Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
"La literatura no ha existido siempre". Con este contundente axioma, colocado a la cabeza de su Teoría e historia de la producción ideológica (Akal), Juan Carlos Rodríguez descargó un tajo sobre ciertas ideas muy arraigadas en el imaginario común. Ideas tendenciosas que presentan la literatura como una antiquísima conquista del ser humano o, aún peor, un mineral precioso que no tuvimos más que arrancar, de entre las rocas, al corazón de la montaña. En aquel ensayo decisivo, Juan Carlos Rodríguez devolvió su "radical historicidad" al hecho literario, un fruto más o menos sabroso de una formación social dada, que nada tiene de eterno. Lo que hoy llamamos literatura tiene unos cuantos siglos de existencia (seis, siete a lo sumo) y está sustentado en las relaciones establecidas por una determinada ideología, la burguesa. En tanto producto, la literatura ha ido cambiando su función según ha ido consolidándose dicho régimen y no debiera descartarse que, en el momento en que deje de serle útil, desaparezca. Si no ha existido siempre, ¿por qué habría de durar para siempre? Crucemos los dedos.
¿Y cómo se legitima este brillante artefacto, este apasionante artificio? A través de la creación de otros universales, no menos apabullantes, como el Hombre o la Libertad. Juan Carlos Rodríguez ha cimentado su edificio teórico en la puesta en cuestión de tales constructos. Respecto al primero, en De qué hablamos cuando hablamos de literatura (Comares), escribía: "unir un término tan vacuo como el de 'Hombre' a un término tan indeciso como el de 'Literatura' nos ha llevado, como máximo, a decir que la Literatura es la expresión del Hombre o de la Mujer. Lo cual se asemeja mucho al hecho de no decir nada". Por esta puerta entramos en un debate decisivo. Hoy decimos "Yo" o hablamos de "Igualdad" y pensamos -ingenuamente pensamos- que estos conceptos son inherentes a la especie. No es así. No siempre fue así. Me serviré de unos ejemplos recurrentes en Rodríguez: el modo de producción del mundo grecorromano se sustentaba en el esclavismo y, en consecuencia, la sociedad se regía por la relación Amo/Esclavo; el esclavo no era menos que nadie, era menos que nada, y jamás habría dado el mismo valor al pronombre "Yo" que el que le damos en la actualidad. Varios siglos después, en pleno Medioevo, el régimen feudal promovió una relación vertical diferente, la de Señor/Siervo. Algo se ganó, al siervo se le reconocía la tenencia de un "Alma", sea lo que sea ello. Y a partir de la aparición de la sociedad de mercado, en donde estamos más o menos instalados desde los siglos XIV-XVI, se estimuló una relación de aparente horizontalidad, la de Sujeto/Sujeto, así como una noción, la de Libertad, en la cual se sustenta la literatura moderna, "o lo que de hecho deberíamos llamar literatura en sentido estricto", apostillaba Rodríguez en aquel ensayo. La ficción de la libertad es imprescindible en este orden de cosas. El sujeto debe creer que actúa sin ninguna coacción en dicho intercambio. No siempre fue así, decía. Y tampoco está claro que lo sea en el futuro, de modo que volvamos a cruzar los dedos; las alternativas que se me ocurren son aterradoras...
En su nuevo libro, Tras la muerte del aura (En contra y a favor de la Ilustración), Juan Carlos Rodríguez reincide en estos argumentos tomando como objetivo la cultura humanística (la cultura de lo humano) y aquella encrucijada histórica que celebró el triunfó de la Razón. Entre otras cuestiones, todas de relieve, el autor dedica especial atención al teatro dieciochesco en tanto espacio en el que se plasman ejemplarmente las tensiones del momento. La Ilustración se sostiene en diversos "signos" -así los llama Rodríguez-; uno es "la invención de la naturaleza humana", un proyecto que venía fraguándose desde mucho antes, desde William Shakespeare sostiene Harold Bloom -desde antes incluso, desde Petrarca al menos, habría que recordar-; otro de esos signos sería la aparición y consolidación de la "sociedad civil" y su voluntariosa defensa de la felicidad individual y el bien general, tan publicitados, tan precarios.
Durante la Ilustración se apeó del altar la idea de que Dios era el fundamento de todo: "frente a la Naturaleza divina depositada en los hombres (que era lo propio del Feudalismo) los ilustrados deben inventarse una Naturaleza humana basada simplemente en el ser humano", escribe Rodríguez. Como sabe cualquier persona que practique el sano ejercicio de abrir un periódico al día, esa nueva divinidad, esa Libertad, ha sido puesta en entredicho desde aquel siglo al presente de manera pertinaz y continuada, y el porvenir que se le presenta no es precisamente halagüeño. Juan Carlos Rodríguez insiste en que el problema estaba, está y seguirá estando en esa gran mentira de que nacemos libres. No es así. Aún no es así. Crucemos los dedos por que algún día lo sea.
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