Vísteme rápido que tengo prisa
Ciencia abierta
Seguir la moda y cambiar el armario dos veces al año es un atentado para la salud del planeta
Después de 'El origen de las especies'
¿Natural o no natural? ¿Ciencia o pseudociencia?
Me permito parafrasear el dicho popular recogido por Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales "Vísteme despacio que tengo prisa", con el que se trata de reflejar que en situaciones de urgencia el nerviosismo nos puede jugar una mala pasada. De aquél me quedo con el primer término, vísteme. Y es que en esta ocasión quiero referirme a un artículo de consumo que todos utilizamos, con excepciones notables como los naturistas cuando el tiempo lo permite o determinadas tribus que tan solo suelen tapar sus partes pudendas. Hemos pasado de un objeto que antaño nos servía para protegernos de las bajas o altas temperaturas y preservar la integridad de nuestra piel, a una potentísima industria que compite permanentemente por ofrecer toda clase de prendas y complementos a un ritmo trepidante, en un alarde de creatividad y de marketing, y que secuestra la mente de los ciudadanos de los países con un nivel económico medio-alto.
Pero ¿somos conscientes de lo que hay detrás de cada prenda que compramos, usamos y tiramos? Sin ánimo de señalar a nadie con el dedo acusador, nos encontramos ante uno de los problemas ambientales de mayor envergadura que nuestro maltratado planeta padece. Pongamos el ejemplo de una simple camiseta de algodón que nos pueden regalar en un cumpleaños, en una promoción o adquirirla a bajo precio en época de rebajas.
La materia prima que podemos leer en la etiqueta es algodón 100%, por lo que habría que comenzar por el cultivo de esta planta, ¿qué requiere?, al menos semillas (en muchos casos modificadas genéticamente), espacio agrícola, agua, fertilizantes (habitualmente sintéticos) y pesticidas. Respecto al agua, el cultivo supone un gasto promedio por camiseta de más de 3000 litros (huella hídrica), los fitosanitarios pueden llegar a contaminar los acuíferos, las aguas superficiales y la atmósfera, con los perversos efectos sobre la biodiversidad y la salud. Dado que entre los mayores productores de algodón se hallan India y Pakistán, podemos pensar en la utilización de mano de obra infantil en las faenas agrícolas.
La recolección y transporte a las fábricas textiles, a veces en diferentes continentes, conlleva la combustión de derivados del petróleo (huella de carbono). En tales fábricas vuelve a requerirse de fuentes de energía para la confección, utilizando tintes para proporcionar el color y la estampación de las prendas, lo que suele acarrear vertidos a las aguas superficiales y, por ende, a las subterráneas. De aquí que se considere a la industria textil como la segunda más contaminante del planeta. En esta fase volvemos a llamar la atención sobre la mano de obra empleada y sus condiciones laborales.
Un tercer viaje de nuestra prenda la conduce desde la industria a los países más consumidores, es decir, probablemente otro viaje intercontinental con el consiguiente coste energético. Ya instalada en el comercio o, en muchos casos, en los almacenes de las empresas de venta en línea, la adquirimos y la estrenamos. Ello supone lavado con el uso de detergente y agua, secado y planchado, con los efectos ambientales consabidos que vienen a representar en torno al 60% del impacto de todo el ciclo de vida de la camiseta. Finalmente, decidimos dejar de usarla, ¿razones?, la tengo muy vista, es de mala calidad, le he hecho un siete… ¿Qué hago con ella? Si optamos por depositarla en un contenedor especial para ropa, ¿cuál será su destino final? Si acabara en un vertedero, solo lograría aumentar el volumen de éste, si se incinerase su combustión produce emisiones tóxicas, en el mejor de los casos acabaría sobre otro cuerpo prolongando su vida útil. Se calcula que cada español de media se deshace de siete kilos de ropa al año y un norteamericano, 35.
Con estas pinceladas debería bastar para tomar conciencia de nuestro determinante papel y responsabilidad en todo este ciclo perverso de la fast fashion o moda rápida del que somos a la vez actores y víctimas (el promedio de uso de cada prenda suele estar entre 7 y 10 veces). Mirar décadas atrás quizás nos ilumine, cuando se disponía de un armario reducido, la ropa se cuidaba y se cosía si era necesario, se ponían rodilleras y coderas en la ropa infantil, se utilizaban uniformes en los centros educativos, se intercambiaba la ropa entre hermanos y familiares o se estrenaba ropa muy puntualmente ("Domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos"). No se trata de volver al pasado, simplemente de abrir los ojos frente a los que se empeñan en cerrárnoslos y dejar de bailar al son que nos tocan, los consumidores tenemos más poder del que nos imaginamos.
Algunas opciones pasan, en primer lugar, por reducir el consumo de ropa ("menos es más"); fijarnos en la composición de la misma, el lino, el cáñamo y el algodón reciclado, son alternativas más adecuadas; adquirir prendas de calidad aunque nos cuesten más, a la larga ahorramos dinero por su durabilidad; dar preferencia a las prendas fabricadas en el propio país; eludir por tanto comprar en esas cadenas que todo lo fían a imponernos modas efímeras con prendas de escasa consistencia; tener la suficiente personalidad ante los demás y ante nosotros mismos para prolongar la vida de la ropa que adquirimos sin avergonzarnos de vestirla recurrentemente; intercambiar ropa con nuestros amigos o familiares; comprar ropa de segunda mano, dado el incremento de la oferta de hoy día; reciclarla en los contenedores adecuados según su estado… En definitiva, cambiar el título de este artículo por el de "Vísteme despacio que no tengo prisa".
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