Los grandes espacios de la fotografía
Artistas de Granada
Tanta laxitud y tanta benevolencia hacia el estamento fotográfico ha dañado y hecho un flaco favor al grandes creadores
Patri Díez expone una muestra de su trabajo en La empírica, un ejercicio formal en el que hay acumulación de datos, relatos y miradas
Granada/La fotografía moderna ha pasado por varias etapas cuyos desenlaces no han sido lo satisfactorio que de tan noble expresión artística se esperaba. Estoy convencido, además, de que tal pobre situación en la que se encuentra se ha debido al mal uso que de ella se ha hecho, sobre todo, por agentes ajenos a la misma. Los regidores del asunto artístico se inventaron hace unos años aquello de que había que conceder entidad artística suprema a un modo de actuación que, hasta entonces, venía desarrollándose sensatamente y con las argumentaciones lógicas de toda obra –lo que era bueno, era bueno y conseguía su máximo estamento artístico y lo que era menos bueno, pasaba desapercibido y caía por su propio peso de pobre ejercicio-.
De buenas a primeras, los santones del arte, los agentes externos a la propia creación, los que manipulan y controlan la situación –galeristas, críticos, directores de centros de arte y museos, profesores de estética iluminados; incluso, algún que otro fotógrafo equivocado– deciden elevar a la máxima categoría artística cualquier mínima situación fotográfica en nombre de unas llamadas nuevas tecnologías artísticas que había, sin discusión, que hacer grandes dentro del arte contemporáneo.
Las salas de exposiciones se llenaron de fotografías y de fotógrafos advenedizos; en las Ferias de Arte se dispararon las apariciones fotográficas y casi eclipsaron actuaciones clásicas como la pintura y la escultura. Hubo hasta muchos buenos pintores que abandonaron la cercanía del caballete y se adentraron por una fotografía que, en la mayoría de los casos, dejaba mucho que desear y a sus autores les cogía con el paso cambiado. Después, para colmo de males, llegaron los móviles y todo se extralimitó. Cualquiera con un aparatillo de esos en la mano se creía Cartier Bresson.
Todo esto viene porque, con tanta laxitud y con tanta benevolencia hacia el estamento fotográfico –sálvense claro la fotografía grande y eterna y los hacedores fotógrafos fotógrafos, que los hay y muy buenos– se ha dañado y hecho un flaco favor a la propia esencia de la buena fotografía. No obstante, existe, aún, magníficos ejecutores y solventes artistas que llevan a esta modalidad creativa al sitio en el que siempre debió estar y que perdió por culpa de las incongruencias y las veleidades de un arte al que le sobran actuaciones de estultos actores y le faltan juiciosas formas actuantes.
La exposición que se ha inaugurado en la Empírica nos pone en la sintonía total de una buena fotografía salida de la lucidez creativa de una, también muy buena artista. En la obra de Patri Díez se argumentan los planteamientos de un arte abierto donde continente y contenido funden, a la perfección, sus fronteras. Parte de un adecuado concepto, de una idea bien conformada, que quiere positivarse– nunca mejor dicho– en un desenlace material adecuado. Pero, además, hay intencionalidad artística, nada de imposturas ficticias ni juegos malabares desvirtuantes. Con cada pieza crea una historia; asume un reto y da vida a un desarrollo mental que tiene su sentido en una dimensión artística bien posicionada plásticamente.
La fotografía de Patri Díez, asimismo, no se queda sólo en las áreas de la idea, en los medios de un concepto sino que plantean el testimonio de un acto creativo bien configurado en u ejercicio formal adecuado. No es, ni mucho menos, la puesta en escena simple de un experimento acertado. En la fotografía de esta artista hay acumulación de datos, relatos descritos sutilmente, miradas desde dentro hacia fuera y desde lo inmediato hacia los íntimos recovecos que encierra lo absolutamente esencial; es un compendio de todo; de lo que se ve y de lo que se presiente; de lo que queda fuera del objetivo –muy importante en su obra– y de lo que se plasma y se fija para siempre. Por eso, la fotografía de Patri Díez no se queda en la simple plasmación sino que se escapa de lo que el visor contempla; de lo que no se fija pero que queda latente.
La obra de Patri Díez es, en definitiva, la verdadera esencia de una fotografía total completa, abierta, con lo que hay y con lo que uno sabe que está tangente al propio espacio escogido.
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