Señales de humo para Ida Vitale

Vitale, al recibir el Premio Reina Sofía.
Vitale, al recibir el Premio Reina Sofía.
José Carlos Rosales

14 de octubre 2016 - 05:00

EL tiempo y el mundo están llenos de superficies rugosas, anomalías o irregularidades, casi nunca son lo que parecen y en sus recovecos anida el sobresalto, la turbación o el desaliento. Tal vez por eso la poesía de Ida Vitale (Montevideo, Uruguay, 1923) es concisa y austera, no promete nada que no pueda dar y nunca entrega menos de lo que insinúa: es un refugio frente a la barata banalidad de las urgencias impostadas de la vida aparente; así que los poemas de Ida Vitale podrían funcionar como eficaz contrapunto de esa panorámica ruidosa que cada día se asoma por todos los rincones de nuestra quincalla más superflua (móviles, ruedas de prensa o mandos a distancia).

Y es que, mientras lo más innecesario se nos va volviendo obligatorio, Ida Vitale ha ido construyendo sus poemas desde una humilde necesidad, la de obstinarse en cobijar lo imprescindible, lo que queda, aquello que no se ve, el latido inaudible que alimenta la vida no visible; pues, según se nos dice en uno de los poemas de Mella y criba (Valencia, Pre-Textos, 2010), su último libro de poemas: "Si una ciudad no late, / hasta un árbol es nada / y un balcón es tronera / o precipicio. / Serás el prisionero / a quien nadie vigila, / en propio pecho encarcelado".

Los buenos poetas -los poetas honestos- se oponen al mundo sin apenas hacer ruido. Son corredores de fondo: todas las chácharas se acaban antes o después y entonces sobresale su voz como sobresale ese rumor que nunca cesa, el rumor de lo que la historia -intrahistoria- calló, de lo que cada día acontece sin dejar una mínima huella. Así culmina el poema al que antes me refería: "Entiende lo incomprensible / y ámalo. Ocupa el revés del intento: / sé cardo, cuando llegaste como lana, / piedra, cuando, hilo de seda, flotarías".

No en vano este poema se titula Medición de distancias, es decir, cálculo de la superficie que vemos desde el balcón (real o simbólico) al que nos asomamos para percibir la lejanía creciente de lo más vivo, cómo van dejando de latir las cosas y cómo nosotros también dejamos de latir con ellas. No se puede, sin embargo, vivir fuera del mundo que nos hiere o ignora. Nos hará falta "una precaria economía de ángeles, / dos o tres, no más. Pero bastan. / Ponen dedos fluidos / en el fárrago, / aceite en el naufragio, / para empezar, una sonrisa sobre el caos" (Orden de ángeles, Reducción del infinito, 2002).

Esa concisión desnuda del lenguaje poético de Vitale no es un mero recurso expresivo. Es algo más profundo y podría proceder de su aprendizaje con José Bergamín o con Juan Ramón Jiménez: es la consecuencia lógica de un riguroso proyecto poético que descansa en la voluntad de conocimiento, conocer y recordar lo que se nos va evaporando, conservar lo vivido y convertirlo en simiente de un futuro más pleno. No existe el conocimiento vago o impreciso. Y la certeza de un futuro mejor no puede tejerse con divagaciones o vaguedades. De ahí que la precisión austera sea uno de los contrafuertes más sólidos del edificio poético de Ida Vitale.

Además, es precisamente esa precisión la que nos permite avanzar sin titubeos en el análisis del mundo. Algo de todo ello puede rastrearse también en otro de los muchos poemas espléndidos que hay en Mella y criba, el titulado Lección de historia, un poema dedicado a una vieja moneda encontrada por el azar feliz de la infancia: "Que una moneda antigua, / hallada -¿por azar?? en el jardín, / te enseñara una fecha: 1804 / y un dato no ficticio: / Napoleón rey de Italia, / importó menos que, / abierto el campo / de ilusa fantasía, / luego lección de cosas, / el bronce atesorado / se disipara sin palabras". Una anécdota y un recuerdo. Un análisis preciso y una conclusión que documenta esa "[…] insana / costumbre de observar, / atar cabos […]", hasta cerrar el poema con la constatación moral de "saber que nada es tuyo / para siempre". Ni la historia. Ni las monedas. Ni la infancia. Sólo el conocimiento y la escritura permanecen; mientras haya lectores, habría que añadir. Pues, ya se sabe, el poema no existe hasta que alguien no lo lee. Como dijo Vitale en alguna ocasión, su mayor premio era que alguien absolutamente desconocido, en algún lugar lejano, tras leer alguna de sus páginas, "le hiciera señales de humo". Ahora esas señales de humo están aquí, en Granada, esperando que acuda, esperándola a ella.

Terminemos estas líneas con otro poema espléndido de Mella y criba, un poema construido alrededor de una pequeña anécdota, el desajuste del menisco, un mal tropiezo, el dolor que aparece un tiempo después: el mal o el daño, mudos, que nunca se disuelven. Se titula Menisco y es toda una declaración vital, conocimiento palpitante, conciencia estoica, nada de pesimismo. Así es Ida Vitale.

Por donde pasa el peso de la vida

algo falló, falleba mal cerrada

y entró un poco de mal, no lo terrible.

Un desnivel de piedra y un descuido:

la porosa sustancia, el no visto

cartílago, almohadilla ignorada

entre frágiles cóndilos, tan útiles,

se desgarró, en su secreto nido.

Como pasaron años, tan clementes,

es justo, ahora, que la muerte llame,

con este sobrio, casi mudo aviso.

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