Visto y Oído
Broncano
De flaco crepuscular a flaco endémico. De un madrileño nacido en Jaén a un madrileño que ha echado raíces en Rota. De un cantante con alma de poeta a un poeta de chupa de cuero. Son Benjamín Prado y Joaquín Sabina, que han unido humo, copas y versos en el disco Vinagre y rosas del cantante jienense. Acostumbrado a echar vinagre en las heridas, Benjamín Prado acaba de publicar Romper una canción, donde intenta desentrañar un secreto aún más inextricable que la piedra filosofal: cómo se hace una buena canción. Autor del poemario Siete maneras de decir manzana, ahora explica las siete maneras de comérsela junto al autor de Y sin embargo.
-Dice Joaquín Sabina que ahora tiene una vida aburrida y que aprovechó que a usted le había dejado la novia y así 'vampirizar' sus emociones para el disco...
-Joaquín me está echando una fama... Yo siempre he pensado que un clavo se saca con otro clavo, incluso mejor con cinco clavos. Joaquín y yo somos muy amigos desde hace más de 30 años y yo mato por él, y creo que al revés también. Pasé por esa 'nube negra' de la que tanto habla y pensó en hacer algo divertido conmigo para que pensara en otras cosas. Nos hemos divertido y ha sido excitante. Después de conocernos tantos años hemos salido bien de estos siete meses de pelearnos cada segundo por las letras, sin llegar a discutir. Hemos salido más amigos que nunca.
-¿Se siguen hablando?
-Sí, somos aún más íntimos amigos. Creo que hemos sacado la conclusión de que esto sólo podíamos hacerlo nosotros, no me veo componiendo un disco de esta manera con otra persona. Tenemos una especie de combustión que seguramente es irrepetible. Lo importante es que hemos hecho exactamente el disco que queríamos hacer.
-'Vinagre y rosas' es un disco muy importante en la carrera de Sabina. En las últimas giras no ha defendido casi sus nuevos temas. Quizás está en el momento de sacar nuevos himnos...
-Yo no puedo opinar, no sé qué piensa de sus otros discos. Lo que puedo decir es que en este le he visto más contento. Lo más importante es verle tan feliz, muy implicado en el disco. Ahora mismo está con los ensayos de la gira y dice que no se sentía así desde 19 días y 500 noches. Le veo contento con las canciones, pegando saltos de alegría, y creo que Sabina canta como los ángeles. Desde mi punto de vista es un gran cantante, sólo hay que escuchar el corte de Cristales de bohemia. Esto dicho por alguien que cree que no se canta con los pulmones sino con otra cosa. Lo mejor es verlo tan feliz con su disco.
-¿Con qué estribillo se queda, de cuál se siente más orgulloso ahora?
-De lo que estoy más orgulloso es que no podría elegir ninguno. Las canciones las hemos trabajado de manera obsesiva durante siete meses en un estado de abstracción absoluto, encerrados en el círculo del disco, pensando día y noche en las canciones, la mayor parte del tiempo juntos y cuando no a través de e-mail y teléfono. Cuando algo nos encantaba, lo que decíamos los dos era: "Lo podemos mejorar". Lo mejor es que, a estas alturas, no se puede decir que un verso lo ha escrito uno u otro, sino que cada verso está negociado, hablado, tiene una palabra mía y una suya... Ha sido un trabajo integralmente realizado a cuatro manos.
-¿Ha tenido cabida el ripio 'vacilón' que tanto usó Sabina en sus discos de éxito?
-Poco, sinceramente muy poco. Alguno habrá, pero no intencionado. Tuvimos en algún momento la tentación de hacer un rap pero no cabía, las letras son muy conceptuales.
-¿Le ha pesado el 'bestial' poemario de canciones de Sabina?
-No. Es una tierra quemada, un territorio conquistado. Joaquín, en mi opinión, ha escrito algunas de las mejores canciones de nuestro idioma, y lo que está claro es que hay cosas que no se pueden volver a hacer porque ya están dichas y porque no se pueden decir mejor.
-Hablar de prostitutas después de 'Una canción para la Magdalena' es casi imposible...
-Claro, pero se habla de otras cosas. Si para algo ha servido formar esta especie de monstruo de dos cabezas que hemos sido durante siete meses ha sido un poco para no ser ninguno más del cincuenta por ciento. Somos personas con muchas cosas en común, lecturas, música, gustos, incluso un carácter bastante compatible y mucha tendencia a la juerga y a la copa de más, al trasnoche. Pero bueno, es su disco. Yo siempre digo que es su disco, mi libro y nuestras canciones.
-¿Qué le sugiere la palabra SGAE ahora que sale como co-autor de unas canciones que van a ser éxito de ventas y se van a cantar en cientos de conciertos?
-Llevo mucho tiempo y Sabina y yo ya habíamos hecho alguna canción. Creo que va ser un bombazo y sólo la primera edición de mi libro van a ser 50.000 ejemplares y se va a editar aquí, en Argentina, en Colombia, en México... No es un libro sólo de cómo se ha escrito Vinagre y rosas. Creo que es además una especie de tratado de la amistad y una especie de taller de cómo se escribe una canción.
-Sabina dice que una buena canción es una buena letra, una melodía y algo más que nadie sabe lo que es pero es lo que te llega. ¿Han localizado ese algo más?
-En primer lugar, una buena canción se escribe cuando no te crees Joaquín Sabina. Se escribe peleando cada verso, cada coma, cada rima, siendo capaz de estar hasta las seis de la mañana buscando una palabra. Esto es bonito, ver como una persona como Joaquín no ha querido dar un paso hacia un sitio en el que ya hubiera estado. No creo que mucha gente pueda poner tanta fe en la poesía como él.
-¿Le van a dar ganas de subirse al escenario cuando acuda a los conciertos de la gira?
-Eso pretende Sabina. De vez en cuando hago esas cosas. Precisamente el martes estuve en un concierto en Barcelona y me obligaron a salir al escenario. Quizás lo haga. Sabina me quiere sacar en Madrid, en la Bombonera... Yo soy un animal que dependede la inspiración, es decir, de las copas que me haya tomado.
-¿Qué han ganado o qué han perdido los versos al ser musicados?
-He estado muy implicado, iba todas las tardes al estudio de grabación. Una cosa que nos pone muy cachondos a los dos es rematar las canciones en el estudio, cambiar versos ante la mirada asesina de los músicos. Pero Joaquín y yo nos metíamos en la pecera con nuestra copa, nuestro cigarrito y nuestros papelotes y cambiábamos cosas. Muchos de esos versos escritos al límite son de los que más nos gustan.
-¿Había una conciencia previa de buscar lugares comunes con el público para que cada canción parezca hecha a medida de cada fan?
-Eso Joaquín lo hace mejor que nadie.
-Escribir al desamor...
-Para las de amor no me necesitaba porque vivía en un momento más feliz que yo, aunque creo que le he empatado. No hay una gran poesía sobre la felicidad. En España, el único que lo intentó fue Jorge Guillén y con resultados dispares. De la felicidad suelen salir pocos versos memorables. Mejor la tristeza, el abandono, la soledad...
-¿Alguna anécdota confesable de estos días de grabación?
-Todas las confesables están en el libro. Una amistad como la mía y de Joaquín está hecha de cosas tan divertidas que más del ochenta por ciento no se puede contar.
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