La silente esencia de lo metafísico

Artistas de Granada | Cristina Megía

En los cuadros de Cristina Megía, una pintora muy necesaria afincada en la ciudad, hay un análisis extremo de la realidad; y una mirada distinta que amplía el organigrama representativo

Cristina Megía posa en su estudio / G. H.
Bernardo Palomo

04 de noviembre 2020 - 22:11

Granada/No es Cristina Megía natural de Granada; pero sí es, como otros tantos, artista de la ciudad. Aunque nació en Valdepeñas, ella es, como decía, Max Aub, de donde estudia y de donde vive la primera felicidad sentida. Ella estudio Bellas Artes en Sevilla para, más tarde, recalar en Granada donde, en su universidad, estudió Historia del Arte; dos carreras complementarias que le van a servir para conocer los muchos entresijos de un arte al que ella accede con las alforjas muy bien provistas. Tuvo, además, la gran suerte de contar con el sabio y lúcido asesoramiento de Belén Mazuecos que cuidó sus primeros pasos y comisarió sus primeras comparecencias.

Todo un lujo, como le ocurrió a otros muy buenos artistas, jóvenes emergentes y de media carrera -Alegría y Piñero, Cristina Ramírez, Álvaro Alvaladejo, Miguel Scheroff, Mariana Piñar, Timsam Harding, Oihana Cordero, Carmen González Castro, Kasia Pacholik, Laia Arqueros, entre otros-, que han formado la columna vertebral de esa creación importantísima que tiene lugar actualmente en Granada y que sirve para poner en valor las muy buenas actuaciones que acontecen en una ciudad que está aportando mucho y muy bueno al arte contemporáneo que hoy se hace en nuestro país.

Muy pronto la creadora supo encontrar el camino adecuado de la profesión y pisar con fuerza sus complejas sendas. Comienza a ser reconocida obteniendo varios premios de alcance internacional y capital importancia en el contexto general del arte español -el de Valdepeñas, el Ciudad de Manzanares, el Ibercaja de Zaragoza, el José Arpa de Carmona, el Certamen Joven de Artes Plásticas de Granada, el Antonio López de Tomelloso, el de Jóvenes Artistas de Castilla la Mancha, el Alonso Cano de Pintura de la Universidad de Granada, entre otros-.

Una obra suya titulada 'Ultima hora de un verano' / G. H.

También su historial está lleno de importantes becas -la de la Fundación Pilar y Joan Miró de Palma de Mallorca, la de la Antonio Gala para jóvenes creadores de Córdoba, la de la Unión Fenosa de La Coruña, la Beca de Residencia Artística Internacional Kunstnarhuset Messen en Ålvik, Noruega, la Residencia Nautilus de Lanzarote, por citar sólo alguna-. Pero, sobre todo, destaca por su particularísima pintura que responde a unos principios acertadísimos donde se pone de manifiesto un concepto plástico que, además de yuxtaponer los planteamientos de la pintura tradicional, abre infinitos horizontes para que por ellos aparezca una realidad nueva, definida con solvencia pictórica y trascendencia creativa.

Un artista al margen de modas

Megía es una autora que pinta con mucha claridad de ideas. Sus obras la definen como una artista que lo tiene claro, que está al margen de modas y que realiza una pintura llena de sentido; adscrita sin ambages a un realismo donde se manifiesta una sensatez pictórica en la que se superpone un conocimiento de la historia del arte para acceder a un desarrollo personal que deja entrever espacios llenos de emoción y suma inquietud; estancias donde anida la quietud y donde se presiente una especie de silente atmósfera que detiene el tiempo y magnifica esa realidad estancada en un momento.

En sus obras hay serenidad metafísica, los objetos representados acusan ese tiempo detenido que potencia el sentido de los mismos, que crea un paisaje de interior casi retenido al modo cinematográfico y que, además nos muestra unos personajes pausados, inalterables, solitarios y profundamente melancólicos.

Megía es autora de una pintura en la que los espacios y el tiempo pierden sus argumentos para ofrecer esos paisajes de interior, cotidianos, en los que la intimidad queda suspendida eternamente y los ambientes aparecen llenos de una brumosa nostalgia y un espíritu de mística silente y los personajes posan para sí, sometiéndose a ellos mismos y a una profunda introspección.

Otra obra de Megías / G. H.

Su pintura nos sitúa ante una figuración sin complejos; absolutamente necesaria en un universo de extravíos y, a veces, sinrazones. Una pintura que va más allá de lo que la propia mirada abarca y lo real ilustra. En sus obras hay paisajes hacia dentro, escenas de supremo intimismo que potencian los signos representados, que formulan un metalenguaje de los elementos que componen tales espacios y que, además, contribuyen a plantear los esquemas de un nuevo realismo alejado de fórmulas esquivas e impostadas.

La pintora nos conduce por una figuración sintética, sin estridencias compositivas ni estructuras pictóricas extravagantes. En su obra hay un análisis extremo de la realidad; una mirada distinta que amplía el organigrama representativo; que matiza los recursos compositivos para hacerlos más puramente pictóricos. Estamos ante una artista necesaria; una pintora pintora que ejecuta los criterios artísticos perfectamente acomodados en fondo y forma y que, asimismo, actúa sin complejos, consciente de que su pintura es personal y que argumenta una realidad hacia dentro, callada; un relato visual que no deja indiferente y que patrocina supremos estados de emoción.

En un universo de muchas alternancias, de excesos y compromisos, a veces, con poca sustancia creativa, la obra de Megía sobresale en un horizonte donde abunda la hojarasca desvirtuante. Su obra es un bello episodio artístico, conscientemente realizado y sin complejo alguno.

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