Sergio Larrain, el fotógrafo con empatía

El Centro José Guerrero inaugura la primera gran retrospectiva en España sobre el fotógrafo chileno, que trabajó para la prestigiosa agencia Magnum y que buceó en los bajos fondos con su cámara Leica.

Sergio Larrain, el fotógrafo con empatía
Sergio Larrain, el fotógrafo con empatía

El fotógrafo Sergio Larrain (1931-2012) inmortalizó burdeles de Chile como Los Siete Espejos. Pero no entraba en ellos como si estuvieran en una feria de ganado, la actitud más habitual; el artista cruzaba las puertas con su cámara, mucha curiosidad y una humanidad sin límites. De hecho, para el fotógrafo, lo más "estremecedor" era que, por lo general, "los pobres estaban mal vestidos y trataban de parecer elegantes, a pesar de su pobreza". Esta serie es una de las que componen la exposición Sergio Larrain: Vagabundeos, que ayer se inauguró en el Centro Guerrero y que supone su primera retrospectiva en España.

La poética errante y bohemia con la que el arte entró en la modernidad fue la que el chileno eligió para enfrentarse al mundo, lo que le valió entrar en la mítica agencia Magnum Photos en 1959 después de intimar con el fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson. "Vagar y vagar por partes desconocidas y sentarse cuando uno está cansado bajo un árbol, comprar un plátano o unos panes y así tomar un tren, ir a una parte que a uno le tinque, y mirar, dibujar también, y mirar. Salirse del mundo conocido, entrar en lo que nunca has visto, dejarse llevar por el gusto. De a poco vas encontrando cosas y te van viniendo imágenes, como apariciones las tomas". En estos términos casi místicos explicaba Sergio Larrain a su sobrino Sebastián Donoso su filosofía de vida en una carta fechada en 1982.

De hecho, el fotógrafo más reputado de Chile fue, además, todo un personaje en sí mismo. Fue amigo de Pablo Neruda, con el que compartió caminatas y visitas a librerías de viejo en Isla Negra, un periplo que quedó plasmado en el libro Una casa en la arena. Niño bien nacido en una familia de la alta burguesía, acabó seducido por la meditación trascendental y las filosofías orientales, dedicando buena parte de su vida a la pintura y el yoga. Imbuido por el pacifismo aceptó en 1999 protagonizar una gran exposición en el IVAM, tras la cual Larrain rogó que se le mantuviera al margen de toda reflexión sobre su obra porque huía del ruido mediático. Al final de su vida, sin embargo, envió todas sus planchas de contacto y últimos negativos a la agencia Magnum para su custodia definitiva. Y fruto de esta decisión es la muestra con la que el Centro Guerrero vuelve a apostar por la fotografía como uno de los elementos fundamentales de su programación. "Es uno de los lenguajes configuradores de la cultura visual y sería imposible entender el siglo XX sin conocer a los grandes fotógrafos", explicó en la presentación Francisco Baena, director del Centro Guerrero. Esta exposición es la "quintaesencia" de su obra, una selección de obras elegidas con el criterio de ser las que mejor reflejan su alma "tan cercana a la magia".

Deudor de la poética del instante decisivo de Cartier-Bresson, defendía que para hacer una buena fotografía había que estar en estado de gracia, estar abierto al mundo. La primera vez que le pasó esto, según confesó el propio autor, fue al captar una 'sencilla' imagen en la que aparecen dos niñas bajando unas escaleras.

La exposición se distribuye en distintas secciones, con un arco cronológico que va de 1954 a 1977, desde los primeros años de aprendizaje hasta su período en Magnum, de las imágenes documentales a aquellas más libres de sus dibujos y los satori, en los que captaba la realidad extremadamente simple e intensa de una hoja que cae del árbol o de una mancha que se posa sobre la mesa. En la planta baja se muestran las series Isla de Chiloé (1954-1963) y Niños abandonados (1955-1963), a la que acompaña el corto Niños del río Mapocho. La primera planta acoge las series tituladas Bolivia, Perú, Buenos Aires, París y Londres (1958-1975). En la segunda planta se exhiben las obras de las series Italia, Valparaíso y Santiago (1959-1977), además de una muestra de los dibujos de su última época y libros, catálogos y revistas que recogen su obra, así como algunos tirajes originales.

Una de las series más impactantes es la de Niños abandonados, donde el chileno captó con su Leica "por gusto y por rabia" el vagabundeo de unos niños extremadamente delgados que vivían en la miseria, dormían al abrigo de los puentes y parecían estar en constante estado de espera. Una realidad cruel a la que Larrain se enfrentó recuperando la esencia del mejor Robert Capa, acercándose todo lo necesario hasta formar parte del momento que se disponía a captar.

Emmanuelle Hascoët, de Magnum Photos, aseguró por su parte en la presentación que "Larrain era un personaje complejo, que desde la compra de su primera cámara en los Estados Unidos arrastró una especie de misticismo, que le hacía entender la fotografía como un acto que uno debe buscar dentro de sí y a las propias fotografías como una especie de milagros". Hascoët destacó que esta primera exposición retrospectiva de Larrain ha pasado ya por Chile, Arles y la propia Fundación Henri Cartier-Bresson. Además, la diputada de Bienestar Social, Olvido de la Rosa, subrayó en su intervención que su obra completa es poco conocida y no ha sido fácil reunir esta colección. "Y por eso, debemos dar las gracias al trabajo de la gran divulgadora de la obra de Larrain, Agnès Sire, comisaria de esta exposición y directora de la Fundación Henri Cartier-Bresson, cuya colaboración y cuyo trabajo han sido imprescindibles para contar con la obra de Larrain en Granada", señaló.

La biografía de Larrain, como pasa en todos los grandes, es imprescindible para ver de dónde fluía esa sensibilidad y dulzura extrema para remover el alma de la sociedad, con sus imágenes puras y la perfección de sus blancos, negros y grises. Sergio Larrain acabó sus días obsesionado con la idea de salvar al planeta de las tropelías del hombre, tras una vida en la que abandonó la comodidad de la burguesía de la que procedía. Renegó en parte de sus orígenes, aunque sí tuvo que dar las gracias a su padre por su gran biblioteca, donde el pequeño Larrain comenzó a gestar un humanismo que acabó filtrándose en su vida y en su obra. "Fue un fotógrafo de culto que ha servido de inspiración a muchos fotógrafos, incluso de las generaciones jóvenes", concluyó Francisco Baena.

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