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Granada/Contrariamente a lo que pudiera pensarse, ciertas cuestiones no pueden decirse de una vez por todas y dejar luego que acumulen polvo. Ciertas propuestas deben remozarse de tanto en tanto pues, aunque en esencia permanezcan fieles a sí mismas, cambian los escenarios y cambian los destinatarios y han de cambiar asimismo los ejemplos con que han de ilustrarse. En Una ética para el siglo XXI (Tecnos), Javier Sádaba nos invita a recorrer un camino ya conocido, recién desbrozado, que se adentra en este tiempo en que estamos.
La llamada globalización está derrumbando fronteras geográficas al par que levanta otras de tipo socioeconómico que convierte a los ricos en ciudadanos de un mismo feudo supranacional mientras condena a los demás a un millar de guetos repartidos por todo el planeta; vivimos además una revolución acelerada de tipo tecnológico que abandona al individuo en medio de una red infinita de soledades, dentro de la cual se da pábulo a las ideas más insensatas: el oscurantismo, el fanatismo, el negacionismo, etc. Obviamente, por mucho que toda ética rinda cuentas con la de Aristóteles, su Ética a Nicómaco no podría dar respuestas satisfactorias a estas cuestiones urgentes.
Podríamos empezar con una definición de esta disciplina. Según Javier Sádaba: “La ética o moral consiste […] en lograr el mejor modo de vida con uno mismo y con los demás. O lo que es lo mismo, en ser fiel a lo que uno cree y hacer el mayor bien a los otros evitando su mal”. Así planteada, coincidirán en que algo está fallando de una manera estrepitosa. Mientras leía el libro, saltó a los periódicos y telediarios la noticia de la agresión a un niño de 16 años en elbarrio de Sants, en Barcelona, por parte de un grupo de unos diez jóvenes, chicos y chicas, todos menores de edad. El objetivo aparente era robarle el móvil, pero en el vídeo grabado y difundido por los agresores (este detalle es revelador: grabado y difundido por ellos) lo que sorprende es la ferocidad de la jauría y las risas estúpidas con que algunos corearon la agresión.
La paliza estaba liderada principalmente por tres o cuatro energúmenos, pero el resto no movió un dedo para detenerlos, al contrario; como digo, el espectáculo de la violencia gratuita y el dolor ajeno les resultaba la mar de divertido; se lo estaban pasando bien. Esta falta de empatía produce escalofríos y reproduce, a su manera, la actitud de los adultos en sus respectivos ámbitos.
Debemos trabajar con tesón a favor de una sociedad tolerante, plural y laica. E insisto en lo de laica porque, como bien dice Sádaba, “que la moral proceda históricamente de la religión no significa que sea religión”. Sería de necios negar la importancia histórica de esta última en la forja de unas reglas de convivencia basadas en el respeto al otro pero, en pleno siglo XXI, el hombre no debería necesitar ni Dios ni dioses, ni la promesa de salvación o la amenaza de condena eterna, para construir un mundo habitable; el ser humano ha hecho grandes cosas por sí mismo y en sí mismo ha de buscar la fundamentación de una vida basada en la libertad propia y un mínimo de consideración hacia los demás. No puede concebirse una sociedad justa que no tenga en cuenta estos puntos.
Por desgracia, la efervescencia de posiciones de extrema derecha, que es la ideología del odio, confirmaría cuán difícil lo tiene un proyecto semejante en la actualidad. Presenciamos, entre perplejos y aterrados, la consolidación de una Trinidad Terrible: el egoísmo (la primacía del Yo), el odio (el desprecio del Otro) y el miedo (que potencia los dos vicios primeros).
A menudo uno tiene la impresión de que podríamos vivir infinitamente más tranquilos, no digamos ya felices, a poco que pusiéramos un poco de empeño en ello. El mundo es ancho y la vida demasiado breve. Hago mía esta hermosa reflexión de Sádaba: “La ética no se reduce a deberes negativos como, por ejemplo, no matar, o a deberes positivos, como por ejemplo ayudar a quien lo necesite. También da consejos y en nuestro caso el consejo es vivir el día a día con la mayor curiosidad posible. Aprender no solo otorga satisfacción intelectual, sino que nos modifica y nos hace […] habitar en la posibilidad. Somos un haz de posibilidades. Y eso nos hace más humanos que es uno de los objetivos de la ética”. Ser más humanos, ésa es la idea.
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