El diablo anda de por medio
Literatura para una cuarentena
En Relatos de terror y misterio, la editorial Almuzara ha reunido las mejores historias del género fantástico escritas por Robert Louis Stevenson
Granada/Mi infancia lectora estuvo protegida por diversos dioses tutelares: Julio Verne, Emilio Salgari, Robert Louis Stevenson… No sabría decir cuántas veces habré leído de niño Miguel Strogoff, Los tigres de Mompracem o La isla del tesoro. Al crecer, estas deidades dejaron su hueco en el altar a otras tallas por las que quizás sienta mayor veneración, pero soy un lector agradecido y de tarde en tarde hinco las rodillas en tierra y vuelvo a rezar a aquellos dioses primeros.
El aura de Verne y Salgari ha perdido buena parte de su fulgor para el lector adulto, no así la de Stevenson. Lo plantearé así: Julio Verne y Emilio Salgari son escritores más apasionados que apasionantes, pero esto le bastaba al lector que fuimos. Robert Louis Stevenson está hecho de otra pasta. No sólo es un imaginativo urdidor de tramas, sino un autor de extrema lucidez y sensibilidad. Volver a Mompracem puede ser una travesía placentera, pero regresar a la isla del tesoro sigue siendo enriquecedor. Saldremos de ella con las manos llenas de doblones de a ocho.
En Relatos de terror y misterio (Almuzara) se han reunido tres perlas negras de Stevenson de una pureza extraordinaria: El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, Olalla y Markheim (un tríptico que leí en una preciosa edición de Anaya con catorce años y que guardo como oro en paño). El primero de estos títulos no necesita presentación. O tal vez sí. Me temo que muchos conozcan la triste historia del doctor Jekyll a través de alguna adaptación cinematográfica y no por haber bebido de la fuente original.
Hay algunas adaptaciones muy buenas, pero la mayoría yerran al representar a Mr. Hyde como una criatura deforme o espantosa. Stevenson es sutilmente ambiguo en este punto y describe la repulsión que Mr. Hyde despierta en los demás, sin precisar a qué se debe dicha repulsión. Según Stevenson, la nausea o la desazón que provoca es la respuesta instintiva a algo interior, no a un defecto físico, planteando así la cuestión central del relato: Mr. Hyde es un engendro moral, una aberración ética, la exteriorización de nuestro lado monstruoso.
El extraño caso… es una novela corta de una gran sofisticación. La historia no se cuenta a través de sus protagonistas centrales, sino por medio de un personaje secundario, el abogado Gabriel John Utterson, que va recabando información en torno a los misteriosos sucesos que se dan en casa de Henry Jekyll, un cliente suyo, y la igualmente misteriosa relación de este distinguido científico con un tipo tan poco recomendabe como Edward Hyde. (Bertolt Brecht habría aplaudido esta estrategia de distanciamiento). Stevenson ahonda con finura en algunos aspectos problemáticos de la naturaleza humana.
Jekyll inicia sus experimentos convencido de nuestra dualidad íntima: “El hombre en realidad no es uno, sino dos. Y digo dos porque mis conocimientos no van más allá de ese punto. Otros vendrán que irán más lejos”, escribe el doctor en su confesión final. Como se sabe, Jekyll destila un bebedizo que polariza el Bien y el Mal y saca de sus adentros su lado brutal y perverso. Jekyll -un hombre respetable e hipócrita, preocupado por la fachada del edificio, no por los cimientos- satisfará sus deseos más inconfesables a través de Mr. Hyde.
Olalla es una originalísima aportación al tema de la licantropía, ambientada en la España decimonónica. El protagonista, un militar escocés convaleciente, pasa una temporada en un viejo caserón en mitad de las montañas en busca de aire puro y paz. La hacienda pertenece a una familia descendiente de una antigua estirpe nobiliaria, ahora en decadencia, económica y humana. En un pasaje decisivo, la joven Olalla advierte: “El hombre se ha elevado desde las bestias, pero, igual que procede de ellas, puede descender al mismo nivel”. Olalla es una historia de amor recorrida por una fiebre siempre bajo control, que sería uno de los rasgos distintivos y distinguidos del autor: incluso sus textos más delirantes están bien sujetos por las bridas de la mesura.
Por su parte, Markheim transcurre de noche, en Navidad y en la tienda de un anticuario; se diría que el relato ha sido arrancado de un libro de Charles Dickens. A este último no le habría importado que fuera así, tanta es su perfección, tanta su capacidad de sugerencia. Les diré una cosa: también aquí el diablo anda de por medio.
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