Traspiés, suma y sigue
El sello granadino Traspiés se consolida en el mercado editorial. Entre sus últimas novedades destacan sendas traducciones de Giovanni Verga, O.Henry, Ambrose Bierce y Joseph Conrad.
El tango dice de la vida que es un soplo, que veinte años no son nada, apenas unas sienes plateadas por las nieves de la edad, nada más. Siendo verdad en líneas generales, la sentencia debe matizarse; a poco que te lo propongas o te dejen, veinte años pueden dar mucho de sí. A lo largo de dos décadas, el sello Traspiés -que nació como asociación cultural en los años 90- se ha consolidado, redefinido e internado con paso firme en el ruedo editorial. La amplitud de miras de Miguel Ángel Cáliz y José Antonio López, sus fundadores, han marcado la pauta. Ambos coincidían en unos presupuestos precisos: el de no encerrarse en la estrechez de la provincia y contar con distribución nacional. Traspiés se ha negado a circunscribirse a temáticas o autores locales, la estrategia más socorrida de las pequeñas editoriales, prefiriendo hacer apuestas de mayor proyección. La editorial comenzó impulsando un género, el relato, en tiempos de ninguneo del mismo; de acuerdo con esa premisa inicial, en su colección Breves han hallado cobijo escritores nacidos en Granada o vinculados a nuestra ciudad, pero también otros muchos venidos de fuera y de lejos.
Gracias a éstos, precisamente, la editorial ha cosechado algunos éxitos recientes. Traspiés acaba de poner en circulación sendas reimpresiones de Cavalleria rusticana y otros cuentos sicilianos de Giovanni Verga y La voz de Nueva York de O. Henry, dos clásicos de las letras universales, que hasta ahora no habían conocido una adecuada difusión en nuestro país. Cavalleria rusticana y otro cuentos sicilianos -traducida por José Abad- reúne diez relatos de Giovanni Verga, diez dramas humanos que profundizan en una realidad extrema, la de Sicilia de finales del siglo XIX, no muy lejana de la Andalucía de entonces (algún lector avispado ha señalado similitudes entre La loba, incluido en este volumen, y el universo dramático de Federico García Lorca, un mundo de pasiones a flor de piel, de violencia mal contenida). La voz de Nueva York -cuya traducción ha corrido a cargo de María Teresa Sánchez Montesinos- brinda una cuidada selección de relatos del norteamericano William Sidney Porter, más conocido por el sucinto seudónimo de O.Henry, un autor de contagiosa alegría, con una capacidad única para darle la vuelta a la tortilla narrativa de una párrafo a otro.
Además de abrir su catálogo a la novela y el ensayo, Traspiés ha realizado una firme inversión a favor del libro ilustrado. En la colección Vagamundos han aparecido recientemente dos obras harto recomendables, una del estadounidense Ambrose Bierce y otra del polaco nacionalizado inglés Joseph Conrad. El club de los parricidas -traducido por Jesús Aguado e ilustrado por Pablo López Miñarro- ofrece un ramillete de relatos muy representativos de la narrativa cáustica de Bierce, el cual, habría encontrado en la literatura el lugar donde quedaría impune un deseo criminal íntimo: el parricidio (por lo visto, papá y mamá Bierce, una pareja de puritanos calvinistas de cuidado, le hicieron la vida imposible a él y a sus doce hermanos). El autor hace gala de un humor negro y abrasador como la pez. Los protagonistas son, sin excepción, gente deleznable que comete acciones aberrantes con palabras edificantes siempre en los labios, y el tono distendido empleado, socarrón incluso, pone a prueba el aguante del lector. El club de los parricidas es implacable; al mostrar lo que el hombre es capaz de escribir, Bierce advierte de cuanto sería capaz de hacer. En estos tiempos políticamente correctos (y conservadores), esta desvergüenza dejará un regusto dulce en la boca.
Un puesto avanzado del progreso, por su parte, es fruto de la devoción. Federico Villalobos -que convirtió a Joseph Conrad en un personaje de su novela Un carlista en el Pacífico (Editorial SM)- ha traducido con pulcritud e ilustrado con finura una narración que incuba el germen que alumbraría posteriormente El corazón de las tinieblas, posiblemente la mejor novela de Conrad. Un puesto avanzado del progreso, de no ser su mejor relato, ha de contarse entre los mejores del autor, y estaba entre los preferidos de éste. Conrad desmonta con implacable lucidez esas coartadas que, como el progreso o la acción civilizadora, Europa usó para justificar el expolio de los recursos del continente africano. La relectura de esta magnífica pieza me ha permitido reencontrarme con un pasaje leído hace lustros y que, a pesar de haber olvidado su procedencia, he tenido siempre presente: "Un hombre puede matar todo lo que hay en su interior: el amor, el odio, sus creencias, incluso sus dudas. Pero mientras se aferre a la vida, no podrá destruir el miedo". Una reflexión que parece escrita para estos tiempos nuestros.
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