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Simon Zabell Galería Sandunga.
Resulta inquietante pensar que poco antes de desaparecer, la monarquía de Hawai'i tuviera el ánimo suficiente para componer música. Las más conocidas son las de su última reina, Liliuokalani, quien durante su arresto domiciliario, poco antes de que las islas cayeran en manos estadounidenses, compuso uno de los himnos más conocidos de Hawai'i. Simon Zabell leyó hace un año y medio esta historia y a partir de ella comenzó a trabajar en El cielo sobre Honolulu, el último proyecto del artista que ve la luz por primera vez en la galería Sandunga.
Es habitual en su rica trayectoria que Zabell encuentre la inspiración en los lugares más insospechados. Detalles que pueden pasar inadvertidos para el resto, el capítulo de un libro o un lugar común, cobran en él un sentido trascendental. En su particular lenguaje su obra no necesita de adornos ni pretensiones de originalidad.
La exposición es el resultado de la indagación que Zabell comenzó sobre las composiciones de los cuatro miembros de una monarquía que sabía que iba a caer. Contactó con musicólogos de la Universidad de Hawai'i y dio con un instrumentista norteamericano, pero criado allí, que había grabado en los años setenta estas obras mayormente compuestas para ukelele y cuya estructura tiene ciertos paralelismos con piezas como los vals. Las pinturas son la transcripción "intuitiva y subjetiva" de esta música.
Son composiciones "muy curiosas" porque aunque es clara la influencia de la música occidental por la instrucción que recibieron de un profesor europeo, destaca su sensibilidad y el aire "melancólico, como si intuyeran el final que les esperaba".
Las pinturas interpretan cada una de las piezas musicales, que Zabell ha imaginado como si fueran constelaciones de un cielo nocturno, donde en vez de estrellas hay flores en una composición parecida a las típicas camisas hawaianas. "Siendo pinturas de flores, algo muy arriesgado por su significado decorativo, hay un equilibrio entre la belleza intrínseca de una flor y la dureza del mensaje" que el artista quiere trasmitir sobre un fondo de inmensa negrura.
Vuelve el artista a darle la vuelta a los tópicos. Algo como las famosas camisas de flores, alegres pero horteras para la mayoría, terminan siendo gracias a la transformación del pintor estrellas de un cielo que de un momento a otro dejará de brillar.
Zabell partía de algo "imposible de entrada". No ofrece al espectador la posibilidad de escuchar esta música porque considera que hacerlo sería una trampa. En su lugar, los cuadros evocan la historia que los miembros de la Familia Real quisieron trasladar a través de su música. Es el caso de una de las obras más tristes. Una compuesta por la reina Liliuokalani para su marido, que en aquel momento se encontraba ingresado en un hospital de San Francisco, y que nunca llegó a escuchar.
Zabell se sintió absolutamente atraído por una historia que hubiera resultado curiosa en un libro; pero iba más allá. "Fue lo primero que me llamó la atención: lo disparatado de la historia. Si uno lo ve en una novela es curioso, pero cuando comprueba que realmente ocurrió así es mucho más extraño". Aquellas composiciones, aquel último refugio antes de perder su independencia, "crearon una base a partir de la cual se construyó una cultura musical que ha tenido mucha influencia en diferentes momentos del siglo XX causando furor en toda América y parte de Europa". Justo en un momento en el que sabían que iban a perderlo todo.
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