Un espléndido racimo humano

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El próximo miércoles se presenta ‘Tres generaciones rebeldes’ (Carena) de Montse Fernández Garrido

Detalle de la portada del libro / G. H.
José Abad

25 de octubre 2021 - 05:00

A la vida –la vamos a llamar así– le gusta ponerle las cosas difíciles a algunos, como comprobará el lector de Tres generaciones rebeldes (Ediciones Carena) en la que Montse Fernández Garrido hace recuento de las muchas vicisitudes que sufrió su familia por su condición de represaliados del franquismo, y no solo. En las primeras páginas de Tres generaciones rebeldes, la autora explica que nació en el Hospital de Maternidad de Barcelona en el año 1954 y que a punto estuvo de ser o bien vendida o bien regalada a algún afecto al régimen. Sus padres no estaban casados, de modo que su madre ingresó bajo el temible sambenito de “madre soltera” y a la recién nacida la inscribieron como hija de padres desconocidos y con unos apellidos que no eran los suyos. La madre escapó del hospital con el bebé antes de que le dieran el alta. Hasta los quince años vivió en una barraca en el Barrio de la Salud de Badalona, otra de esas realidades negadas por el franquismo y sus herederos (que son mucho más numerosos de lo que uno temía, pero igual de torticeros que siempre). Los barrios de barracas eran el destino irremediable para los inmigrantes andaluces que dejaban el terruño en busca de una oportunidad o sencillamente porque la vida –llamémosla así– les estaba poniendo las cosas muy cuesta arriba. El padre de la autora era originario de Motril; la madre, de Colomera, el pueblo donde yo nací o me nacieron, como dijo aquél.

Resulta que Montse Fernández Garrido, además de una luchadora nata, es nieta del maquis Juan Garrido Donaire, más conocido por Ollafría, y resulta que yo nací a un tiro de piedra de la casa de Ollafría en Colomera, lo que ha supuesto un interés añadido a la hora de leer este libro. Desde pequeño he oído contar historias de este legendario guerrillero, entreveradas de mentiras y miedo. Cuando íbamos a trabajar al campo, cogíamos el camino del Tajo Colorao y pasábamos delante de la casa de Ollafría, una construcción humilde de una sola planta, cerrada a cal y canto, que poco a poco fue desmoronándose a causa del abandono. Recuerdo que el techo se hundió y un grupo de niños nos asomamos al interior encaramados a las vigas, recuerdo un almanaque en una pared –he olvidado el año– y recuerdo una salamanquesa junto al almanaque. Recuerdo.

De joven pregunté por Ollafría cuando se presentaba la ocasión, pero no eran muchos los dispuestos a hablar; mis padres, sin ir más lejos, rehuían estos temas de manera sistemática. Escuché hablar mejor de él lejos de Colomera. Ollafría no era un bandido como sostenían algunas voces en el pueblo, sino un maquis, y se las había hecho pasar canutas a otro personaje del folclore autóctono, el grotesco y grosero Cabo Colomera. Confieso que durante un tiempo le di vueltas a la idea de escribir algo sobre esto. La historia de Ollafría da para una novela.

Desde pequeño he oído contar historias del legendario guerrillero Ollafría, entreveradas de mentiras y miedo

Montse Fernández Garrido escribe de su abuelo desde una perspectiva que seguramente yo no habría adoptado, infinitamente más rica. La autora habla extensamente de su abuela Leonor, la esposa de Ollafría, que no debió echarse a la sierra, pero que fue acosada por los gerifaltes de antaño e incluso encarcelada. A Leonor Martín Pajares –este es su nombre– la torturaron para que revelara dónde se escondía el marido, pues ella solía llevarle comida al campo o dejársela en sitios donde él pasaría a recogerla más tarde. (A mí me explicaron que de ahí le vino el apodo de Ollafría, de no poder sentarse a la mesa con un plato de comida caliente delante; en el libro se da otra versión). La autora transcribe un romance de Consuelo Ruiz que no conocía, espléndido. Sus cuatro primeros versos dicen así: “Quisiera escribir un himno / a un pobre racimo humano: / las mujeres de los rojos / que en España nos quedamos”.

Tres generaciones rebeldes está consagrado a este espléndido racimo humano: las madres, las esposas y las hijas de los hombres perseguidos por sus ideas políticas, perseguidas ellas a su vez; las madres, las esposas y las hijas de quienes lucharon contra el fascismo primero y contra la dictadura franquista después, luchadores ellas también; a todas esas mujeres empeñadas en hacer un mundo más habitable.

La vida –la vamos a llamar así– le gusta ponerle las cosas difíciles a algunos y algunas, decíamos. Pero esa vida –que sólo es buena con algunos y algunas– ignora que las dificultades hacen mucho más fuertes a muchos y muchas. Montse Fernández Garrido es buena prueba de ello.

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