"La literatura es de Dylan, de Góngora, de cualquiera; la literatura no tiene dueños"

Darío Jaramillo | Escritor

El autor colombiano, recién llegado a la ciudad, charla sobre amor, política y el oficio de escribir antes de recibir el Premio Lorca de Poesía

Ahora prepara un nuevo libro llamado 'Conversaciones con dios'

Darío Jaramillo Agudelo (Antioquía, 1947) posa en el interior del hotel donde se hospeda. / Carlos Gil
Isabel Vargas

23 de abril 2019 - 20:33

Granada/Un hombre con aspecto afable espera sentado en el sillón de un hotel de la calle Ganivet. Ha desayunado en el bufé libre -un placer ineludible para él-, pero aún le dura el sueño y pide otro café. Darío Jaramillo (Santa Rosa de Osos, Antioquia, 1947), Premio Lorca de Poesía, nos atiende horas antes de su recepción con el alcalde y la prensa. Se muestra cálido, honesto, divertido.

Ríe de vez en cuando y habla bajito. "Es tímido, pero luego es más cercano con la gente de lo que él se cree", asegura Manuel Borrás, director de Pre-Textos, y editor y amigo del escritor colombiano desde hace décadas. Algo así ocurre cuando se leen sus poemas; a uno le resultan familiar en seguida.

Considerado el principal renovador de la poesía amorosa en Colombia, Jaramillo es también uno de los mejores poetas tanto de la llamada "generación desencantada" como de la segunda mitad del siglo XX. Su infancia estuvo marcada por los sonetos de Lope de Vega y de Quevedo que su padre le recitaba cuando era un crío. A los 16 años, cayó en sus manos Canto a mí mismo de Walt Whitman y ya nada fue igual.

El jurado lo ha elegido por ser "un relevante poeta del amor, el sentimiento y la intimidad". / Carlos Gil

El fútbol y la música popular latinoamericana también jugaron un papel fundamental en su vida. Sus influencias e inquietudes se han traducido en una obra tremendamente humana, llena de musicalidad y rica en matices donde hay espacio para la poesía, la novela, el ensayo y hasta los diccionadarios. "Sigo jugando con las palabras. A veces insoportablemente", dice de forma irónica.

-El amor atraviesa gran parte de su obra, como la de Lorca. ¿Halla más inspiración en el amor que en cualquier otra cosa?

-Ése es uno de los temas que más he tratado, pero no necesariamente. También he hablado de gatos, de la identidad, de la no identidad que hay entre los muchos yo que hay entre nosotros, del pasado, de la muerte.

-El deseo, como en los versos de Federico, también asoman en su escritura.

-Es parte del amor. Por ahí empieza. Porque si amas metafísicamente, mejor métete en un convento.

-¿No le parece que hoy día hay poetas que, o bien son demasiados explícitos, o bien son demasiado mojigato?

-Sí, claro que los hay. Y no solamente poetas que son lo uno y lo otro. Nosotros somos en algún momento lo uno y lo otro. Hay momentos en los que todos somos mojigatos en presencia de nuestros abuelos, por ejemplo. O que somos más explícitos cuando se marchan.

-¿Piensa que se ama de forma más superficial en el siglo XXI, donde el Tinder y las redes sociales hacen casi todo el trabajo?

-Es distinto. Yo no lo pondría en términos de profundidad o superficialidad. El acercamiento entre las personas cambió totalmente. Ahora ya hay literatura donde las parejas se encuentran por alguna red, y tienen una cita a ciegas. No es una excepción, ni algo extraño. Han cambiado las formas.

-¿No le parece más vacío, más frívolo, el cómo se enamora uno en la actualidad?

-Es más arriesgado, pero no más vacío. Te enamoras de una forma de escribir, de la sonrisa de una foto. Se llega a través de una apariencia. Pero también antes era así. Cómo camino y a partir del caminado se armaba todo un rollo y se enamoraba.

-¿Cambia cómo uno se enamora con el paso de los años? ¿El flechazo sigue siendo el mismo?

-Cambia. Si uno tiene 70 años no puede pensar en hacer el amor todos los días.

-Me dijo en la anterior entrevista que le interesaba mucho Lorca del Romancero gitano. Sus amigos de la Residencia de Estudiante de Madrid se burlaban de él. ¿Qué le dice este Lorca popular que no el surrealista de Poeta en Nueva York?

-Borges decía que era un andaluz profesional. Se burlaban de él, pero también se defendió. Él lo que hizo fue recopilar lo que ha oído de las mujeres que le cuidaron, de las nanas de la cocina, de las mujeres del pueblo. Él se siente de un lugar y una cultura. Parte de esa cultura riquísima es la tradición oral. Él se pega de ahí. Vaya que ahí hay cosas maravillosas. Es el mismo Lorca el del Romancero gitano y el de Poeta en Nueva York. Es un gran poeta en los dos registros. El Federico de Poeta en Nueva York es un poeta gongorino, que hay que interpretar, que es difícil. “Piensan que yo sólo soy el hombre de la gitanerías, no yo puedo hacer más cosas”, se diría a sí mismo.

-Creo que los dos Lorcas proyectan imágenes súper potentes.

-Claro que sí. Es que el tenía duende para todo. Me encanta el Lorca del Romancero gitano, y lo voy afirmando allá por donde voy porque hay como una actitud de aquello no valía la pena. El Romancero gitano es un grandísimo libro de poemas.

-Escribió el ensayo Poesía en la canción popular latinoamericana. ¿Qué se encuentra ahí, la identidad de un pueblo, su raíz?

-No es que las canciones latinoamericanas, los boleros, las rancheras o los tangos, se adapten a las situaciones que uno vive. No. Es que esas canciones son las que nos enseñaron a sentir. La cultura del sentimiento latinoamericano, la de cada individuo, proviene del bolero, de la ranchera, de la música popular. Las letras de esta música está conectado con la poesía culta.

-El Nobel a Bob Dylan se cuestionó muchísimo. ¿Cree que fue un error dárselo?

-Estoy de acuerdo. La literatura no tiene dueños. La literatura es de Dylan o es de Góngora o es de cualquiera. Me parece muy bien que lo premien.

-¿A quién le daría usted el Nobel?

-A José Alfredo Jiménez. Lástima que haya muerto. También se lo daría a Lorca. Los daría a los dos a título póstumo. Ser clásico es también ser actual.

El escritor es el principal renovador de la poesía amorosa en Colombia. / Carlos Gil

-Su infancia estuvo marcada por los sonetos de Lope de Vega y de Quevedo que le leía su padre.

-Mi padre era un comerciante muy lector. No me leía los poemas, me los recitaba. Para mí era música y lo entendía como un juego de las palabras. Yo entré al lenguaje de la literatura por el juego de palabras. Me encantaba los sonetos de Santa Teresa o un trabalenguas. Todo lo que tuviera que ver con juegos de palabras. No se me ha quitado el vicio. Sigo jugando con las palabras. A veces insoportablemente. Tengo un libro que se llama Diccionadario donde hago definiciones según el sonido de las palabras. Sorpresa, monja en la cárcel.

-¿Cómo se transgrede en la literatura sin despreciar la tradición?

-No es el problema que me planteo para empezar. Ése es un problema secundario, que necesariamente tengo que afrontar en cualquier momento. Es a fuerza de repetición. Te pongo un ejemplo. En Poemas de amor hay 14 poemas. Para publicar esos 14 escribí como unos 100. Escribí muchos. Y luego los dejo enfriar, los reviso. Es parte de un proceso de escritura que parte de un primer impulso, luego se guardan en la nevera, porque el buen poema se come frío, se dejan un tiempo y luego los olvida como si fuera un enemigo. Ahí empieza la selección.

-¿El mayor de los pecados de un escritor es escribir aburrido?

-La literatura es un juego, y el juego por definición excluye el aburrimiento, tanto para el que la escriba como para el que la lea. Si estás leyendo un libro y te aburre, tíralo. Si estás escribiendo y te aburres, vete a ver un rato la televisión, a entretenerte un rato o a reírse. El aburrimiento es quizá el ingrediente que no puede tener la buena literatura.

-Su novela Memorias de un hombre feliz cuenta la historia de un homicida "feliz". ¿Tendría problemas hoy día para publicarla?

-No, creo que no.

-Pero últimamente hay que andarse con cuidado. Hay ofendidos en todas partes.

-Eso me importa un carajo. Ser políticamente correcto no me importa. Ya es suficiente con la autocensura. La verdadera autocensura es inconsciente porque si no uno fuera consciente de sus prejuicios los suprimiría. Uno de las características de un prejuicio es que uno cree que es un juicio objetivo. Uno va armado con sus propios defectos, sus propias virtudes y sus propias limitaciones a la hora de escribir. Sumarle más limitaciones a eso me parece una idiotez.

-¿Se autocensura más ahora que cuando era más joven?

-Creo que sí. En mi caso, tal vez, he acumulado prejuicios porque soy más tonto que cuando era joven. Uno tiene que luchar contra ese vigilante que llevamos dentro, lo que Freud llamaba superyó, que es la parte más aburrida y cuadriculada de uno.

-"Contra la muerte tengo la mirada y la risa", dice en un poema. ¿Cuánto le cambió la vida el atentado de las FARC que le hizo perder un pie en 1989?

-No fueron las FARC. No sé quién fue. Pudieron haber sido, pero no creo. No estoy muy interesado en averiguar quién fue. Yo no quiero identificar a alguien que tengo que odiar. Es mejor tenerlo en abstracto. Sí, sí me ha cambiado. Me cambió la velocidad para empezar. Voy más despacio.

-¿También a la hora de escribir, es decir, pudo dedicarle más tiempo a su oficio?

-¿Sabes que no? Cuando me jubilé y tuve el tiempo para escribir, seguí dedicándole el mismo tiempo. No tener pierna derecho me impidió ser futbolista profesional (ríe).

-¿Cuánto ha cambiado la sociedad colombiana en los últimos cinco años?

-Te lo digo con un dato. Prefiero vivir en un país con un solo un ejército, que vivir en un país con dos ejércitos enfrentados. Eso cambió y es algo positivo. ¿Qué no cambió? Que ese segundo ejército había surgido por una situación de injusticia social, y esa injusticia social permanece. Todavía hay una enormes desigualdades. Los colombianos nos debemos una sociedad más justa.

-La escritora granadina Cristina Morales afirmó que "los estados nacionales en los que vivimos son los peores terroristas". ¿Está de acuerdo?

-Yo desconfío mucho de la autoridad y el poder. Los estados nacionales son una forma de gobierno efímera y que tienda a acabarse. Surgieron a principios del siglo XIX. La organización social terminara acabando con esas superestructuras.

-Su país tiende la mano a Juan Guaidó. El canciller colombiano se reunirá con embajadores del presidente interino de Venezuela el sábado.

-Se reúnen cada rato (ríe). Colombia y Venezuela son el mismo país, pero tienen dos estados. Esa frontera fue inventada por alguien. Yo no siento esa frontera cuando veo a venezolanos que han tenido que venirse a Colombia. Son gente como uno. Esas fronteras terminarán desapareciendo. Ojalá esté vivo para verlo.

-¿Qué opina sobre la serie Narcos? ¿Se da una imagen muy distorsionada sobre su país?

-Imagínate que pensáramos que todos los granadinos son flamencos y gitanos. Igual Colombia. Hay una delincuencia organizada muy despiadada e inteligente que aprovechó un vacío en la ley por la prohibición estúpida de las drogas, y creo un comercio que una sociedad necesitaba. ¿Tú sabes algún nombre de algún capo de la droga norteamericano? ¿Los únicos capo son colombianos? Hay el equivalente en los países consumidores de droga. Lo grave es que esté prohibido. Si no estuviera prohibido, las cosas irían normal y tal vez habría un mayor control de calidad de la cocaína que se consumiera. Está ocurriendo con la marihuana. Eso va a pasar como pasó con la prohibición del alcohol en Estados Unidos de los años 30. ¿Quién eran los que perseguían a los comerciantes de alcohol? Una panda de borrachos. Igual ahora.

Jaramillo sonríe al fotógrafo de Granada Hoy. / Carlos Gil

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último