El amigo mitificado ignacio Sánchez Mejías
García Lorca, como otros poetas de la Generación del 27, sufrió con la muerte del torero Los versos que le dedicó consiguieron que no quedara en el olvido
No eran exactamente las cinco de la tarde y además Ignacio Sánchez Mejías no murió en la plaza de toros. Cualquiera que haya leído el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca pensará que esta página de periódico empieza con una frase totalmente equivocada. Y en cierta forma tiene razón, porque si sólo leemos los versos de Lorca lo que precisamente queda claro es la hora de la muerte del torero en la misma plaza en la que sufrió la cogida.
Pero la realidad de esta Elegía -de cuya publicación se cumple en marzo el 80 aniversario- es que Lorca se la escribió no sólo a un torero, sino también a un amigo. Ignacio Sánchez Mejías, nacido en Sevilla en junio de 1891, era un torero que compartió época con algunos de los más grandes del toreo, como Rafael el Gallo, Juan Belmonte y Joselito, que también era su cuñado. Pero además era un gran aficionado a la literatura, redactaba él mismo las crónicas de algunas de las corridas en las que intervenía y estrenó una comedia y un drama.
En esta faceta de 'literato', Sánchez Mejías fue el impulsor -algunos autores sostienen que también lo financió, aunque otros, por el contrario, creen que sólo lo apoyó- del encuentro de escritores y poetas que tuvo lugar en diciembre de 1927 en el Ateneo de Sevilla en el tercer centenario de la muerte de Góngora y que después dio lugar a la llamada Generación del 27.
Tras aquella reunión, muchos de los escritores y poetas mantuvieron una relación muy estrecha con Sánchez Mejías, de quien se consideraban amigo, hasta su vuelta a los toros en 1934 -se había retirado en 1927-, que terminó con su muerte en agosto de ese año. Aquella tarde en la plaza de Manzanares (Ciudad Real), en la que por cierto sustituía a otro matador, sufrió una cornada en la ingle al recibir de muleta a su primero, de nombre Granadino, que dos días después, y tras su insistencia en ser trasladado a Madrid sin que le tocasen la herida, le provocó una gangrena gaseosa que le causó la muerte.
Este fue el fin de un torero y el principio de un mito. Para crearlo, los poetas tuvieron que poetizar la cogida como una muerte heroica, pero varios elementos dificultaban esta perspectiva, como señala Ryan Judd en su estudio titulado La elegía del 27 a Ignacio Sánchez Mejías: "el hecho de que la cogida es un accidente bastante común en las corridas de toros, la realidad de que Sánchez Mejías era un torero mediocre y de edad madura, y la verdad de que no muirió en la batalla, sino en la agonía dos días después". "Al elogiar a Ignacio -continúa- se solucionan estas dificultades con una glorificación del momento de la cogida, una mitificación del torero y una fusión temporal de los momentos de la cogida y la muerte".
En el Llanto de Lorca, el poeta pasa por cuatro etapas del luto: el reconocimiento del hecho, la negación y rechazo, la aceptación de la muerte y la contemplación de la ausencia del amigo.
En la parte titulada La cogida y la muerte el poeta ya está uniendo esos dos momentos que, en la realidad, pasaron en días diferentes. Con el conocido estribillo "a las cinco de la tarde", todo se para en ese momento de la cogida -que además tuvo que ser más tarde porque aunque era el primer toro el percance se produjo en la faena de muleta- y finaliza con la muerte, que de esta manera queda ligada al momento mismo de la cogida en la plaza.
En ese proceso, habla del "sudor de nieve" que fue llegando a la cara de Sánchez Mejías y que indicaba la gravedad de su herida y da otro dato relativo a la consecuencia que tendría: "la muerte puso huevos en la herida", en referencia a que en ese rato en la plaza pudo entrar la bacteria de la gangrena que le mató.
El título de la segunda parte, La sangre derramada, hace referencia a la sangre que quedó sobre la arena y que tanto impresionó al poeta, pero también la convierte en un símbolo y da idea, otra vez, de que la muerte ocurrió en la arena. La negación tanto del hecho en sí como de la imagen queda patente en el claro estribillo "que no quiero verla", que repite varias veces al final: "Yo no quiero verla" y que le confirma la inutilidad imperturbable de la muerte.
En este bloque consigue una representación del espíritu de Ignacio al decir de él que "por las gradas sube Ignacio con toda su muerte a cuestas", desde donde "buscaba su hermoso cuerpo", lo que otra vez vuelve a mostrar a Ignacio muerto en la arena.
Cuerpo presente y Alma ausente forman la tercera parte del Llanto, en la que la voz del poeta "pasa por la etapa de negar el hecho de la cogida y empieza a enfrentarse con la realidad del hombre muerto", especifica Ryan Judd. La primera de ellas presenta imágenes tristes como los "cipreses helados" o las "lluvias grises" y al mismo tiempo reconoce la muerte al repetir "ya se acabó". Concluye dirigiéndose al amigo: "Vete Ignacio. No sientas el caliente bramido" y con un hecho sin vuelta atrás al afirmar que "¡También se muere el mar!".
Alma ausente se inicia con la constatación del hombre que ya no va a volver, al que no conoce "el toro ni la higuera, ni caballos ni hormigas de tu casa". Al repetir "porque te has muerto para siempre" el poeta acepta al fin, y de forma definitiva, la muerte de su amigo, al que recuerda con una "brisa triste por los olivos". Esta última parte, como señala José Carlos Rosales en Una lectura del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, "persigue y consigue salvar a Ignacio de la segunda muerte, la del olvido".
En resumen, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca puede considerarse la mitificación del torero, y en él la cogida representa el momento en el que comienza este proceso. Si Ignacio hubiese sido corneado por un toro y dos días después hubiese muerto de gangrena en un hospital, sería un torero cualquiera, un hombre cualquiera. Pero, al ser un amigo al que no se quiere olvidar, es necesario que la muerte sea en el lugar de la 'batalla' para que se convierta en heroida y dé paso así al mito que ha llegado hasta nuestros días.
De este modo, la estrategia del poema, según Judd, es ir "desde el día de su muerte hacia atrás y representar la cogida como el verdadero momento de su muerte", de manera que los hechos de esa tarde "se transforman en un drama de implicaciones universales y míticas".
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