"Una dictadura frena la vida del ser humano en cualquier país del mundo"

Ida Vitale | Poeta

La escritora uruguaya se convierte hoy en la cuarta mujer en recibir el Premio de Poesía Ciudad de Granada-Federico García Lorca

El jurado destacó su "preciso uso del lenguaje"

La autora de poemarios como 'Palabra dada', 'Reducción del infinito' y 'Jardín de sílice' posa en el interior del Ayuntamiento de Granada. / María De La Cruz
Isabel Vargas

31 de mayo 2017 - 09:04

Granada/México, 1974. Una mujer llega en un Volkswagen lila, cargado de libros, a la futura casa donde vivirá con su marido durante una década. Aquella letraherida despistada no es otra que Ida Vitale (Montevideo, 1923), que acababa de exiliarse de su país a marchas forzadas por culpa de una dictadura militar. Volvería más tarde, aunque finalmente fijaría su residencia en Austin. Poeta, ensayista, traductora, profesora, gata con siete vidas literarias -lo menos-, Vitale sigue dejando huella en la literatura latinoamericana a sus casi 94 años.

Su currículum lo avala: integrante de la Generación del 45, una de las hornadas más brillantes de escritores en la historia de Uruguay; autora de una veintena de poemarios y catorce libros en prosa; alumna de José Bergamín, de la Generación del 27; digna seguidora de Juan Ramón Jiménez; Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2015; y a partir de hoy galardonada con el Premio de Poesía Ciudad de Granada-Federico García Lorca. "Las palabras son nómadas, la mala poesía es la que las convierte en sedentarias", dijo una vez. Ella las convierte en íntimas viajeras que transitan a sus anchas por nuestro imaginario, como un buen amigo que hace tiempo que no ves.

-En Léxico de afinidades cuenta que lo primero que escribió fueron cuatro sonetos. ¿Recuerda que le costara dar con ellos?

-Fue lo primero que publiqué. Creo que había uno que hablaba sobre música. Generalmente cuando uno empieza lo hace con los clásicos y luego trata de hacer algo con lo que ha recibido.

-He leído que le fascinan las letras desde pequeña.

-Bueno, no te creas. Ya estaba en el liceo y había leído bastante. Todo el que empieza a escribir lo hace porque leyó algo que le gustó y cree que puede llegar al nivel de eso que le fascinó. En general no se llega -sonríe durante unos segundos-. ¿Quién no se ha fijado, no sé, en Lope de Vega o en Luis Cernuda, grandes escritores? Mucha gente, incluida yo, empezó en esto porque leyó a Lorca. Ahí hay un peligro que hay que evitar. Cuando uno tiene una fascinación muy grande por alguien hay que salir a buscar a otro que sea diferente. Para que no le tiente el otro y le acabe copiando. Eso es un peligro.

-¿Qué obra fue la que más le impactó del poeta granadino?

-Me gustó El Romancero gitano. Todo el mundo empieza con él. Quizá El Diván del Tamarit. Ese final... Es más original y está mejor escrito. En Poeta en Nueva York hay mucha presión de un mundo distinto. Creo que en El Diván del Tamarit es más él solo, consigo mismo. Porque claro, para alguien que llega a un sitio como Nueva York, tan distinto a lo que había conocido, con la presión encima de una sociedad completamente imprevisible. Fuera como fuese, siempre fue un poeta de primera línea. Pobrecito, qué final.

-¿Qué diferencias percibió entre su país y México cuando la dictadura le forzó a exiliarse en los 70?

-Uno siempre compara con el lugar de donde viene. Es muy distinto el mundo del Río de la Plata al mexicano. Éste es más abierto, más receptivo, más cerca de España, más formal. Y tiene grandes poetas como Ramón López Velarde. Muere bastante joven. Es un poeta muy curioso, muy notable. Inconfundible. Lo que busco siempre en los campos poéticos es eso, lo distinto. Que yo lea un cuarteto y sepa en seguida de quién es.

-¿Qué lecturas nunca faltan en su mesita de noche?

-Varían (carcajada), porque siempre estás descubriendo algo nuevo, pero también uno vuelve a los clásicos al cabo de un tiempo. Yo me resisto, intento no leer a Lorca o a Lope de Vega, por temor a terminar copiando. Cuando uno lee un clásico está separado por tantas cosas. Hay gente que trata de escribir poemas muy formales. En fin, creo que todo buen poema sobrevive al paso del tiempo, sea del estilo que sea.

-El jurado del Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca destacó su "preciso uso del lenguaje". El crítico Rafael Courtoisie dijo que usted "se detiene en las palabras, las escruta, las mira, las respeta". ¿Las usamos hoy día con demasiada ligereza?

-Pues sí, en algunos lugares sí. Creo que España está más atenida a su tradición y está bien que lo sea. Pero en todos lados sale de pronto un rupturista. Las dos cosas son invisibles y las dos cosas tienen que sobrevivir. Lo que no me gusta es que se deje de leer. El que quiere descubrir piensa que no tiene que leer a los clásicos. Claro que hay que leerlos para cambiar.

-Hay cosas que creemos descubrir y llevan años inventadas.

-Claro. Además cada lector lo lee con otro enfoque y moderniza aún más a los más clásicos. Las palabras se van transformando. Hay una escritura y sin embargo puede aceptar otra interpretación tres siglos después.

-¿Le fastidia mucho cuando la gente le pregunta el porqué, el origen de un poema suyo?

-No. No me lo preguntan tanto (ríe a carcajadas). Yo que sé, a veces ni yo misma lo sé. Lo explico muy bien en un poema -se refiere a Mariposa, poema- que han leído en la conferencia. Éste surgió de una circunstancia, pero a veces no tiene por qué. Hay un mecanismo que funciona independientemente de una misma.

-Su método de trabajo es bastante riguroso: el ensayo-error.

-Bueno, sí. Por lo menos tratar de descubrir si uno es un error y corregirlo. Me pidieron un prólogo para un poeta que yo quise mucho cuando lo conocí en México, con mi marido, que murió hace poco. Empezó partiendo del surrealismo. El surrealismo tuvo una libertad muy grande de asociación metafórica, de gran libertad. El surrealismo fue un movimiento imprescindible. No es que haya que escribir como los surrealistas, pero si que tenemos que tomarnos esa libertad.

-¿A qué está condicionado un poeta cuando escribe?

-Que sé yo. Hay que gente que escribe inspirado por algo que leyó, o algo que le pasó.

-Rafael Guillén me dijo hace poco que en sus inicios era más espontáneo, más virgen, que no estaba tan sometido a las circunstancias, la cultura, la civilización.

-Puede ser. Pero si escribes con una inocencia muy grande puedes estar repitiendo lo que ya se hizo. Cuando lees un libro, ese libro te parece que es toda la literatura. Te sientes como atraído, obligado a seguir esa línea. Lees otro y es completamente distinto. Lo mejor es no ser demasiado inocente. Hay que tratar de encontrar tu caminito propio. La inocencia no siempre es nueva.

-¿Hasta qué punto ha llegado a condicionar su carrera haber nacido mujer?

-A mí nada. Me parece muy lógico que existan movimiento feministas en donde las mujeres han estado tapadas, silenciadas. Pero eso no es posible en Uruguay. Los dos o tres nombres referentes en la literatura uruguaya eran mujeres.

-¿Qué frenó la dictadura en su país?

-¿Qué frena? La vida del ser humano. En cualquier país del mundo. Acá tuvieron a Franco y no creo que haya sido una cosa muy positiva. Con todo, debo ser leal. Los militares llegaron porque había un movimiento, los Tupamaros -Movimiento de Liberación Nacional-, que eran un poco el reflejo del 68 europeo. Completamente desubicado, porque Uruguay nunca fue un país con grandes diferencias.

-Laico, con una educación gratuita.

-Había una conciencia democrática innata. El rico trataba de no demostrar que era rico y el pobre trabajaba. Vuelvo al relato. Mientras los Tupamaros eran tipo Robin Hood todos les tenían simpatía, pero cuando surge una cosa paralela a un gobierno, que no es dictatorial sino democrático, las cosas cambian. Más libertad no se podía tener. Cuando estudiaba había un baile. Te invitaba uno de la escuela militar y le hacías el vacío. Lo rechazábamos porque pensábamos que era un tonto. Comprendo que un país tiene que tener un ejército, aunque hay algunos que no lo tienen. Ya, cuando entraban de repente en las cosas, sin tener una pista, cualquier cosa rara se te venían a la casa. Estaban tan perdidos los militares que buscaban detalles así. No sabían a dónde investigar. Una vez me revisaron toda la biblioteca y uno de ellos se puso a leer a Lorca. Sentí que había una comunicación y no que era militar. El militar no nos integraba la vida. Pero sin embargo a los diez años se fueron, por plebiscito. Único país en el mundo. Me parecieron horribles durante diez años, pero luego obedecieron y se fueron.

-Desde 1989 vive en Austin. ¿Qué opina sobre la llegada al poder de Donald Trump?

-No me pongas en un aprieto.

-¿Le hace más reír que llorar o al contrario?

-No, reír no, temblar. Todos los países tienen derecho a equivocarse.

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