El conmovedor Schubert del final
Crítica del Festival de Música y Danza de Granada
El barítono Florian Boesch y el pianista Malcolm Martineau ofrecieron un Canto del cisne, repleto de emoción y fidelidad
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Programa: Schwanengaseag, D 957 (‘El canto del cisne’), de Franz Schubert. Intérpretes: Florian Boesch (barítono) y Malcolm Martineau (piano). Lugar y fecha: Patio de los Arrayanes, 20 de junio de 2021. Aforo: Lleno
El barítono Florian Boesch y el pianista Malcolm Martineau abrieron el primer capítulo de lo que el Festival ha llamado Schubertiada, concentrando, en voces masculinas, los distintos grupos de lieder del compositor austriaco. Las 14 páginas recogidas en lo que se llamó El canto del cisne, recopilando los últimos documentos del compositor, enriquecen las más de seiscientas canciones que compuso a lo largo de su corta existencia –murió a los 31 años- , utilizando textos de Schiller, Goethe, Scott, Heine y otros diversos en los que describió todos los sentimientos humanos: el destierro, el amor o el rechazo amoroso, la soledad, la muerte, aunque también la felicidad y el canto a la vida y a la naturaleza. Condensados en grupos que no abarcan la totalidad, como La bella molinera, Viaje de invierno y el mencionado Canto del Cisne, con el que abrió la Schubertiada del Festival, en el que no se pueden olvidar las grandes interpretaciones que de estas canciones han hecho en el certamen Elisabeth Schwarzkopf –cuya crítica hice en 1960-, Jessye Norman, Caballé y, entre otros, Andreas Schmidt, que estará presente este año en el ciclo y que el 24 de junio de 1998 ofreció gran parte de El canto del cisne’, en su recital en el Patio de los Mármoles del Hospital Real, con el piano de Rudolf Jansen.
En el lied, como todo el mundo sabe, hay sólo música y poesía unida indisolublemente, alejada de cualquier atisbo virtuosista o belcantista. Hace falta una voz lúcida y una expresividad interpretativa especializada, en íntimo diálogo con el piano que no es mero acompañante, sino elemento esencial para acercarnos a la perfección, la belleza que tantas veces roza lo sublime en las páginas de Schubert, siempre conmovedor si los intérpretes son capaces de expresar los sentimientos más diversos, ya mencionados, en esa unidad que sólo está al alcance de los intérpretes especializados en ese caudal de sensibilidades.
Florian Boesch, en estrecho diálogo con el piano de Malcolm Martineau, logró transmitir esa emoción interna, con una voz profunda y al mismo tiempo susurrante, de este último mensaje musical del compositor vienés. Tenía que ser melancólico en Mensaje de amor –con el que comienza el primer grupo sobre poemas de Rellstab, que había conservado en sus papeles Beethoven- , donde está presente un ‘pequeño arroyo susurrante’, en esa presencia del agua como elemento expresivo, tantas veces utilizado por Schubert que en el programa continuó con el evocador Nostalgia de la Primavera, para entrar en una perfectamente expresada Serenata, la conocida evocación de una cálida noche de verano en Italia. Despedida, A los lejos, Lugar de reposo da paso al vibrante Presentimiento del guerrero.
Pero donde Schubert mejor traduce musicalmente los textos son en los de Heinrich Heine. Entre ellos hay que destacar a Atlas, una obra maestra, donde la voz y el piano se hacen vibrantes y rotundos, para un coloso que soporta “un mundo entero de dolores”, colocada al final del recital, tras abordar con talento, hondura y expresividad, sentimientos tan diversos como los producidos por la ciudad, aparición irreal, donde el acompañamiento poderoso del piano se impone adelantándose a Debussy. Dolor en La orilla del mar, y el impresionante lied El doble, visión de la casa de la amada y representación de su otro ser que asimila sus sentimientos. Fue una interpretación excepcional, dolorida y sensitiva, elevando la voz y la mirada hacia sí mismo.
El canto de cisne, en el que se ofreció como regalo La paloma mensajera, que está integrado en el mismo, es un compendio no sólo de todo el conmovedor Schubert del final y sus formas de expresar sentimientos con las canciones, sino que abre caminos nuevos, claramente definidos en El doble, en una modernidad absoluta que seguirían posteriormente los compositores, desde Ricardo Strauss a Hugo Wolf.
Recital muy notable. Florian Boesch posee no sólo la técnica, sino la voz envolvente, la sensibilidad para sumergirse y dar vida –muchas veces más interior que exterior- a ese torrente de cosas sensibles, de delicadeza, de emoción, de lo que es y significa, en suma, el lied schubertiano: un recuerdo a la amada, algo sobre el paisaje, un rincón, un alma frente al mar o frente a sí mismo, la tierra lejana, el último adiós… Una voz, en resumen, capaz de llegar al corazón, a lo que me he referido muchas veces. Y un piano justo, pletórico, acentuando el drama con acordes solemnes, o la emoción íntima en las manos de Malcolm Martineau . En resumen, un momento luminoso en esta edición opaca.
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