El arte sin fronteras de Rocío Molina
La bailaora malagueña presentó su nuevo espectáculo ‘Caída del cielo’ en el teatro Isabel la Católica de Granada como parte de la programación del Festival Internacional de Música y Danza
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Granada/Al arte no se le pueden poner ni barreras ni lindes ni puertas ni vetos. El flamenco, históricamente, ha estado sustentado y mantenido por cierta tradición purista que ha impedido su evolución, sobre todo en el cante. La danza flamenca y el toque, por suerte, han evolucionado con libertad absoluta pero sobre todo, sin trabas ni impedimentos clasistas que hayan querido o podido anquilosarlo y detenerlo.Teniendo en cuenta que el flamenco es de los géneros artísticos con más mezcla y contaminación de otros géneros que existen no cabe pretender que se hable de pureza como concepto.
Rocío Molina, bailaora malagueña, presentó su nuevo espectáculo ‘Caída del cielo’ en el teatro Isabel la Católica como parte de la programación del Festival Internacional de Música y Danza. Para ella la tradición, las enseñanzas, el aprendizaje, la evolución, la creación, la emoción y el sentimiento son todos uno que confluyen en la potestad autónomade expresarse libremente, sin filtros y sin cuerdas de seguridad. Porque no las necesita, del mismo modo que el campo no necesita puertas. Será por esto que Rocío ha aprendido de la tradición para desaprenderla, reinventarla y redirigirla sin más pretensión que sentir y transmitir. He aquí el éxito de obras como ‘Caída del cielo’ en lasque la libertad como mensaje axiomático guió a su elenco y a su cuerpo.
Su percepción de la danza se basa en descubrir, construir y deconstruir elmovimiento y sus bondades para generar arte. En mayúsculas. Suespectáculo es una composición de ruido, de transgresión, de performance constante y de aparente improvisación que provocan al espectador a cada momento. Con un guion preestablecido, los impulsos de su baile y de sus músicos de adaptan al momento, a la tensión escénica que se genera sin más intención que la de crear, vivir y sentir.
Así comienza. De la quietud de su semblante con bata de cola blanca, tomando tierra y arrastrada en el escenario al estruendo rockero de Morenteen su versión del poema ‘Vuelta de Paseo’ lorquiano al que Enrique supo dar música en su álbum ‘Omega’ (1996), todo fue en la vertiente musical un recorrido anárquico por diferentes músicas, todas ellas flamencas. Ecos de tarantas, guajiras, garrotín, tangos de Málaga, seguiriyas, soleá, bulerías, fandangos y un largo etc. adornados con el cante de José Ángel Carmona y Kiko Peña que además tocaron bajo y guitarra eléctrica, la guitarra de Óscar Lago y las percusiones y electrónica de Pablo Martín Jones, todos ellos artistas multidisciplinares que dieron, más si cabe, sentido a la obra. De este modo, los pasajes se sucedían entre la guitarra eléctrica, la flamenca, la batería y los cantes. Ruido y silencio fueron de la mano. La taranta de Jose Ángel Carmona entre el Cojo de Málaga y José Cepero, para revivir los fandangos caracoleros con remiendos del Enrique el Mellizo, provocaron la desnudez integral de la bailaora, en sentido literal, adornada posteriormente con bolsas de patatas fritas o Doritos, a saber, que masticaron los músicos mientras Rocío, con mallas y rodilleras extrajosu lado más flamenco que comenzabaa aflorar y que no abandonó en ningún momento. Con sombrero cordobés emuló a Pepe Marchena o Valderrama en lo exclusivamente visual.
Cambió el tercio y con batín japonés y palo, usó los pies para percutir el escenario sin más fronteras que la danza al compás de tangos. El trasvase musical vino con la ‘Leyenda del tiempo’ con los músicos al completo dando fogonazos camaroneros sin llegar a rematar pero la esencia estaba y estuvo por lo que no hizo falta proseguir para señalar el punto flamenco al que quisieron dirigirnos. Su baile, entrando en faena, fue sencillamente espectacular. Vanguardia y jondura se dieron la mano sin tocarse pero abrazándose emocionalmente. De ahí la grandeza de Rocío.
La performance más experimental vino cuando Molina se encintó unvestido lleno de tinta, que sacó de una caja y con la que esparció manchas por el escenario, por su cuerpo y por el aire. No dejó indiferente a nadie. Con dosis de erotismo, volvió a experimentar con su cuerpo, jugando a dos con la proyección en el escenario de la misma coreografía que ejecutaba sobre el escenario.
Para rematar la noche, convirtieron el escenario en una sala setentera, al aire de rumbas próximas a Los Chunguitos, Los Calis o Los Amaya. Se revolucionó no sólo ella, sino el completo de espectadores del teatro cuando bajó y se paseó por el patio de butacas regalando flores, buscando una complicidad final no forzada que desembocó en un estallido de aplausos en los que el público valoró una propuesta tan arriesgada como moderna, tan clásica como flamenca y tan vintage como vanguardista.
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