Pervivencia del mito
El arte de la viñeta
¿Qué es Hulk sino un gigantesco Mr. Hyde de color verde botella? El personaje vio la luz en mayo de 1962

La sombra alargada del mito nos sigue desde la noche de los tiempos como uno de esos perros fieles y melancólicos que unas veces ladran a los forasteros, y otras, a la luna. Con toda probabilidad, no descendió de las ramas junto a nuestros antepasados, pero tenía su rinconcillo ya en la caverna y un puesto de honor al lado de la hoguera. Desde entonces, no nos ha abandonado… El mito cumple una doble función formativa. En el plano individual, ilustra casos que son valiosas lecciones de vida. En ámbito tribal, actúa como recio eslabón en la cadena. Si no se extrema su importancia, si no se trasciende, el mito proporciona un saber básico y sólidos vínculos sociales. Si se exagera, si se trasciende, generará sólo superstición y fanatismo.
El mito o los esquemas míticos llevan tanto con nosotros que es arduo ofrecer nuevas síntesis de la experiencia del hombre (en definitiva, esto es el mito). Cada época o sociedad pondrá al día los que le interesen o convengan, engalanándolos con los ropajes propios de cada nueva realidad; poco más podrá hacer. En la actualidad, nadie encontrará a Prometeo como tal sino bajo los rasgos del barón Víctor Frankenstein, uno de sus descendientes más prestigiosos; recuérdese que la novela de Mary Shelley se titulaba precisamente Frankenstein o el moderno Prometeo. Ambas ficciones comparten una misma moraleja: desear el fuego de los dioses llevará al simple mortal a la perdición; la de Shelley se presenta con un grito de alarma añadido en contra los avances de una ciencia desbocada, rotas las riendas éticas.
Otro mito muy arraigado es el mito fundacional de los hermanos gemelos, uno personificación del Bien, otro del Mal. Es un mito decisivo en un sinfín de culturas repartidas por todo el orbe -recuérdense Rómulo y Remo, fundadores legendarios de Roma-, pero ha sufrido asimismo una drástica metamorfosis en la suma de los siglos y, ahora, sobrevive en el sugerente tema del doble, del cual El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde sigue siendo una de sus cimas narrativas indiscutibles. Al igual que la novela y el cine, el noble arte de la viñeta también se ha aventurado en este cauce antiguo y ha hecho alguna curiosa aportación, pues ¿qué es Hulk sino un aggiornamento, en clave pop, del magistral artificio de Robert Louis Stevenson? ¿Qué es Hulk sino un gigantesco Mr. Hyde de color verde botella? El personaje vio la luz en mayo de 1962, en una historieta bastante tontorrona escrita por el prolífico Stan Lee e ilustrada por Jack Kirby, e impregnada de las emanaciones más rancias de la Guerra Fría. Una lectura de tipo coyuntural vería en Hulk, una bomba humana, una delirante expresión de la carrera armamentística, pero bajo esa lonja de grasa histórica, ¿qué es el doctor Banner sino la enésima reencarnación de Prometeo? ¿Qué es Hulk sino un monstruo de Frankenstein adecuado a la era atómica?
El doctor Banner, al igual que Jekyll, es víctima de sus propios hallazgos científicos. Recordemos la trama: Durante un ensayo con una bomba gamma, Bruce Banner se expone a la radiación para salvar a un joven que ha entrado por error en la zona de pruebas. El doctor, aunque sobrevive, no saldrá inmune. A partir de entonces vivirá escindido y, al caer la noche -este detalle subraya su carácter de pesadilla-, le saldrá de los adentros una bestia de nombre gutural (también de cuatro sílabas y resonancias similares a las de Hyde), una mole musculosa, puro instinto, regida más por la ira que por la perversión… En aquella primera aventura, Hulk no era verde, sino gris, y ese color ceniciento acentuaba su apariencia de cadáver redivivo (el paso al verde se debió a los problemas de impresión causados por el gris). Y tampoco era el titán en que acabó convirtiéndose, sino un grandullón de cabeza cuadrada y caminar errático, similar a la criatura sin nombre que el doctor Frankenstein devolviera a la vida.
Hulk era el castigo que los dioses lanzaban sobre Banner; también, un doble hiperbólico e hipertrofiado, que personifica unos anhelos y temores complementarios. El deseo de vivir otra vida, sabedores de que una jamás será suficiente, o el deseo de ser otro, insatisfechos del determinismo biológico que nos ha hecho como somos. También, el miedo a nuestros demonios interiores o el miedo a que esa alteridad nos borre del mapa de un manotazo; y es que nuestra identidad está forjada sobre un mito joven, con apenas unos siglos de existencia, el mito del 'yo soy yo'.
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