Una cadena montañosa que une Granada y Madrid
Condes de Gabia acoge una muestra de sorprendente frescura e intensa conceptualización realizada por la joven granadina Irene Sánchez Moreno
La Sala Ático del Palacio de los Condes de Gabia, de la Diputación de Granada, está dedicada a proyectos artísticos jóvenes, a su realización y a su difusión. Es decir, está creada para dar visibilidad a los diferentes talentos que surgen y a darles ese primer empujón tan necesario en un mundo tan complejo y difícil como es el de la creación. En esta ocasión, la Sala acoge una muestra de sorprendente frescura e intensa conceptualización, realizada por la joven granadina Irene Sánchez Moreno (1983), con el provocador título de Inclemencias.
Irene Sánchez, fiel a su estética, ha ocupado el espacio con una serie de lienzos en los que el paisaje, y más concretamente la montaña, son el objeto directo de su reflexión. Un paisaje alpino, silente, detenido en el tiempo, con una presencia estática de un acontecimiento ocurrido en la soledad e inmensidad del espacio natural y de la que ahora, mediante la ventana que abre la autora a ese paisaje de vértigo, nos sentimos vigilantes de una próxima alteración.
Frente a la contenida selección de lienzos, la autora ha trazado un enorme mural en la pared principal de la sala: dos rocas colonizadas por una vegetación de alta montaña, de formas y proporciones casi orgánicas, aparentan ocultar un atisbo de vida tras ellas, pues unas cornamentas asoman en el espacio blanco del muro, pero una mirada posterior nos lleva a reflexionar si bajo esas excrecencias existe vida o ésta quedó paralizada tras una partida de caza y ahora es el triunfo humano en el silencio del roquedal. Esta es una característica de la obra de Irene Sánchez, la presencia humana a través de su acción pasada que queda depositada en el paisaje y de alguna manera abandonada a la suerte de la naturaleza. Así, cabañas quebrantadas como en Agreste (2015), casetas medio ocultas por los derrubios de Kenofobia (2015) o el vertedero, voluntario o arrastrado, de Veda (2015), nos hablan de una interferencia de la civilización sobre la naturaleza, una invasión del espacio sublime de la alta montaña, tal y como el romanticismo vio en ella, quizás incluso una falta de respeto sobre ese sentimiento tan profundo de la minimización del ser humano ante la inmensidad del paisaje natural. Pero, pese a esa presencia humana, la obra que nos ocupa plasma la grandiosidad, el silencio, la paralización del tiempo que hace que nos subyugue y tengamos que enfrentarnos una y otra vez a cada una de esos lugares, de color y técnica vibrante, que Irene nos trae como visores de una realidad que existe, con independencia de que nosotros mismos existamos.
Por último, una pequeña obra de 25 x 34 cm. nos devuelve a un mundo de ensoñación, de creación surrealista, en el que dos casitas de madera parecen huir de la propia naturaleza en la que se hallaban aposentadas, mediante unas largas patas de artrópodo que de alguna manera recuerdan los elefantes dalinianos o incluso el maravilloso número de los Cuadros de una exposición de Modest Mussorgsky: Cabaña con patas de gallina, inspirado en el cuadro homónimo de Viktor Hartman que parte del folclore y la tradición de la Rusia profunda en la que se construían cabañas sobre finas y altas patas para protegerse de los animales que en la obra de Irene Sánchez se muta y son las cabañas las que parecen ponerse a buen recaudo o avanzar en formación en busca de un mundo más seguro.
Hasta aquí, esta pequeña lectura de la exposición que tan acertadamente acoge la Sala Ático de Condes de Gabia. Pero afortunadamente, pocas fechas después, una semana exactamente, Irene Sánchez Moreno inauguró una nueva muestra en Madrid, en la galería Cámara Oscura. Si en Granada el tema de la montaña y el título de Inclemencias ya nos creaba unas expectativas rotundas del pensamiento de la artista, en Madrid su muestra La savia seca nos presenta una nueva versión de ese mundo tan propio, con la variable de acoger la figura del ser humano en primer plano, en obras como Mañana y Tarde (2014) o El testigo oidor (2014), por cierto personaje con máscara que ya ha estado presente en otras obras de la granadina como To rise again (2012) en el que el paisaje estaba presente como un fondo escénico, como un lienzo a medio hacer en el propio estudio del artista, mientras se produce una paráfrasis del descendimiento. Esta presencia del mismo testigo en el interior y en el exterior se nos antoja como una constante en el pensamiento de Irene Sánchez, un personaje extra-mundano, enmascarado para poder sobrevivir en un tiempo y espacio que le es ajeno, ve y oye lo que el silencio y el tiempo soportan sin dar explicaciones. Es un espectador excepcional en un instante que siempre existe aunque no haya nadie para contarlo.
No quiero terminar la visita a estas dos exposiciones, separadas por quinientos kilómetros, pero complementarias de una misma inquietud creadora, sin hacer una pequeña reflexión que me lleva a pensar en el Siglo de Oro y en la literatura emblemática, donde la yuxtaposición de ciertos elementos, en principio no relacionables, forjan un jeroglífico con una enseñanza moral. Creo que ahí está una de las claves por la que somos atrapados por la pintura de esta joven creadora granadina.
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