Psicodelia y lirismo electrónico
A lo largo de la sesión, hasta los ortodoxos fueron convenciéndose de la calidad y del acierto de Croker
El Festival de Jazz llenará Granada de ritmos cubanos, hip hop y funk del 1 al 9 de noviembre
Granada/No es casualidad que comience el festival con un concierto así. Esa fue la afirmación de su directora, Mariche Huertas, en la presentación del inicio del programa, que corrió a cargo de la formación del trompetista Theo Croker. El eclecticismo y la hibridación de músicas que trajo este músico representa, efectivamente, la voluntad que tiene la organización del festival de integrar distintas formas de creación musical, superando los límites de la ortodoxia del jazz. Por ello, la noche comenzó con un ambiente sonoro lleno de efectos, ecos y, sobre todo, recursos de sample, esa técnica electrónica que combina y repite grabaciones y patrones, fragmentando y desfragmentando incluso lo que se está tocando en ese mismo momento.
44 Festival Internacional de Jazz de Granada Theo Croker, trompeta; Idriss Fredik, teclados; Eric Wheeler; contrabajo; Miguel Russel, batería. Fecha y lugar: viernes, 1 de noviembre, Teatro Isabel La Católica.
En ese arranque del festival, se notaban dos actitudes en las butacas, la de cierta distancia, por no encontrar discursos y desarrollos musicales más habituales en este género y, por otra parte, la del disfrute de ese tipo de ambientes sonoros. Parecía, por la puesta en escena de cultura hacker y psicodelia, un anticipo de lo que serán los conciertos con la Inteligencia Artificial. Sin embargo, a lo largo de la sesión, hasta los ortodoxos fueron convenciéndose de la calidad y del acierto, en el que los músicos que había sobre el escenario demostraron que estaban jugando con sensaciones, con propuestas, con guiños constantes en ese suave funk, pero que eran capaces de aportar unos fraseos propios del mejor bop. De hecho, fueron impresionantes los solos del pianista Idriss Fredik y el oficio del contrabajista Eric Wheeler, con un ostinato de 20 minutos que Luis, músico en la primera fila, destacaba especialmente, por si alguien no había reparado en la importancia de esa base rítmica de excelencia. Tras dos horas, los del aplauso tímido pasaron a cierto entusiasmo, reconociendo la calidad y el buen gusto de lo que se había podido escuchar. Paco, que se reconoce estéticamente en el siglo XX, afirmaba que el líder de la formación no había sacado partido a unos músicos de esa calidad.
Y es verdad que el sonido electrónico te atrapa, pero especialmente cuando hay buen gusto. Emocionaba la lejana resonancia de aquel Miles Davis que experimentaba ya en los años 80, aunque de forma más histriónica, pero también se identificaba el estilo de otros trompetistas, profundos en ese nuevo cool, como Paolo Fresu o Enric Truffaut, conocidos por la afición del festival. Incluso, como señalaba Ricardo, había algo que recordaba al pianista Robert Glasper. En cualquier caso, lo que más se agradeció era el tratamiento exquisito de las melodías, el cuidado repetitivo de patrones que merecían la pena porque, para esto de la música electrónica, con lo fácil que es darle a un botón, hay que aportar criterio, no basta con experimentar, y se fue comprendiendo perfectamente el juego creativo de Croker. No podía ser casualidad que su abuelo hubiera sido un alumno aventajado de Louis Armstrong y que él mismo tuviera como mentor al mítico Donald Byrd.
El sentido afroamericano, desde el siglo XXI, era indudable, pero también estaba presente la mística, con esa puesta en escena de aire Kitsch, fantasía, caleidoscopios y mandalas, con la imagen del trompetista como si fuera el propio John Lennon. Así, las tecnologías hacían posible esa atmósfera onírica, con un manejo perfecto de los tiempos y de la emoción del in crescendo. Todo un sentido performativo que podría haber protagonizado una acción expositiva del MOMA, pero sin perder el buen gusto ni la intensidad emocional ni por un segundo. En resumen, toda una declaración de principios de contemporaneidad.
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