El cíngulo menguante de Fray Leopoldo
Historias de Granada
Siempre que he escrito sobre el fraile capuchino lo he hecho extrañado y admirado de cómo aquel hombre pequeño y casi analfabeto llegó a cautivar el corazón de tanta gente
El próximo martes se cumplen 65 años de la muerte del religioso que fue beatificado en una ceremonia celebrada en Armilla en 2010
Granada/Granada siempre ha sido una ciudad muy devota. Una noche, un colega del diario Patria encontró a una mujer arrodillada ante la estatua de Alonso Cano, la que está en la plaza que lleva el nombre del artista. Allí estaba la mujer balbuceando sus preces ante la estatua cuando el periodista, que venía de la Redacción de la cercana calle Oficios, se acercó a ella sigilosamente, la tocó en el hombro y le dijo:
-Señora, creo que se equivoca. Este hombre al que está usted rezando no fue santo.
La mujer se quedó mirando al periodista con un atisbo de mosqueo y dijo:
-¡Me lo va a decir usted a mí, que ya me ha hecho tres milagros!
Después siguió rezando.
Mi colega llevaba razón, Alonso Cano, que le dio a la gubia, al pincel y al cartabón y que fue un genio en lo suyo, no fue precisamente un santo. Su fuerte carácter, a veces incluso un temperamento colérico, junto con su terquedad, autosuficiencia e ingenio, hicieron que se forjaran en torno a su persona oscuras leyendas. Tuvo un carácter pendenciero e intervino en duelos. Pese a ganar grandes cantidades de dinero, mantuvo muchas deudas a lo largo de su vida, llegando a pisar la cárcel, aunque su amigo Juan del Castillo pagó sus déficits monetarios.
Y lo mismo tenía a su alrededor gente que lo admiraba como artista, como a gente que lo odiaba como persona. Se casó con una niña llamada María Figueroa, que tenía doce años. Dos años después apareció muerta en circunstancias extrañas. Su segundo matrimonio, con María Magdalena de Uceda, tuvo también un trágico final. María Magdalena apareció asesinada en la cama el 10 de junio de 1644, con 15 puñaladas que le dio un aprendiz del pintor. En el juicio Alonso Cano quedó absuelto, aunque gravemente tocado por las habladurías, ya que se consideró que él fue el inductor de tan vil asesinato. Poco después se ordenó sacerdote y fue nombrado mayordomo de la Cofradía religiosa de Artistas Madrileños.
Gozó de la amistad del Conde Duque de Olivares, del mismo Velázquez y del rey Felipe IV. Éste último lo recomendó para que fuera nombrado en 1652 el Racionero Mayor de la catedral de Granada. En la primera planta de la torre de la Catedral granadina le instalaron su estudio y vivienda. Empezó haciendo el facistol del coro, las lámparas de plata del altar mayor y los siete grandes lienzos de la Vida de la Virgen para la Capilla Mayor. Durante este periodo de su vida en Granada hubo varias disputas entre Cano y el Cabildo Catedralicio que no acabaron bien, hasta que en 1664 los canónigos lo echan de su estudio y vivienda en la catedral y se marcha a Málaga.
Antes de morir en 1667, en su casa de la Calle Santa Paula, fue nombrado maestro mayor de la catedral de Granada, y se le encargaron las trazas de su fachada principal, que nunca vería hecha, pues murió el 3 de octubre de ese mismo año. Está enterrado en la cripta de la catedral granadina. Al morir se llevó tanta paz al cielo como la que dejó en la tierra. Eso no impide que esté en la lista de los grandes artistas nacidos en Granada.
Las devociones
Sobreviven en la capital de la Alhambra muchas devociones. Aparte de la que le profesaba esa señora a Alonso Cano, está la de la Virgen de las Angustias, la de San Judas Tadeo, la de San Cecilio y la de San Antón, por ejemplo. La de la Virgen de las Angustias es una fe ciega e indestructible, para muchos granadinos el símbolo de la fortaleza y el dolor. Pero hay una devoción que en la provincia de Granada es la madre de todas las devociones: la de Fray Leopoldo de Alpandeire. Es una fe más mundana pero igual de indescriptible. Una fe más allá de los imperativos teologales y de la misteriosa atracción de las supersticiones.
Está lejos de mi intención faldar de ser el periodista que lidera el ranking de los juntaletras que se han ocupado de Fray Leopoldo de Alpandeire, pero sí puedo decir que si existiera ese ranking estaría entre los primeros. Me he referido a él en crónicas, noticias, reportajes, columnas… He entrevistado a mucha gente que lo conoció, he escrito muchas veces de las colas que se forman todos los días nueve de febrero de personas que van a visitar la cripta donde está enterrado, he escrito sobre el poderoso influjo que ejercía y ejerce sobre los granadinos y fui el redactor que estuvo encargado de escribir las crónicas de los actos del cincuentenario de su muerte, en 2006, y el de su beatificación, en septiembre de 2010.
Y siempre que he escrito lo he hecho extrañado y a la vez admirado de cómo aquel hombre de pequeña estatura, pelón y de barba poblada que apenas sabía leer y escribir, llegó a cautivar el corazón de tanta gente: desde catedráticos de Universidad y personas de Ciencia a gitanos del Sacromonte o redomados ateos que respetaban lo que aquel hombrecillo hacía por los más pobres. Una vez, uno de los padres que lo cuidó en los últimos días de su vida, me contó lo extrañados que estaban todos los hermanos de la orden porque cuando Fray Leopoldo salía a pedir para los pobres, llegaba con el cíngulo casi cortado del todo. El fraile estaba medio ciego ya y no veía como los devotos que se acercaban a él le cortaban un trozo de cíngulo para guardarlo como reliquia.
-Todos los días le poníamos un cíngulo nuevo y todos los días aparecía cortado -me contó el capuchino al que entrevisté.
Si para el próximo 9 de febrero persisten las medidas de seguridad contra el coronavirus y los devotos tienen que guardar dos metros de distancia entre uno y otro, la cola para ver a Fray Leopoldo puede llegar a Almanjáyar.
El limosnero del borrico
Fray Leopoldo se llamaba en realidad Francisco Tomás de San Juan Bautista Márquez Sánchez, así que benditos aquellos que le acortaron el nombre y lo llamaron Fray Leopoldo de Alpandeire, porque fue en ese pueblo donde nació en junio de 1864. A él no le gustaba el nombre y prefería llamarse Fray Francisco Tomás, pero se tuvo que aguantar.
De niño fue poco a la escuela porque su principal dedicación era cuidar el rebaño de ovejas y cabras de su familia. No sabía hacer ni la 'o' con un canuto. Una tarde, cuando tenía diez años, aparecieron por el cielo unas nubes negras que presagiaban una enorme tormenta. Él estaba en el campo con otros niños, a los que dijo que conocía un lugar cercano para resguardarse y rezar. Otro de los niños dijo que nada de rezos, que lo mejor sería salir corriendo hacia el pueblo y resguardarse en las casas. Los niños eligieron la opción del futuro beato y el niño disidente salió disparado hacia el pueblo. Cuando iba por mitad del camino, un rayo lo alcanzó y lo dejó fulminado.
En el pueblo empezaron a decir que el pequeño Francisco Tomás estaba tocado por un don divino. Él también debió creérselo porque a partir de entonces su única idea era la de ser fraile. Después de varias intentonas, tomó el hábito de los capuchinos en Sevilla en noviembre de 1899 y cuatro años más tarde llegó a Granada, donde se dedicó a la huerta que tenía la orden. El fraile creía que Dios estaba también entre las lechugas y los tomates. Estuvo esporádicamente en Sevilla y Antequera, pero en 1914, el año en que comenzó la Primera Guerra Mundial, regresó a Granada para quedarse definitivamente. Recorrió con un borrico gran parte de los pueblos de Andalucía Oriental pidiendo para los pobres. Su templo fue durante años las montañas y los caminos polvorientos que recorría.
Fue sin duda uno de los limoneros más conocidos y lo llamaban el de las Tres Avemarías porque ese era el rezo que proponía a todos los peticionarios después de dar la correspondiente limosna. En todos esos recorridos, fue apedreado, insultado y vejado, sobre todo en la época de la República, donde muchos lo llamaron haragán y le decían que ya estaba bien de pedir limosna, que lo que tenía que hacer era trabajar. Pero él nunca cejó en su empeño de ir por los caminos pidiendo para los pobres. Fue un hombre crédulo, sencillo y discreto que poco a poco fue visto más como un santo que como una persona. Los que viven y que lo conocieron dicen que su mirada, sobre todo, transmitía una serenidad que resultaba balsámica en el clima de incertidumbre por el que pasaba Granada.
Tres años antes de su muerte cayó rodando por unas escaleras y sufrió fractura de fémur, y, tras una convalecencia hospitalaria, consiguió volver a caminar con ayuda de dos bastones. Fray Leopoldo falleció en la mañana del 9 de febrero de 1956. Multitud de fieles acudieron al convento a darle su último adiós. Desde entonces, cada año miles de devotos visitan la cripta en la que descansan sus restos, junto a los Jardines del Triunfo, en Granada capital.
Allí, delante de la cripta, he visto de todo: a estudiantes rozar el bolígrafo en el mármol para que le salieran bien los exámenes, a aspirantes a ricos frotar décimos de lotería para atraer la suerte, a mujeres pasar el pañuelo para ponérselo después en alguna zona dolorida… Todo un catálogo de ritos que tienen como objetivo obtener el favor del fraile.
¡Guapoooo!
El 12 de septiembre de 2010 se produjo su beatificación. Para ello se tuvo que autentificar un milagro: el de una mujer con una enfermedad incurable que había sanado milagrosamente gracias a que debajo de su almohada siempre había una estampa de Fray Leopoldo. Y ahora una curiosidad: las estampas de Fray Leopoldo son las que más se venden en toda España.
Yo hice la crónica de su beatificación para el periódico y para la agencia de noticias Colpisa. A las nueve de la mañana ya se presagiaba lo que la jornada iba a dar de sí. Se veía a la gente en reata tomar la Base Área con la naturalidad del que va a un día de campo. Era una invasión pacífica, amable, risueña, esperanzadora y, sobre todo, menor de la que se esperaba. No se cumplieron las expectativas que al principio se anunciaron, pero sí las de cualquier acto que mereciera el calificativo de multitudinario.
Para la subdelegación de Gobierno fueron 60.000 almas las que siguieron el acto de Beatificación de Fray Leopoldo, mientras los organizadores duplicaban la cifra. En cualquier caso, mucha gente para estar presentes el día en que beatificaron al capuchino barbudo y pelón que pedía por las calles y ayudaba a los menesterosos.
El silencio se hizo cuando tomó el micrófono Rosa López, la cantante, e interpretó el Ave María de Schubert. Luego se descubrió un tapiz con la imagen del capuchino rodeado de ángeles en el cielo, momento en que los devotos aprovecharon para dar vivas a Fray Leopoldo y lanzarle piropos. ¡Guapooooo!, gritaba la gente.
A las once de la mañana el sol lo derretía todo excepto la voluntad de estar en el acto. La ceremonia fue seguida con el respeto que el beatificado se merecía, sobre todo cuando se leyó la carta en la que el Papa Benedicto XVI inscribe como beato al fraile conocido popularmente como el 'limosnero de las tres avemarías'. Cuando terminó la ceremonia, los abrazos entre peregrinos y algunos incontrolados llantos daban fe de la intensidad en la devoción que concita el nuevo beato. Y así, poco a poco, la gente se fue dispersando.
De la misma manera que había entrado, amable y risueña, pero desde ese momento con la satisfacción de haber estado en un acto que consideraban un deber y con el deseo de llegar pronto a la casa o al bar más próximo para brindar por Fray Leopoldo, que ese día había subido otro peldaño en la escalera que le hará definitivamente santo. Desde entonces los que se llaman Leopoldo ya tienen su onomástica: el 9 de febrero.
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