Esa escultura que se para en el tiempo

Nacido en Jaén y formado en la Facultad granadina de Bellas Artes, Jacobo Castellano devuelve a la escultura la fuerzas y el sentido que siempre tuvo

Carmelo Trenado, la suprema lucidez creativa

Una de las obras presentes en la muestra. / Guillermo Gumiel

La última década de la anterior centuria; cuando el mundo parecía estar inquieto y expectante por lo que pudiera ocurrir tras el cambio de milenio, en la Facultad de Bellas Artes se estaba gestando la generación de artistas granadinos -de nacimiento o vinculados a la ciudad- más importante que ha existido en mucho tiempo; por aquel entonces la plástica granadina estaba atravesando uno de los momentos más dulces de cuantos existían en el transcurrir creativo; algo que era toda una realidad a todas luces constatable. Este hecho viene dado porque, desde los años 70, la ciudad de la Alhambra poseía una infraestructura expositiva a la altura de las existentes en los principales centros artísticos del país. En Granada se han hecho muy bien las cosas, se han buscado los gestores adecuados, se han dejado los intereses políticos a un lado y se ha confiado en aquellos que más rigor podían aportar a un arte con infinita vocación de futuro. Todo esto ha servido para que, actualmente, la creación que tiene lugar en esta ciudad constituya todo un referente, imprescindible para el absoluto conocimiento del arte más inmediato. Pero esto no ha surgido por generación espontánea, sino que desde los años 60, una serie de artistas pusieron las bases para que la modernidad entrara en los esquemas artísticos de una sociedad que tuvo un esplendoroso momento, roto por las sinrazones de una Guerra que truncó las ilusiones de casi todos y que tiñó de oscuridad un horizonte expectante.

Después de Rivera y Guerrero, nombres de inusitada trascendencia en aquellos momentos iniciáticos, comenzó, sin solución de continuidad, un desarrollo de infinita proyección. Artistas de la talla de Cayetano Aníbal, Francisco Izquierdo, Miguel Moreno, José Hernández Quero, Miguel Rodríguez Acosta, Antonio Moscoso, Rafael Revelles, José García de Lomas, Maripi Morales o José Galán Polaino, antecedieron a una generación intermedia que fue el auténtico germen de ese espíritu de auténtica inquietud avanzada que caracteriza el momento presente. Son los Julio Espadafor, Juan Manuel Brazam, Manini Ximénez de Cisneros, María Teresa Martín Vivaldi o Vicente Brito, verdaderos hitos en un discurrir que, continuó Julio Juste, Pedro Garciarias, Rosa Brun, Juan Vida, Paco Lagares, Pedro Osakar, Manuel Vela, Carmelo Trenado o Valeriano López. Desde ellos y, en gran parte, por ellos se llegó a ese segmento esclarecedor que, a finales de los 90, una serie de artistas, salidos de la recién inaugurada Facultad de Bellas Artes y aglutinados, principalmente por Emilio Almagro y Yolanda Romero –la galería Sandunga y las salas del Palacio de los Conde de Gabia como impulsores de una plástica hacia delante– han dado el máximo esplendor a la creación granadina contemporánea. Nombres de la talla de Jacobo Castellano, Ángeles Agrela, Valentín Albardíaz, Paloma Gámez, Jgarcía, Alejandro Gorafe, José Miguel Chico López, Carlos Miranda, Andrés Monteagudo, Paco Pomet, Joaquín Peña-Toro, José Piñar, Jesús Zurita, Santiago Ydáñez, Simón Zábell o Domingo Zorrilla, que, ya, han servido de luz a los aplastantemente jóvenes Miguel Ángel Tornero, Ángeles Rodríguez Cutillas, Pepo Ruiz Dorado, Aixa Portero, Alfonso Luque, Asunción Lozano, Ricardo García, José Luis Conde, María Acuyo, Esther Cardell, Juan Francisco Casas o Santiago Ayán, que son el auténtico germen de ese futuro, actualmente, incontestable realidad, que se me antoja, se encuentra lleno de diáfana excelencia, Marisa Macilla, Belén Mazuecos, Pedro Cuadra, Mari Ángeles Díaz Barbado, Helí García, Nino Sánchez Bayo, Rosa Aguilar, Julia Santa Olalla, José Guerrero. Pablo Capitán y un larguísimo larguísimo etcétera. Artistas muy importantes que han llevado el nombre de Granada a lo más alto del panorama artístico contemporáneo.

Uno de estos ilustres artistas es Jacobo Castellano, un joven nacido en Jaén, en 1976, que estudió en la Facultad de Bellas Artes de Granada y que un accidente lo llevó por el camino de la escultura. La toxicidad de algunos aglutinantes empleados en la pintura –especialidad que fue la elegida en un primer momento– obligó al joven estudiante a decidir cambiar los pinceles por los materiales plásticos que servían de base para la escultura. Este desgraciado incidente obligó al artista a abrazar una escultura que él ha llevado a las posiciones más decisivas y a unah mayor contundencia formal y estética.

En la sala Alcalá 31, dependiente de la Comunidad de Madrid; una de las mas bellas y con mayores posibilidades museográficas y que ofrece una admirable programación de lo mejor de lo mejor, se presenta una importantísima exposición de la esclarecedora escultura de Jacobo Castellano. Con él, la escultura, esa especialidad tan denostada y tan reducida a casi nada, recupera la fuerzas y el sentido que siempre tuvo. Una escultura que él transporta a los profundos estamentos de las tierra, a aquellos que se se hunden en la realidad ancestral y busca, desde ellos mismos, potenciar la realidad de lo mínimo que poseen. El artista jiennense se vale de materiales, concienzudamente, extraídos de un entrono rural, viejos enseres que asuman una nueva identidad y son profundos elementos que constituyen la base de un claro sentido conceptual. Tales circunstancias materiales son sometidos a un proceso constitutivo que, sin perder, su fisonomía ni su sentido rural y pretérito, se abre a nuevos horizontes donde todo puede ser susceptible de marcar posiciones externas al propio sentido de la materia.

En la obra que se presenta en la bellísima sala madrileña nos encontramos esa realidad que encierra el pasado, que transmite los viojos enseres envueltos en su impenitente pátina temporal y que el artista, ahora, les concede una nueva dimensión.

En las obras de Jacobo Castellano está una gran parte de la historia del arte, Altamira, la escultura íbera, las máscaras y la escultura totémica, los ajuares antiguos rescatados del olvido, la escultura románica, hasta el barroco y sus espectacularidad... y asía hasta los planteamientos nuevos de una escultura con reminiscencias de Chillida, Oteiza, Chirino. Anselm Kiefer o el irrepetible Paco Leiro. Obras que yuxtaponen pasado y presente, lo real tangible y lov que se presiente tras una forma encontrada.

La exposición de Alcala 31 nos lleva a reencontrarnos con la gran escultura; esa que nos hace seguir pensando que su poca práctica no es más que un desgraciado accidente que nos llevará a a ser lo que fue. Jacobo Castellano lo hace llenando de artisticidad los más humildes elementos constitutivos. Una exposición para no perdérsela y sentir la fuerza y la emoción de la materia plástica.

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