Piezas de Víctor González y Laura Vinós.
Piezas de Víctor González y Laura Vinós. / R. G.
Bernardo Palomo

16 de julio 2024 - 12:05

No es el mejor momento para el fenómeno de las galerías de arte. En los últimos años hemos asistido al cierre definitivo de espacios que habían sido referencias absolutas en un paisaje artístico que cambiaba sus estructuras de forma manifiesta. La propia realidad social patrocinaba infinitas nuevas posiciones y mantener los esquemas del pasado en un estamento complejo era algo harto complicado y hasta erróneo si se pretendía subsistir en un universo que se abría a nuevas fórmulas de actuación. Galerías señeras, de importancia capital en el arte contemporáneo -hace muy poco se ha conocido cómo la todopoderosa Galería Marlborough ponía fin a su esclarecedor e histórico deambular -clausuraban sus espacios dejando vacíos considerables. Los derroteros que tomaba la profesión artística, las nuevas tecnologías y su inexorable discurso en el transcurrir de una existencia totalmente diferente a la que había hacía muy poco, exigían nuevas actuaciones. Era lógico que, o te renovabas y buscabas otros planteamientos expositivos o te quedabas anclado en un pasado que sólo aportaba el testimonio de otro tiempo, ilustre pero pretérito, dejando un estamento de brumoso aburrimiento con lo mismo de siempre. Esto lo estamos comprobando, con pesar, en algunas galerías históricas que ven, impertérritas, pasar ante sus puertas una nueva realidad que exige posiciones distintas a las que eran, hace muy poco, habituales. Sin embargo, las que se revisten con los ropajes de lo nuevo, las que se abren a los horizontes de una globalidad sin fronteras, las que apoyan a los jóvenes sin reparos ni exigencias esquivas... son galerías que se mantienen en forma y dejan constancia de una fortaleza y vocación de futuro amplia y trascendente. Las otras, subsisten a duras penas, ancladas en los esplendores pasados y con motores pesados que funcionan a medio gas. Su futuro se antoja tan gris como su plúmbeo deambular.

La galería

Hace cinco años, cuando ya el proceso renovador de las galerías era un hecho y el sistema tradicional estaba ampliamente cuestionado, se ponía en marcha, en el Muro de los Navarros, casi en la sevillana Puerta Osario, Di Gallery. Sus entusiastas y valientes directores, Juan Cruz que, fue el primero, el fundador, el que da los pasos iniciáticos y Santiago Bedoya y Rocío Márquez, como codirectores, ideaban un proyecto que tenía como base sustentante a los artistas jóvenes de mayor proyección y a algunos más veteranos de calidad contrastada y lúcida trayectoria como protagonistas de un catálogo que abre, sin duda, las amplias perspectivas de un arte contemporáneo donde tiene cabida todo aquello que esté sustentado en la verdad creativa, en la conciencia artística y en el rigor plástico. En estos cinco años hemos sido testigos de las buenas formas que deben regir en este tipo de actuaciones, generando episodios expositivos abiertos, sensatos, con desenlaces acertados en torno a lo mejor del arte nuevo y a sus más interesantes realizadores. Además, ha sido galería que no se ha encerrado en las buenas posiciones de su espacio natural sino que ha asumido los siempre imprevisibles caminos de las Ferias de Arte donde se dilucidaba la realidad de un arte que necesita amplitud de miras y horizontes amplios de proyección internacional. Así, ferias importantes como ArteSantander, Justimad, Estampa, Art Fair (de Turín) y últimamente Urvanity han contado con la presencia de la galería sevillana en sus programas generales.

Pero DI Dallery ha sido algo más, goza del espíritu romántico de aquellos espacios donde el arte por el arte era lo primero, donde las relaciones personales ofrecían encuentros y abrían espacios teóricos que, más tarde, llegaban a puertos formales. Di Gallery no es el sumatorio de artistas, la relación de un simple catálogo hecho con justa solvencia; es el punto donde se unen las conciencias artísticas de muchos; el organigrama compuesto desde el contacto directo con los artistas, con los jóvenes recién salidos de las Facultades, con los que tienen mucho que decir y están huérfanos de vida artística, con los artistas veteranos que aportan lúcida credibilidad. Es el diálogo directo con la crítica, con el estamento cultural, con el sector económico... con la propia sociedad. Y eso se ha hecho realidad en estos cinco años. DI Gallery es un proyecto abierto; la propia exposición que, ahora, conmemora el feliz lustro define las intenciones claras de la Galería: La simultaneidad de lo radicalmente dispar. Ese es el título y esa es la intención que marca los rumbos. Unir en un mismo momento, físico y temporal, lo que es distinto y dispar.

La muestra

Luis Gordillo en su atalaya de fortaleza creativa en plena jovencísima madurez compartiendo espacios con los que empiezan y muestran lúcidas posiciones: Julia Santa Olalla, Sofía González, Laura Vinós, Cachito Vallés, Miguel Scheroff, Agus Díaz Vázquez o Víctor González, por citar algunos jóvenes de contundente porvenir. La sapiencia indiscutible de Concha Ybarra, Dionisio González, Paco Pérez Valencia, Santi Ydáñez, o Rubén Guerrero. La aplastante seguridad de Nacho Estudillo, Amaya Suberviola, Miguel Gómez Losada, María Medem, Mariajosé Gallardo, entre otros. Y así, Alejandro Ginés, Carlos Martínez, Irene Molina, Manuel M. Romero, Pablo Marchante, Juan Narowe, Pablo Padilla, Rosa Aguilar, Pepe Domínguez, Zesar Bahamonte, Rubén Martín de Lucas, Raquel Serrano, Silvia Cosío, Seleka, SRGER y Miguel Ángel Cardenal.

El proyecto de Di Gallery en estos cinco años es un modelo a seguir; una realidad acorde con los tiempos.

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