La banda sonora como icono universal
Crítica
Eastwood, padre e hijo, han creado un extraordinario universo fílmico y musical

En nuestro siglo XXI, ya desde todo tipo de pantallas, la cultura audiovisual ayuda a fijar y comprender otras artes, que casi no existirían sin su dimensión mediática. Amar el cine es valorar su música, como demostraba este verano en Granada el excelente trabajo de las bandas de Churriana y Huétor Vega, una cantera que es presente y futuro. El caso de la relación entre el cine y el jazz viene de muy antiguo, con libros que profundizan en ello, como los de Carlos Aguilar o Roberto Sánchez. Precisamente y, por error, se suele decir que la primera película sonora de la historia fue El cantor de jazz, de Alan Crosland, aquel joven con una alocada vida en los cabarés frente a un padre estricto y poco sensible al movimiento musical de la época. Uno de los primeros ejercicios de sonoridad fílmica, por tanto, hacía referencia, incluso en el guion, al mundo del jazz. Kyle Eastwood, el contrabajista y compositor que ha visitado Granada en esta edición del festival, no solo tuvo siempre el apoyo de su padre, sino que se impregnó de ese amor a las artes. Es lo que tiene que, a los 9 años, tu primer concierto sea el de la banda de Cole Porter y, además, te lo presenten personalmente. El esfuerzo didáctico provenía de uno de los mejores directores de cine de la historia, pianista aficionado y apasionado por el jazz. Tanto, que los que amamos esta música le debemos la insuperable película Bird, una narración de la vida de Charlie Parker, cuyos arreglos de esos grandes estándares del be bop se deben a Jenny Niehaus. Y Kyle ya estaba por allí.
El trabajo que se ha presentado en Granada, Cinematic, es un recorrido por bandas sonoras que son iconos universales, como Taxi Driver, de Bernard Herrmann; La pantera rosa, de Henry Mancini o Cinema Paradiso, de Ennio Morricone. Son tan nuestras esas melodías que nos emociona revisarlas una y otra vez. Sin embargo, la sutileza ambiental creada por las composiciones propias de Kyle Eastwood, con bandas sonoras para películas de su padre, como Gran Torino, se salen del arquetipo icónico y aportan una nueva atmósfera, con instantes de gran belleza sonora y armónica. Es ahí, en la composición, donde hay que olvidarse precisamente de la idea de ser hijo de quien es, de manera que se produce un efecto como el de Matías Prats, valiendo cada generación tanto como la anterior.
Kyle Eastwood Band Cinematic
Kyle Eastwood, contrabajo y bajo eléctrico; Andrew McCormack, piano; Quentin Collins, trompeta; Brandon Allen, saxos tenor y soprano; Chris Higginbottom, batería.
Fecha y lugar: sábado 12 de noviembre, Teatro Isabel la Católica.
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El cineasta y teórico soviético Kuleshov habló de una geografía ideal en el cine, un universo de la historia narrada, que solo existe en esa ficción, y nosotros pensamos los puentes de Madison y otras latitudes, reales o ficticias, desde este contexto sonoro. Es el mundo que los Eastwood han creado durante muchos años, su legado más valioso. Siendo cosas distintas, recuerda un poco a la pasión de Woody Allen por esta música y a su permanente recreación y construcción del mítico sonido de Manhattan.
A partir de esas claves, óptimas para introducirse en el jazz, la noche discurrió sin estridencias, muy pegada al coro principal en cada una de las interpretaciones, con solos de gran calidad, destacando especialmente el trompetista Quentin Collins y el saxofonista Brandon Allen. El estribillo conocido mandaba, como es lógico, y se volvía a él de manera delicada, aunque posiblemente con demasiada ortodoxia. Si alguien rescata las estructuras discursivas, los solos realizados y el circuito de compases de improvisación, podría utilizar este concierto para una sesión didáctica sobre qué es el jazz. El líder de la formación ha sabido rodearse de excelentes músicos, aunque en su caso es posible que él sea mejor compositor que intérprete.
Un teatro lleno pudo ensoñar y recorrer mundos, recordarse a sí mismo desde una gran pantalla imaginada. La única cuestión a mejorar sería el tono general del concierto, que resultó demasiado austero, ya que el público del festival está capacitado para escuchar un vuelo más suelto y más libre. Algo soso, en resumen, pero se comprende que este disco se ha diseñado sin aspavientos y con un gran respeto reverencial por la iconografía sonora. Adquirió un interés especial el cierre con un bis de una composición propia, titulada Andalucia, en la que José Miguel, de la primera fila, escuchaba ecos de Pedro Iturralde, pero que venía a demostrar que este artista es mucho más que su vital conexión con el cine. Esbozos musicales parecidos a los que ya hizo en su época Miles Davis sobre España. Por último, el momento photocall al término del concierto nos hacía sentir algo extraños. Kyle Eastwood, joven y bien parecido, se hizo amablemente fotos con quien quiso tener ese recuerdo de la noche, si bien el ritmo de venta de discos fue menor que el de retratos o selfies. Es el mundo de famoseo al que él está acostumbrado. También, se le agradece la presentación de los temas y su esfuerzo por expresarse en español. Personalmente, me quedo con la seriedad y la calidad de su arte.
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