Raven el pistolero
Novedad editorial
El autor de Salamandra (Editorial Almuzara) cuenta cómo nació el personaje que protagoniza de su última novela, un pistolero sin escrúpulos al servicio de la mafia italiana
Granada/Raven nació de una multitudinaria cópula orgiástica en la cual consigo entrever los brazos y las piernas entrelazadas de Edgar Allan Poe y Agatha Christie, la espalda de Jean-Pierre Melville y los pechos de Patricia Highsmith, el ceño fruncido de Humphrey Bogart, el rubio platino de la dama de Shanghái y las garras peludas de un orangután aferradas a una hoja de afeitar. Literatura y cine (y viceversa) desde el principio hasta el fin. A pesar de la circunstancia descrita, fue un embarazo deseado. Yo siempre había deseado dar vida a un personaje de ficción que fuera reapareciendo de tanto en tanto en alguna que otra novela, en algún que otro relato. Lo imaginaba como un puerto seguro donde recalar tras aventurarme en aguas literarias más indefinidas; era realmente un castillo en el aire que las catapultas de la realidad bombardearon con saña y echaron abajo, inmisericordes. Raven ha aparecido en un único cuento y no aparecerá en ninguno más, y tampoco protagonizará tantas novelas como yo imaginaba. Y si se quiere hacer bien, la literatura de género es tan exigente como la que más.
Les dibujaré el árbol genealógico con más precisión.
Soy un apasionado del género negro desde la adolescencia. (Probablemente, desde antes, pero carezco de datos contrastables). Con catorce o quince años leí las Narraciones extraordinarias de Poe que una noche de invierno me llevaron a las inmediaciones de la Rue Morgue en compañía de Auguste Dupin, el primer investigador privado de la Historia de la Literatura y faro guía para todos cuantos vinieron después: Sherlock Holmes, Hércules Poirot, Philip Marlowe, etc. En aquellos años decisivos, en televisión programaron un larguísimo ciclo dedicado al cine negro clásico -que me descubrió la narrativa de Raymond Chandler y Dashiell Hammett- y los héroes brutales y fatalistas encarnados por Humphrey Bogart o James Cagney se introdujeron en el salón de casa y ya no hubo manera de echarlos. No tardé en ingresar en la Cofradía de Amigos de Pepe Carvalho (Manuel Vázquez Montalbán también estuvo en la orgía referida líneas atrás) y empecé a barruntar la idea de crear también yo un detective privado.
Esta idea fue emborronándose a causa de la acción disolvente de las sombras. De manera paulatina, sin premeditación ni alevosía, empezaron a llamar mi atención esos personajes del salón en el ángulo oscuro; no los héroes, sino sus contrarios, los opuestos, los adversarios; esos otros con quienes el lector o el espectador no suele identificarse, los ocultos, los negados, los que están al otro lado. De manera lenta e inexorable, lo diré así, dejé de fijarme en el doctor Jekyll para hacerlo en Míster Hyde. En algún momento, entre los quince y los dieciséis años, vi El silencio de un hombre -prefiero el título original: Le Samouraï- con un glacial Alain Delon en la piel de Jeff Costello, un asesino a sueldo que termina sus días de manera trágica. Juraría, si jurar sirviera de algo, que esta película fue decisiva en la conformación de mi personaje. En la pila bautismal, una musa juguetona me sugirió como nombre el de un poema de Poe; el círculo abierto se cerraba así idealmente.
La primera historia con Raven como protagonista iba a estar ambientada en Roma. Sin embargo, antes de ponerme manos a la obra, quise “ver” al personaje y escribí un brevísimo relato: El pertinaz griterío de las gaviotas, que publicó el periódico Ideal el 17 de julio de 1998. Esta narración me permitió no sólo esbozar un primer retrato de la criatura, sino reconocer que la susodicha necesitaba ficciones de largo aliento. Raven el pistolero sería un personaje de novela o no sería. De modo que seguí dándole vueltas a la historia romana trenzando una tupida trama de venganza con reminiscencias góticas. En éstas estaba yo cuando, por una serie de azares que sería largo enumerar, José Antonio García Sánchez -más conocido por estos pagos como Pepe el Murciano- me encargó una novela negra para la editorial Comares. Debía respetar tres premisas: estar ambientada en Granada, incluir los ingredientes característicos del género y tener mucha acción; Pepe el Murciano insistió en este último punto, que satisfice de buena gana. Así pues, trasladé a Granada la historia que pensaba ubicar en Roma, hice los oportunos cambios en el mobiliario urbano, y Nunca apuestes con el diablo (Comares) apareció finalmente en mayo del año 2000.
La cosa no acabó aquí. En paralelo a aquel encargo editorial, yo había recibido otro “regalo” que daría un rumbo inesperado a mi vida, no diré drástico, sino abisal: una beca para trabajar como auxiliar de conversación en un instituto de Palermo. Así pues, en tanto escribía Nunca apuestes con el diablo, decidí que Sicilia sería la siguiente parada de Raven y tendí puentes entre la primera novela y la segunda -todavía por concebir- para justificar su presencia en tierras sículas. Mi intención era ponerme manos a la obra nada más pisar Palermo pero, como suele decir un buen amigo mío, unas cuentas hace el borracho y otras el tabernero: comencé a trabajar como un loco en tres institutos distintos, además de en una academia de lenguas, conocí a Barbará, nos casamos, fuimos padres… Mi estancia siciliana debía de haber sido de nueve meses; al final viví cinco años en aquella hermosísima tierra y convertí Palermo en mi segundo hogar. La novela que me traje bajo el brazo acaba de aparecer. La larguísima gestación de Salamandra (Almuzara) no ha podido sino hacerle bien; estoy convencido de ello. Pero es el lector quien tiene la última palabra.
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