"La falta de información sexual puede tener consecuencias perjudiciales"
Elisa Victoria | Escritora
La escritora regresa a las librerías con El Evangelio, una novela donde vuelve a tratar la infancia, pero esta vez desde el punto de vista de una profesora en prácticas
Granada/No son autobiográficas, pero las novelas de Elisa Victoria (Sevilla, 1985) están impregnadas de sus vivencias. Creció en las afueras de Sevilla jugando con Chabeles, al igual que Marina, la protagonista de VozdeVieja (Blackie Books, 2019). Dos años después publica su segunda novela con el sello catalán, El Evangelio, con una protagonista que toma rasgos de la Victoria más adulta, pues como ella es una estudiante precaria de Magisterio Infantil que se ve obligada a realizar sus prácticas en un colegio privado religioso. Precisamente es la infancia el auténtico nexo entre ambas novelas: primero casi a lo gonzo, contada en primera persona; ahora, desde una visión más adulta y externa.
–Pese a las críticas del libro ¿sigue teniendo fe en el sistema educativo?
–El sistema educativo es un concepto demasiado amplio y con demasiados agujeros, pero sigo teniendo fe en que la escolarización en principio es una buena idea y en que un profesor sensible es capaz de hacer un poco mejores treinta vidas cada vez que entra en una clase.
–Aunque la novela discurre en un colegio religioso, esos problemas que se denuncian son extrapolables a cualquier centro educativo.
–Es cierto, la reflexión no abarca en concreto la educación privada religiosa sino que se extiende a la pública y en general a todo el sistema en el que nos vemos obligados a vivir, pero en el contexto de un centro religioso se intensifican las características que la protagonista considera más dañinas como el adoctrinamiento, la competitividad o la rigidez.
–Tanto Lali como Marina, protagonista de Vozdevieja, están muy interesadas por el tema de la sexualidad, aunque Lali al ser mayor quizá tiene más conocimiento ¿era importante para usted tratar el tema de la sexualidad femenina?
–Tratar la sexualidad era tan importante como tratar cualquier otro tema de los que observo que atraviesan la realidad cotidiana. Es una cuestión que se ha trabajado en todos mis libros, que siempre ha sido importante reflejar para mí y no sólo abarcando el punto de vista femenino sino todos los ángulos posibles. Me interesa explorar la sexualidad humana, la forma en que se nos presenta y lo escabrosa que puede llegar a ser. De todos modos en este libro no es un asunto que destaque más que los demás, he procurado mantener cierto equilibrio en este sentido, que llame tanto la atención creo que es consecuencia precisamente del tabú que lo sigue envolviendo.
–En relación a esto, resulta curiosa cierta defensa que hace de las monjas, cuando dice que ellas no tienen que preocuparse de salir arregladas a la calle o de que un tío les mire mal cuando habla de la regla.
–El estilo de vida de las monjas no es algo que mi protagonista critique en principio y en ocasiones reflexiona sobre las ventajas que tienen al ubicarse en una posición tan particular dentro del sistema, formando parte de él pero no del todo en algunos aspectos que a ella le generan una gran incomodidad. En cierto momento también se pregunta si en el pasado, cuando las mujeres tenían tan pocas opciones a la hora de desempeñar un papel en el mundo, no habría sido el camino preferible para ella. Supongo que ambas reflexiones forman parte del mismo sentimiento.
–De nuevo, la educación sexual no es precisamente el fuerte del sistema educativo en general.
–No, es un tema que se toca de pasada, apenas unas páginas cada curso que lo abordan desde el punto de vista reproductivo, un par de charlas sobre los cambios asociados al desarrollo hormonal y con suerte alguna mención suelta a los preservativos. Resulta peliagudo de entrada porque muchos de los responsables de los alumnos desean que reciban cuanta menos información al respecto mejor y abordar asuntos básicos como el conocimiento del cuerpo o la validez de las orientaciones sexuales no es fácil. Esta falta de información y de consenso puede tener unas consecuencias muy perjudiciales.
–En El Evangelio hay bastantes referencias a cómo nos ven los demás o cómo nosotros a ellos ¿a qué se debe?
–Supongo que se debe a que siempre me ha resultado inquietante tener que asumir que la totalidad de mi existencia tendrá lugar en este cuerpo a la luz de esta chispa de conciencia que un día se encendió y un día se apagará, todas las limitaciones abismales que eso conlleva. Me resulta solitario y enigmático. Me doy cuenta de que desde este extraño lugar mi percepción de mí misma no tiene por qué coincidir con la que tienen de mí los demás y viceversa, a los demás les puede resultar inesperado cómo son para mí, con la variable añadida de que todo esto va cambiando a medida que el tiempo pasa, y el bucle completo nos afecta. Es una circunstancia en la que nunca he dejado de pensar.
–También en la novela abundan las referencias a la muerte que no estaban en Vozdevieja. ¿Tiene que ver con que la protagonista es más adulta y empieza a ser más consciente de la fatalidad de la vida?
–Sí, la protagonista de Vozdevieja tiene una madre enferma y nueve años, lo que implica que en ocasiones se plantea la cuestión de la muerte pero desde el punto de vista que le es propio, considerando la finitud de la vida como algo real pero aún remoto, no del todo concebido en la plenitud de su significado porque ese es el grado de complejidad acorde a su edad. El momento de asunción total de la muerte como algo eterno, irreversible e inevitable suele tener lugar a partir de los once o doce años. Yo lo experimenté a los doce y supuso un momento crucial en mi vida, el impacto fue largo y profundo y me obsesionó hasta el punto de que aún no lo tengo dominado como no tengo dominado el avance implacable del tiempo siempre en la misma dirección. No podía atribuirle esa conciencia a Marina en Vozdevieja pero sí a Eulalia en El Evangelio.
–Sus dos últimas novelas se desarrollen en las afueras ¿es que acaso la gente que vive en el centro no atraviesa esas mismas penurias (por ejemplo trabajar para pagarse las estudios) y eso no daría para una novela?
–Decidí ubicar a ambos personajes en las afueras porque es un escenario que he conocido a fondo y me apetecía explorar la forma en que la periferia te condiciona. La gente del centro no es toda rica, por supuesto, y en cualquier caso la condición económica de un personaje o la ubicación de su hogar no determina en absoluto su interés.
–Al final, Eulalia acaba haciendo honor a su onomástica cuando pide morir ella si con eso se salva a las niñas y niños ¿es posible de verdad salvar a los niños de este sistema?
–Tal como está planteado y consolidado el sistema ahora mismo no lo creo. Se les pueden dar herramientas para sobrevivir, recursos para sortear las trampas, pero salvarlos del todo significaría construir otra civilización que ofrecerles y eso es una utopía. Su deseo de sacrificio se queda en una cuestión poética que le sirve para expresar cuánto le importan los niños, cuánto estaría dispuesta a entregar con tal de que para los próximos no tuviera que ser tan feo como para ella, pero es consciente de sus limitaciones.
–Menciona en el libro un poema de Panero en el que se habla de que todos tenemos un niño muerto dentro (y también dedica el libro “a todos los niños muertos”) ¿crecer o madurar es matar a nuestro niño interior?
–Depende del concepto de maduración que manejemos. Si hablamos de madurar como equivalente a ser serio y rígido cuando una persona no tuvo en principio esa inclinación natural sino que la moldeó para convertirse en un adulto respetable, estamos ante un cadáver seco envuelto en carne viva, sí. En cualquier caso creo que casi todos nos hemos ido muriendo un poco aplastados en mayor o menor medida por esos mandatos, que hemos tenido que aplicarnos respiración asistida en algunos momentos, que hemos vivido situaciones críticas, no es fácil mantener ese hilo de conexión con buena salud, hay que esforzarse mucho a veces.
–En varios capítulos del libro, Lali habla con sus ‘yos’ de otras épocas ¿qué le diría Elisa Victoria a su yo niña y a su yo de la tercera edad?
–A la niña que deje de intentar encajar porque no tiene sentido, que siga encerrada si está más cómoda porque a base de no encajar y de estar encerrada un día se va a abrir un camino en la pared; a la vieja que le agradezco la mirada compasiva y que me perdone el bochorno que con total seguridad le estoy causando; y en general a las dos que aguanten el tirón y que en el cuaderno nos vemos, como siempre.
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