Drama y color lorquianos

Festival de Granada. Valderrama & Kadouch | Crítica

Ana María Valderrama y David Kadouch presentan en el Centro Federico García Lorca su reciente álbum dedicado al poeta granadino

Ana María Valderrama y David Kadouch en el Centro Federico García Lorca.
Ana María Valderrama y David Kadouch en el Centro Federico García Lorca. / José Velasco / Photographerssports
Pablo J. Vayón

03 de julio 2024 - 10:32

La ficha

VALDERRAMA & KADOUCH

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73 Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Ana María Valderrama, violín; David Kadouch, piano.

Programa: Lorca, in memoriam

Francis Poulenc (1899-1963): Sonata para violín y piano FP 119 [1943/1949]

Manuel de Falla (1876-1946): Danza española nº1 de La vida breve [1905] en arreglo de Fritz Kreisler [1926]

Reynaldo Hahn (1874-1947): Sonata para violín y piano en do mayor [1927]

Federico García Lorca (1898-1936) / Alberto Martín (1980): Canciones españolas antiguas: Nana de Sevilla / Los reyes de la baraja / Zorongo / Las tres hojas / Las morillas de Jaén / Los cuatro muleros [2022]

Lugar: Centro Federico García Lorca. Fecha: Martes, 2 de julio. Aforo: Lleno.

La violinista madrileña Ana María Valderrama y el pianista francés David Kadouch grabaron el año pasado para el sello granadino IBS Classical un CD titulado Lorquiana, obviamente dedicado a García Lorca, que salió al mercado hace unos meses y el dúo ha venido a presentar al Festival en un concierto gratuito que propició un lleno absoluto de público.

El sonido de Valderrama es esencialmente lírico, pero en el arranque del recital mostró su versatilidad, pues se hizo grueso hasta lo dramático. Para enfatizar el efecto, la violinista había empezado recitando unos versos de Poeta en Nueva York ("Cuando se hundieron las formas puras/ bajo el cri cri de las margaritas,/ comprendí que me habían asesinado") en un intento de contextualizar la Sonata de Poulenc, escrita en plena Segunda Guerra Mundial y dedicada a la memoria del poeta. El habitualmente jovial, límpido y bromista compositor francés se vuelve aquí retorcido, fatalista, incluso hosco en una obra con perfiles que rozan lo descriptivo (ese disparo que suena al final del primer movimiento en el abrupto pizzicato del violín). Y así lo interpretaron Valderrama y Kadouch, de forma descarnada y brutal, con ataques imperiosos, contrastes muy marcados y valorando la retórica, los afectos, más que la propia línea musical, aunque la afinación fue en todo punto impoluta. En ese contexto, el Intermezzo ("Très lent et calme", escribe Poulenc) adquirió tintes más inquietantes que verdaderamente apaciguadores.

El recital tornó al color con una interpretacion plena de vigor y virtuosismo de una de las danzas de La vida breve de Falla en la chisposa transcripción de Fritz Kreisler. Radical giro de guion de nuevo con la Sonata en do mayor de Reynaldo Hahn, que es casi un universo en sí misma. Gran melodista, Hahn empieza escribiendo en un estilo puramente clásico con obvio regusto francés, pero de repente en el segundo movimiento se acerca a la moda del futurismo con Veloce, una especie de broma musical en la que se imita el motor de una motocicleta, para tornar en el ultimo movimiento a un lirismo extasiante. Ya desde Poulenc los dos intépretes habían dado muestras de integrar sus maneras en una sola mente musical, pero si hasta ese momento la atención pareció más concentrada en el violín de Valderrama, ahora se abrió a los dos por igual, más dúo que nunca, en un momento en el que se requiere de ellos una especial ductilidad, por esa variedad de ataques, articulaciones y matices que requiere una obra en esencia extraña (y acaso por eso sea tan poco interpretada) para la que encontraron un equilibrio ideal.

El final del concierto volvió al color popular con seis de las canciones españolas antiguas que en su día armonizara García Lorca y que para la ocasion arregló el malagueño Alberto Martín de forma extraordinariamente creativa. Martín hace de cada canción un campo de experimentación, en el que sin perderse de vista la melodía original se juega con las armonías, la mezcla tímbrica y las ornamentaciones con extrema libertad. Son además arreglos que están pensados para que el dúo luzca como eso, como dúo, pues los dos instrumentos dialogan entre sí, intercambiándose continuamente jirones de melodía, pero también tienen espacio para perorar en solitario. Una vez más, la complicidad y la versatilidad dominaron unas interpretaciones en las que hubo virtuosismo, elegante musicalidad, giros jazzísticos y hasta toques de humor, con un final sorpresivo, al irrumpir en escena en medio de Los cuatro muleros el pianista malagueño Luis del Valle, esposo de la violinista, armado con un cajón flamenco para añadir otra nota de color rítmica a la tarde. Luego el dúo no quiso dejar fuera de su presentación la última obra registrada en el CD e interpretaron fuera de programa Verlaine, uno de los retratos de la compositora argentina Alicia Terzian, que remata en efecto el álbum y cerró de igual forma, con sosiego, un inspirador recital.

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