Wicked | Crítica
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Se alza el telón; mientras suenan los primeros compases se pueden ver en escena dos enormes caballos ataviados con armaduras y engalanados con armas señoriales. La música anticipa el drama y las luces poco a poco van elevando su intensidad en el escenario para descubrirnos el salón principal del palacio de Siracusa.
De este modo se iniciaba el pasado sábado la representación de la ópera Tancredi, de Rossini, en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, que para la ocasión contó en el foso con la Orquesta Ciudad de Granada bajo la dirección de Maurizio Benini.
Tancredi es una de las óperas mejor valoradas de Gioacchino Rossini. En ella se observa ya un lenguaje personal e inconfundible, pese a ser una ópera temprana del autor. Su estreno tuvo lugar en Venecia el 6 de febrero de 1813. Un mes más tarde Rossini revisó su obra para el re-estreno de la misma en Ferrara y cambió el final feliz por uno más trágico y más acorde con la narración original de Voltaire. La crítica alabó la obra como la mejor de las escritas por el autor, y su cabatina Di tanti palpiti pronto se convirtió en una melodía escuchada con frecuencia en los canales venecianos. Gracias a la edición crítica del musicólogo Philip Gossett pudimos escuchar de nuevo Tancredi tal y como sonó su versión original el día del estreno en Venecia.
La historia narra cómo Tancredi, héroe de Siracusa, debe resolver un dilema moral al estar enamorado de Amenaide, hija del gobernador Argirio, quien lo había expulsado de la ciudad acusado de traición. Para recuperar a su amada, Tancredi deberá enfrentarse al despótico Orbazzano, líder de la familia rival de Argirio, que ante el asedio de los sarracenos sólo acepta prestar su ayuda si el gobernador de Siracusa le da su hija por esposa. Aunque en la versión escuchada al final triunfa el amor, el texto original de Voltaire no concede tanta felicidad a la pareja protagonista. Para la puesta en escena en la Maestranza se contó con Yannis Kokkos, que ha ideado una escenografía y un vestuario sumamente interesantes. Por un lado, siluetas planas y volúmenes geométricos en blanco y negro recrean con sencillez las arquitecturas y paisajes de la acción; por otro, los colores del vestuario y los figurines estáticos conforman verdaderos bodegones en los que el elemento humano está perfectamente integrado.
Por último, se añade la aparición de marionetas, que nos transportan a un plano onírico en el que se representan los anhelos y desvelos de los protagonistas.
En lo musical, hay que destacar en primer lugar el magnífico trabajo de la mezzosoprano Daniela Barcellona como Tancredi. Su voz y su presencia llenaron cada una de las escenas en las que hace su aparición con un torrente de calidad interpretativa. Su timbre, limpio y brillante, la ductilidad y técnica de su voz y la soltura escénica se unieron en Daniela Barcellona, que bordó en todos los aspectos su papel. Junto a ella, Mariella Devia como su amada Amenaide y el tenor Gregory Kunde como su padre Argirio le dieron justa réplica, con interpretaciones igualmente llenas de lirismo y madurez. También es digna de mención la breve pero bella intervención en el segundo acto de Alexandra Rivas en el papel de Roggiero; la dulzura con que acometió su aria S'avverassero pure i detti suoi! nos descubrió una cálida y bien formada voz.
Junto a este elenco de voces de lujo, la Orquesta Ciudad de Granada puso el marco sonoro idóneo para que la representación fuera excepcional. Con una interpretación equilibrada y rica en colores y matices, Maurizio Benini y la OCG despuntaron desde el foso orquestal como el engranaje que faltaba para que toda la maquinaria escénica emprendiera su buena marcha. También es digno de mención el Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza, cuyas voces graves tienen un importante cometido musical en esta obra, que supieron afrontar con solvencia y enérgica soltura. Tancredi, la última producción presentada en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, fue todo un éxito, cosechando una atronadora y prolongada ovación. Fueron muchos los grandes momentos que regalaron los oídos y la vista de los asistentes, destacando quizás por su calidad y por la intervención de todos los factores mencionados el final del Acto I, un número de conjunto en el que el sexteto solista, el coro y la orquesta cierran con un broche de oro la primera parte de la ópera.
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