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Charla en el Palacio de la Madraza
Granada/La bailaora y guitarrista Trinidad Huertas La Cuenca se vestía de torero. Antonia Galindo, alias Dora la Gitana, se enfundaba en pantalones ceñidos mientras llevaba a cabo bailes considerados masculinos como la farruca -y los clavaba-. Carmen Amaya, con un look tremendamente masculino, se comía el escenario. Sin embargo, "no hay flamencas como Ocaña o La Esmeralda de Sevilla, hombres vestidos de mujer, provocadores a quienes la sociedad aceptaba porque eran graciosos", señala Fernando López Rodríguez, coreógrafo madrileño que hoy -a las 20:00- imparte una conferencia sobre la historia del travestismo en el arte jondo. La charla organizada por la Cátedra Manuel de Falla en el Palacio de la Madraza abordará, a grandes rasgos, "cuestiones de género en el flamenco", resume López.
El bailaor y filósofo basa su conferencia en un minucioso ensayo que publicó el año pasado titulado De puertas para adentro. Disidencia sexual y disconformidad de género en la tradición flamenca. En él, plantea una lectura de la tradición flamenca que trata de responder a preguntas sobre la cuestión de la invisibilidad y la mostración de la homosexualidad y la disconformidad de género en el escenario. "He analizado cómo los diferentes artistas, sobre todo bailaores, de flamenco han gestionado su sexualidad a la hora de mostrarse en el escenario, y qué tipo de estrategias desarrollaban como la ocultación de su feminidad o la demostración de ésta, pero compensándolo de alguna manera con otras cosas por miedo al rechazo".
López afirma que "cuando una mujer decide adoptar formas masculinas -como Rocío Molina o Belén Maya-, se la aplaude, pero si un flamenco se viste de mujer o emula modos femeninos se le desprecia". Él mismo lo ha experimentado desde los 11 años, edad a la que empezó a ir a academias de baile -algunas de ellas le aconsejaron que se fuera a otra con un maestro bailaor-. "Algunos artistas -como es el caso de Marco Flores- tienen problemas a la hora de ser programados en según qué circuitos por ese estilo de baile; por moverse -a ojos de la sociedad- de manera amanerada o afeminada", confiesa.
El problema fundamental en el mundo flamenco, incluso en la sociedad en general, incide el bailaor, "es la plumofobia, es decir, el amaneramiento o afeminamiento de los bailaores, que tiene que más que ver con la manera de moverse que con los accesorio de vestuario que utiliza". En este apartado, López mira hacia Manuel Liñán. "Formas de travestismo o de pseudotravestismo, como el reciente caso de Liñán, bailando unos caracoles con bata de cola y mantón en el espectáculo Los invitados de Belén Maya (y posteriormente en sus producciones Nómada y Reversible -donde por cierto, la cuestión de género es presentada como tema central de la pieza-) resultan revoluciones políticas abortadas, dado los valores masculinos que presiden toda la coreografía: virtuosismo, técnico, velocidad, hipertonía, peso fuerte", subraya.
Para él, "el hombre en el flamenco sigue líneas más rectas, usa menos los hombros o las caderas, y expresan mucho menos que las mujeres en el rostro. El hombre sigue siendo el macho alfa y la mujer es la seductora", por lo que se sigue perpetuando la distinción entre el baile de mujer y de hombre en el flamenco.
Sólo a través del virtuosismo, en palabras del filósofo, "les permite que, a pesar de ser amanerados o utilizar expresiones de género no normativa, el público los acepte". Ocurrió con Antonio el Bailarín, y ahora con Marco Flores, Juan Carlos Lérida y Daniel Doña, los mismos que se pasan por el forro la advertencia de prohibido mostrar la pluma. Olé por ellos.
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