Poesía en blanco y negro

Poesía en blanco y negro
Ángeles Mora / Granada

13 de marzo 2009 - 05:00

Como en un tablero de ajedrez, la poesía de Blanca Varela se juega en blanco y negro. Blanca Varela ha sido, sin duda, una de las grandes voces de Hispanoamérica. Independiente, un tanto reacia a la vida literaria, original y radical en su poesía, nos ha ido dejando sus libros, al decir de algún crítico, casi con desgana, como si no le importara mucho el éxito personal o la recepción que tuvieran. No creo que le importase defender su poesía. Lo que sí creo es que su discurso es tan rotundo, tan fuerte y conseguido, que seguramente Blanca Varela no considerase que tuviera que hacer mucho más por esas criaturas que nos muestran con descaro una vida potente, rica, propia. Sus libros no necesitan ayo ni nurse que los enseñe a caminar. Lo importante fue escribirlos y publicarlos. Ahí están.

Tal vez por eso, por su discreción -y orgullo- el reconocimiento hacia su obra haya sido más lento, aunque desde el principio tuvo el apoyo y el ánimo de Octavio Paz. De ahí la satisfacción con que en el año 2001 debió recibir el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo, premio que ha contribuido a redondear esa aureola de prestigio que ha ido envolviendo la obra de Blanca Varela poco a poco. Lo mismo que la concesión en 2006 del Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca que concede el Ayuntamiento de Granada.

Blanca Varela (Lima, 1962-2009) nació en una familia de escritores y músicos. Su madre, Esmeralda González, fundó con el pseudónimo de 'Serafina Quinteras' y junto a su prima Emma Castro ('Joaquina Quinteras'), un dúo que se proponía escribir canciones peruanas, cosa que hicieron, con gran éxito y sentido del humor, con el nombre de Hermanas Quinteras.

De Blanca se dice que empezó a escribir a los cuatro años. Si así fue, bien supo esperar hasta madurar y saber lo que quería. Su primer libro, Ese puerto existe, se publicó en el año 1959. Antes pasó por la Universidad de San Marcos donde estudió y se relacionó con artistas e intelectuales, entre ellos el pintor Fernando de Szyszlo, con el que contrajo matrimonio y tuvo dos hijos.

Después de Ese puerto existe vinieron Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993), Canto villano. Poesía reunida, 1949-1994 (1996), Concierto animal (1999), El falso teclado (2000), recogido en Donde todo termina abre las alas. Poesía reunida 1949-2000 (2001).

Pero Puerto supe, ese lugar de su infancia, ese primer poema de su primer libro, que pareciera que habría de llevarla a la melancolía, no deja al mismo tiempo de adentrarla en lo que será ya inevitablemente el terreno de su poética: la dura lucha con esa conciencia lúcida y desolada que al mismo tiempo alumbra la vida y la destruye, o al revés.

Pasó la vida... Como parece claro que cada poeta escribe para interrogarse sobre sí mismo, para buscarse a sí mismo, a través de los diversos laberintos que llamamos nuestro cuerpo, nuestra conciencia, la propia vida, la conclusión de Blanca Varela no puede ser más desesperanzada: mientras te buscas en la vida, pasó la vida. Su poesía no puede arrancar más que de esa certeza asombrosa: la certeza del fracaso. Jamás logra nadie encontrarse en su vida ni decirse en su poesía. Y sin embargo, ese pasó la vida tiene otra doble cara de fuerza inmensa: si nos damos cuenta de que la vida pasa es porque ha existido de veras, porque la hemos vivido hasta el fondo. Si pasa es porque la vives, porque la escribes.

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