Los cien años de Manuel Ávila
Pese a la escasez de su producción discográfica, el artista de Montefrío tuvo una notable influencia entre el resto de los cantaores granadinos por su impecable estilo
Este 2012 es el año del centenario del nacimiento de Manuel Ávila Rodríguez, oriundo de Montefrío, cantaor flamenco de largo historial artístico repleto de galardones y un no menos copioso calendario de anécdotas que lo convirtieron en el entrañable personaje que fue durante sus más de ochenta años de vida y que se puede descifrar en los numerosos escritos que han glosado más tarde críticos o aficionados al flamenco que lo conocieron.
Manuel Ávila entusiasmó nuestra joven afiliación por el flamenco cuando el cante aún encerraba tantos ocultos misterios para nosotros. A la mente se nos viene la figura de un señor delgado, de ropas elegantes y mal combinadas, posiblemente fruto de su despiste colosal, otro de los rasgos personales que más anécdotas le valieron. Señor delgado, entrado en años, cantando sin cesar desde el alba hasta entrada la madrugada, un cante tras otro, mientras sujeta los machos que embridan la bestia, mientras recoge ramales de los olivos hasta dejarlos impecables, al son de temporeras, malagueñas de la Trini o cualquier cante que acudiese a su fértil imaginario flamenco.
Nació en Montefrío en 1912 en una familia de aficionados al flamenco apodados Los Cargaos, y por ello a veces recibió el sobrenombre de El cargaíllo. Emparentado con el cante clásico desde su niñez, podemos observar un perfil artístico con dos épocas bien diferenciadas: la época chaconera y la época mairenista. En sus comienzos, Manuel Ávila disfrutó de las compañías de cante flamenco que pasaban por la entonces remota ciudad de Montefrío. Al encontrarse tan mal las comunicaciones, muchos de los cantaores flamencos que pasaban por este municipio se quedaban a pernoctar y ello provocaba veladas prolongadas en la noche donde las figuras y los aficionados locales alternaban el cante. Cuentan que en una ocasión, el mismo Niño de la Huerta se sintió herido de orgullo por la bravura y majestuosidad con que Manuel Ávila había acometido el cante.
Chacón y Cayetano Muriel fueron las principales influencias que se pueden apreciar en sus primeros cantes, testimonios de los que a penas hay documentos sonoros pues Manuel Ávila, de profesión carnicero, no dio el salto al cante hasta casi el medio siglo de vida y fue precisamente en el concurso radiofónico Salto a la fama de RNE en 1966, donde quedó finalista, y a raíz de ahí se enfrascó en un periodo concursero del que salió más que airoso: Premio Nacional por Seguiriyas en Jerez de la Frontera, Premio Nacional en el Concurso Nacional de Córdoba, Yunque de Badalona (Barcelona) y hasta veinte primeros premios en el Festival del Cante de las Minas de la Unión, entre ellos, la Lámpara Minera en 1983, con 71 años. Los galardones enumerados son la tercera parte de los que llegó a cosechar, y por ellos ostenta el título de cantaor más premiado de la provincia de Granada en la historia del flamenco granadino. En este caso, no importa la cantidad, si no además, la calidad de los concursos que ganó: RNE, Córdoba, La Unión, Barcelona.
En 1972 participó en el concurso que conmemoraba el cincuentenario del famoso Concurso de Cante Jondo de Granada en 1922, organizado, entre otros, por Manuel de Falla y García Lorca. Manuel Ávila consiguió el tercer premio, superado por Diego Clavel (actual figura del cante, que consiguió el segundo) y Calixto Sánchez (actual figura del cante, que consiguió el primer premio).
Su participación en festivales flamencos por toda la geografía le llevó a compartir escenario con Juanito Valderrama, Antonio Mairena (por quien iría profesando admiración hasta advertir influencias de su cante en el último periodo de su vida), Jacinto Almadén, Canalejas de Puerto Real, Camarón, Fosforito o José Menese.
Sus grabaciones discográficas son escasas en solitario, donde podemos encontrar, junto a la insigne guitarra de Manolo Sanlúcar, Raíces del cante, y un disco inédito que sufragó su paisano montefrieño, el poeta José Ávila García, afincado en Madrid, donde aparece la dirección musical del mismo Pepe de la Matrona y la guitarra de Vargas Araceli. De este último solo existe una copia en poder del poeta. Posteriormente, Manuel Ávila participó en antologías de cante de todo tipo: cantes mineros, cantes por malagueñas, serranas, y así, hasta llegar a su última grabación discográfica, con el sello Veteranos del Cante Granadino, colección del área de Cultura de la Diputación de Granada, y dirigida por Juan Bédmar. La grabación se realizó poco tiempo antes de la muerte de Manuel Ávila, y aun así conserva un sabor impecable. Le acompaña la brillante guitarra de Miguel Ochando.
En Montefrío existe una peña flamenca que lleva su nombre, fundada en 1980. En Barcelona, donde emigró en los años 60 de forma intermitente, ya que iba y venía para probar suerte con el cante, viven sus hijos y nietos, y allí existen numerosas tertulias flamencas donde lo valoran y donde han publicado discos recopilatorios y libros sobre la figura artística de este montefrieño ilustre que este año hubiera cumplido 100.
Manuel Ávila es uno de los cantaores flamencos más prolíficos del siglo XX. Fue conocido por toda la geografía flamenca, respetado por los 'entendidos' del arte y por las jóvenes generaciones que veían en él un referente. Para muchos, fue un bohemio del arte, una persona a la que no le interesaba el dinero, si no el arte en sí, la investigación, el cuidado y la delicadeza por la conservación de las formas clásicas del cante, y sobre todo, la tertulia íntima, el cuarto de los cabales que surgía tras cualquier actuación y donde se podía dar el verdadero rito del cante flamenco, ese que protagonizan sus aficionados.
El palacio de los Condes de Gabia acogió el viernes por la tarde una mesa redonda donde flamencólogos como Francisco Hidalgo, llegado desde Barcelona, Francisco Paredes, del Festival de Las Minas de La Unión, Antonio Lastra y Antonio Gallegos, de Granada, el cantaor Paco Moyano, y el guitarrista Francisco Manuel versaron sobre su vida artística y las numerosas anécdotas que protagonizó el cantaor montefrieño a lo lago de su dilatada trayectoria, en un clima emotivo de afición y respeto por esta figura del cante. Montefrío fue el escenario del homenaje que se celebró hace unos días y donde se pudieron degustar las reflexiones y el cante. Las jornadas se llevaron a cabo en el Museo del Olivo, próximo a la entrada de Montefrío, y culminaron con el cante del maestro Manolo Osuna, compañero infatigable de Manuel Ávila en los años 70 y 80, y una de las últimas reliquias del cante flamenco existente.
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