de los muertos y hay una especie de pulsión porque la vida continúe habiendo experimentado prácticamente la muerte.

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