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El alma española de la guitarra clásica

Pepe Romero, una estampa para el recuerdo en Los Arrayanes.
Juan José Ruiz Molinero

02 de julio 2015 - 05:00

PEPE ROMERO

Programa: Francisco Tárrega: 'Marieta (mazurca), 'Mazurca en sol', 'Marí' (gavota), 'Las dos hermanitas (vals), 'Rosita' (polca), 'Capricho árabe', 'Fantasía sobre motivos de La travista, op. 8'. 'Ángel Barrios: 'Arroyos de la Alhambra' (Evocación, Tonadilla). Isaac Albéniz (Transcripción de Pepe Romero): 'Leyenda', 'Granada', 'Sevilla'. Federico Moreno Torroba: 'Suite Castellana'. Joaquín Turina: Fantasía Sevillana, op. 29'. Celedonio Romero: 'Suite Andaluza' ('Alegrías', Zapateado', 'Fantasía'). Lugar y fecha: Patio de los Arrayanes, martes 30 de junio de 2015. Aforo: Lleno, con algunos claros.

Cuando nació Pepe Romero, en 1944, en la Málaga de la posguerra, su padre, el gran guitarrista Celedonio Romero, lo condujo, junto a sus hermanos Cele y Ángel, por el único sendero que conocía y amaba: la guitarra. Tras unos años de penuria en aquella España triste en la que, además, el padre no sentía la menor afinidad con el dictador que, durante la guerra, había producido una de las más feroces represiones en la provincia, acabó emigrando, a principio de los 50, con sus hijos y su esposa Angelita, a Estados Unidos. Allí, bajo la tutela musical de su padre, Pepe Romero fue formándose en el arte de la guitarra clásica, hasta convertirse en una referencia del instrumento, no sólo en el país de acogida, sino en todo el mundo. Sólo o con su padre y hermanos -el grupo de los Romero- su guitarra ha recorrido muchos países, sus grabaciones discográficas se cuentan por decenas y famosas orquestas y directores lo han elegido para sus conciertos, desde las americanas a europeas de la categoría de la Suisse Romande, mientras su paso por los festivales internacionales más prestigiosos han ido marcando una carrera en la que ha universalizado, como otros españoles famosos, caso de Segovia, la guitarra clásica, pero especializándose en los temas de los maestros españoles.

Esta breve introducción quizá sea necesaria cuando abordamos un recital puramente basado en la guitarra española, bien en temas originales de Tárrega, en el granadino Barrios, en transcripciones de partituras de Albéniz, Moreno Torroba, Joaquín Turina y, como no poda faltar, en una noche mágica de recuerdos y homenajes entrañables, de su padre Celedonio. Es verdad que en este escenario hemos escuchado la guitarra, sin necesidad de amplificadores -aunque eso sí, muy cuidados, sin la menor estridencia y sólo para no perderse la calidad e intimidad del sonido en toda su pureza- de Andrés Segovia, Sáinz de la Maza o Narciso Yepes, en su concepción más clásica y universal, y el crítico ha tenido ocasión de destacar no sólo las aportaciones españolas, sino lo que han ofrecido para este instrumentos compositores de todas las épocas y procedencias.

Pepe Romero nos reveló, en clave intimista, pero magistral, el alma más genuinamente española de la guitarra clásica, por temas, cadencias, estilos y, sobre todo, por la forma de interpretarlos. Desde su profunda sabiduría y dominio de las seis cuerdas, por su facilidad de saber arrastrar los sonidos, extrayéndolos con la izquierda con las yemas de los dedos y uñas y jugando con ellas en las sutilidades, la interposición y sucesión, a la vez que la derecha recoge la sucesión para los sonidos graves y la percusión si es necesario, Romero dio una lección de maestría, pero sobre todo de sensibilidad para llenar de belleza y de emoción páginas que, no por conocidas, dejan muy alto su talento, capaz de superar la fácil concesión. Es difícil, en un programa tan unificado, hacer distinciones en los momentos interpretativos, unidos por la perfección de una técnica elevada, por el intimismo y, sobre todo, por la emotividad. Porque si en Tárrega pueda descubrirse un virtuosismo que fue rubricado con bravos justos por el público, en polcas, valses o la Gran jota, sin olvidar el Capricho árabe, referencia de ese alhambrismo que emanó de todo el concierto; su amorosa caricia de las dos breves páginas de Arroyos de la Alhambra, de Ángel Barrios -que como Falla, no debería faltar en las referencias del Festival, por su apasionado granadinismo-; su altura técnica en desbrozar sus propias transcripciones de Albéniz -en especial la Leyenda, sin olvidar la cálida Granada o la impetuosa Sevilla- o las páginas de Torroba y Turina, con su Fantasía Sevillana elevaban el tono placentero de una música española para una guitarra popular, pero con alma clásica, en una de esas noches cálidas que sólo se pueden disfrutar entre arrayanes y reflejos en el estanque del milagro de una arquitectura imposible fuera de los sueños.

La emotividad subió enteros cuando cerró el programa con tres obras de su padre, Celedonio Romero. Su Suite andaluza está embargada de ese andalucismo sincero, no falseado, pese a sus rasgueos, zapateados y fantasías inmersas en la obra. Es una visión emotiva de una tierra vista con ojos de emigrante, pero con alma muy hundida en lo cercano que se acrecienta con la lejanía. Ahí está, por ejemplo, el trazo de emoción con que Pepe Romero regaló la primera obra de su padre, Noche en Málaga, que dedicó a su esposa, como expresó con palabras que subrayaba el 'milagro' de una noche que para él y para muchos aficionados a la guitarra española, sería inolvidable. Y para dejar flotar los sonidos en el mítico patio, se despidió con Recuerdos de la Alhambra.

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