Beatriz Serrano, autora de 'El descontento': "Pensábamos que nos íbamos a comer el mercado laboral y prácticamente nos ha comido a nosotros"

La periodista madrileña Beatriz Serrano se estrena en la novela con 'El descontento'. / Andrea Casino

Granada/Si a la vuelta de las vacaciones uno sufre un problema de insomnio, la capacidad de concentración se ve limitada, se tiene lo que algunos expertos denominan una baja "tolerancia al trabajo" caracterizada como una sensación de hastío o se llega a experimentar angustia vital, se puede estar sufriendo estrés posvacacional. El hecho de que este síndrome todavía no esté tipificado como tal en los manuales de diagnóstico no impide que muchas personas lo experimenten durante una o dos semanas. Ese es el periodo que se considera normal que se prolonguen los síntomas pero ¿qué ocurre cuando es el estado habitual? Cuando antes de hacer las malestas y huir se sabe que al regreso espera más de lo mismo, de nada sirven las listas de cinco, diez o quince consejos que abundan en los titulares de septiembre para que no cunda la desesperanza. Lo que no alcanza el periodismo puede abordarlo la ficción al menos en forma de vía de escape o del consuelo de la identificación. El descontento es una radiografía certera y en clave de humor sobre las crisis vividas por cualquier persona que trabaja, una novela de usos y costumbres del entorno laboral y de la sociedad actual. Un libro muy bien escrito que firma Beatriz Serrano (Madrid, 1989) y publicado por el Área de Temas Hoy del Grupo Planeta.

La autora se estrena en la novel, pero ha desarrollado una larga carrera en el periodismo digital, en el que se ha especializado en nuevas narrativas. Ha escrito para medios como BuzzFeed, Vanity Fair, GQ, Harper's Bazaar, SModa, Vogue El País. Además, junto al escritor Guillermo Alonso, es la autora de Arsénico Caviar, que fue galardonado con el premio Ondas en la categoría de Mejor Pódcast Conversacional en 2023. 

En esta obra narra la historia de Marisa, una mujer en la treintena que vive anestesiada mediante orfidales y vídeos de YouTube para soportar su día a día en una agencia de publicidad. Acude presencialmente a la oficina para ahorrar dinero en aire acondicionado durante el sofocante agosto madrileño. Marisa odia su trabajo, pero no puede dejarlo. Los días previos a un team building organizado por su empresa, su ansiedad se dispara: compartir un fin de semana entero con sus compañeros le resulta insoportable y el recuerdo de la tragedia de una compañera la atormenta. A medida que pasan los días su máscara social salta por los aires en un fin de semana de hilarante locura.

Pregunta.-El éxito de la novela entre público y crítica, que la ha calificado como una novela generacional, prueba que ese descontento está ahí.

-Estaba bastante alucinada con la recepción. Me llama la atención la respuesta de gente que no esperaba que se fuese a sentir tan identificada. Mi padre es un señor de seseintatantos años y funcionario público que nunca ha vivido las dinámicas de la empresa privada que he podido vivir yo, pero ahora me hablaba que echando la vista atrás y tenía esa misma sensación de descontento por haberle dedicado tanto tiempo a su carrera y menos a la familia. A lo mejor esta etiqueta generacional no estaba tan bien aplicada porque ¿qué diferencia hay entre que Marisa tenga 30 o tenga 50 años? En la novela hay mucha presencia de internet, muchas redes sociales con una protagonista con adicción a YouTube, pero cambias esa adicción por otra y Marisa es mi abuela. Puedes sustituirla por cualquier otra anestesia del día a día, como la del señor que pasa las tardes en un gimnasio. Me he dado cuenta que al final de lo que hablo es mucho más universal.

P.-¿Podía entenderse también como una novela de la crisis de la clase media?

-No quería hacer un retrato de la precariedad, me parecía que era menos interesante hablar de la crisis económica que hacerlo de una crisis existencial. Aunque es necesario reflexionar sobre el propio concepto de clase media, porque parece que nadie se pone de acuerdo a la hora de definirlo: se atiende al nivel de estudios y se considera si se tiene un título universitario, es por nivel económico... Está extendida la idea de que todos somos clase media cuando en realidad nosotros somos clase trabajadora, por no decir clase obrera que se vincula a un trabajo más manual. No pertenecemos a la clase a la que creemos pertenecer. Tenemos comodidades que nuestros padres o abuelos no tenían, pero son comodidades muy precarias.

P.-¿Ese descontento está motivado sólo por el mercado laboral o hay más factores?

-Creo que se unen varios. En mi generación hemos crecido con una identificación absoluta entre quienes somos y lo que hacemos. El segundo viene motivado por la crisis económica de 2008 y las sucesivas crisis, incluidas la sanitaria. En el caso de los milenial pensábamos que nos íbamos a comer el mercado laboral y prácticamente nos ha comido a nosotros. El tercero viene determinado por una crisis de identidad porque a raíz de la pandemia hemos metido el trabajo en nuestras casas hasta la cocina haciendo que el mercado laboral ya no sea de ocho horas y que se pueda diluir a lo largo del día. Se puede recibir un mensaje de un compañero de trabajo o de tu jefe a las nueve de la noche. Esto ha venido acompañado por el auge de las redes sociales en las que estamos constantemente haciendo autobombo de nosotros mismos. Creo que al final de los que estamos hablando es de una crisis de identidad: me he preparado toda mi vida para esto pero no sé ni lo que hago y hacia donde me está llevando. Porque no hay un fin claro, no podemos decir por ejemplo si trabajo en esto me puedo comprar una casa. Además, vivimos un momento en el que debido a todos movimientos feministas nos estamos replanteando las mujeres nuestro rol en la sociedad, en todos los ámbitos y contextos. Por ejemplo, hay muchas mujeres que están abogando por una vuelta a unas maternidades más tradicionales porque a lo mejor no quieren ser superfejas.

P.-Si no se externalizaran los servicios de la maternidad tradicional los niños no sobrevivirían porque la biología de la especie no ha podido evolucionar al ritmo de las necesidades del mercado laboral. El tema de la maternidad es otro que no ha querido dejar pasar en la obra pero no directamente.

-Sí, en una escena una compañera de Marisa anuncia su embarazo y es entonces cuando la protagonista se plantea ese doble rasero para juzgar a la mujer, porque parece que todo estorba. Es decir, si se queda embaraza se hacen como muchas fiestas, pero luego a la gente le jode porque piensa: "Hostia, esta se va a coger la baja y ahora nos quedamos aquí a medio gas y voy a tener que hacer yo el doble de trabajo". Y en cuanto a la conciliación, me parece que tenemos metida en la cabeza una idea que es errónea porque debería estar destinada a la conciliación entre vida laboral y personal, independientemente de tus circunstancias. Te vas a las cinco porque se ha terminado tu jornada laboral y tienes todo el derecho de irte a tu casa para cuidar de un niño, cuidar de un anciano o a darle un beso en la cabeza a tu gato. Me parecía que era un melón interesante que abrir sin que fuese desde la propia maternidad por eso no quería que fuese Marisa la que se queda embarazada, sino que viese lo que sucede alrededor, lo que le van a exigir a esa compañera. Y luego pasa otra cosa, cuando vuelve una mujer de una baja por maternidad con los cambios que ha sufrido su vida, su cuerpo, las faltas de sueño... -y todo eso contando con que el niño haya salido sano- se espera que a la semana vuelva a estar al cien por cien. Pero, vamos a ver, su vida ha cambiado con un giro de 180 grados y no se puede exigir que trabaje en las mismas condiciones que antes de que eso sucediera.

P.-Sobre la exigencia de productividad, ha comentado en alguna ocasión que le había marcado el libro Cómo no hacer nada, de Jenny Odell. ¿Cree que está cogiendo fuerza el discurso contra la eficiencia y el tecnodeterminismo?

-En los últimos años hemos vivido de todas esas ideas que venían de los métodos de trabajo de Estados Unidos, que son al final lógicas muy neoliberales y muy individualistas, y ahora lo que se está produciendo ahora es un parón de la productividad por la productividad. Cuando surgieron los Apple Watch, la gente iba midiendo sus pasos como una loca. Me daba la sensación que estamos buscando, como comentaba Jia Tolentino, automatizarnos como si fuésemos máquinas en vez de seres humanos. Cualquier hobby o afición que se salga de los marcos de la productividad están todavía muy mal vistos. Por ejemplo, vaguear, estar tirada en el sofá, o ir a ver pájaros a un parque sin haber producido nada para el sistema y sin que eso pueda llevarte a algo más que la pura belleza y el puro deleite. Ponerte a estudiar un idioma no se hace porque te guste, sino para usarlo en reuniones. Se hacen cursos de oratoria para hablar mejor en público en el trabajo.

P.-En su caso, es una periodista con trayectoria en importantes medios nacionales y reconocida profesionalmente incluso con un Premio Ondas. ¿Ese desencanto del mercado laboral lo ha llegado a vivir o se ha inspirado en casos cercanos?

-Yo estuve trabajando en una empresa de medios estadounidense que en España cerró en 2019 y ahí me quedé sin trabajo. Me tuve que poner hacer muchas cosas que no estaban directamente relacionadas con el periodismo y empecé a pensar en la identidad, en esa mezcla de clasismo interiorizado o esnobismo que me llevaba a decir "hola, soy Beatriz y soy periodista", cuando en realidad era "hola, soy Beatriz y ahora mismo estoy en el paro" u "hola, soy Beatriz y ahora mismo estoy haciendo cosas de publicidad". Ahí viví ese descontento. Luego me di cuenta hablando con amigos que el trabajo se había convertido en una conversación central de nuestras vidas. Antes no nos incomodaba tanto, pero nos habíamos dado cuenta de la realidad, que nos habíamos dado de bruces. Además, la mayoría, yo incluida, estábamos fastiados: quien no tomaba orfidales tomaba antidepresivos o recurría a algo más natural y estaba todo el día con la tila como una señora victoriana. Descubrí que esa incomodidad estaba en el ambiente y me empecé a preguntar las causas. De ahí nació un poco este retrato que he intentado hacer de esta generación y de nuestra relación con el mundo laboral. Espero que este libro haga que nos preguntemos más cosas porque yo no tengo las respuestas. Si las tuviese habría escrito un ensayo.

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