Hayk Grigoryan o la religiosidad en el arte
La Curia Metropolitana acoge estos días la muestra 'Jesucristo, esperanza que no defrauda' del autor armenio
El pintor armenio Hayk Grigoryan cuelga su obra llena de símbolos y alegorías en la Curia

Granada/Hace algunos años que pude conocer religiosamente a Hayk, en el mismo lugar que alberga su actual exposición (Curia Metropolitana), el misterioso azar ha querido que vuelva a reencontrarme de nuevo con Hayk. En aquel momento comprobé que le conocía, incluso sin haberle visto jamás, la razón es que muchos de sus pensamientos gráficos, sus colores, sus trazos, sus huellas de impresión en el papel, la trama de la celulosa y su diminuto relieve en el soporte, me resultaban extraordinariamente familiares.
Como compañeros de viaje, todos los que conocemos la impresión gráfica, palpamos con la vista esa huella impresa, la tinta sobre el papel, la marca que deja la presión calculada de los cilindros de un tórculo, además de todo un laberinto de escenarios gráficos, que recorren el itinerario del proceso previamente vivido por el grabador, en este caso Hayk Grigoryan. Resulta muy fácil adentrarnos en el paisaje interior contendido dentro de la imagen de la propia obra, y apreciar esa estela de gestos, grafismos, manchas que dimanan del original. Me sorprende y me admira, que aún existan personas que diariamente transforman la realidad cotidiana cargada de aristas y desangelada, en esa otra realidad mística, religiosa, espiritual, profunda y que mantiene unas convicciones atemporales.
Ante la velocidad y la inmediatez cartesiana que se han impuesto en el presente como una especie de travesura intelectual, también pueden convivir la solemnidad y estaticidad del rostro de Jesucristo, representado por Hayk, icónico, imperturbable, no sé muy bien si le contemplamos o nos contempla desde un atronador y misterioso silencio.
La imagen religiosa que impregna y cohesiona toda la exposición, tanto las obras pictóricas, como las gráficas, penetra y traspasa lo actual hacia un tiempo no cronológico, que nos transporta al pasado y al futuro, pues irreverente nos sonroja en nuestra acomodada ingenuidad, parece repetirnos como el son de las campanas, la debilidad e inocencia en nuestra interpretación del abismo del tiempo.
Cuando observamos la obra de un gran artista como Hayk Grigoryan también le vemos a él, al menos yo le veo, a pesar o a través de la imagen que nos pinta o nos dibuja. Le veo entrando y saliendo en sus obras, acertando, en sus pinceladas, sus trazos, sus gestos, sorprendiéndose y volviendo a continuar, ya que todo se ha ejecutado de forma pausada, con la calma que se adquiere desde la paciencia de la línea del punzón, del intento, él sabe muy bien que debe seguir hasta dar por concluida cada una de sus obras, concluidas convencional y metafóricamente, pues coincido con el pintor Antonio López en que una obra no se termina nunca. Técnicamente aprecio una gran maestría, en la ejecución de las obras de Hayk (no soy el primero, su obra goza de reconocimiento internacional). Su obra destila una nostalgia maravillosa que nos embelesa por su naturalidad en el proceso, por recrear desde los fundamentos de la obra gráfica, un gran oficio y experiencia jalonan cada una de sus obras. Toda su obra al mismo tiempo está cargada de una extraordinaria modernidad, es absolutamente moderna, sin renunciar un ápice a los clásicos, a Alberto Durero, a Rembrandt, con los que coincide además técnica y temáticamente con su delectación por los temas religiosos.
Nos sorprende el uso magistral del aguafuerte, aguatinta, punta seca, pan de oro, plata, cobre, etc., así como el exuberante colorido de la témpera frente a la sobriedad del claroscuro gráfico. Nos impresiona (me impresiona), que actualmente existan personas que se detienen en estos temas, conscientes del vendaval de dudas que azotan e inquietan desde tantos frentes, aunque la profunda religiosidad absorbe toda inquietud desde un mensaje cargado de verdad, me lo creo.
Grabados
La sección de la exposición dedicada a la obra gráfica, perfila un espacio íntimo, recogido, en el que el artista nos muestra todo su repertorio de recursos expresivos, desde la sobriedad del negro o alguna tierra, todo ello le vale para argumentar un discurso estético basado en la austeridad. Esa austeridad de medios, le vale para decir lo máximo, con lo mínimo, ahí se sirve de una gama espléndidamente amplia de valores de claroscuro, desde los valores luminosos, hasta llegar a los negros profundos y misteriosos, pasando por una gama extensa, muy extensa de grises, que le valen para atenuar, con gran delicadeza, unos volúmenes marcados por la suavidad de las formas.
En ocasiones se sirve de elementos ornamentales, que nos permiten descubrir el arsenal de recursos que posee Hayk como grabador, todo lo que ha aprendido en la soledad del taller al grabar con el punzón en la plancha de metal, al levantar la manta que cubre el papel húmedo y la plancha bajo la presión de los cilindros, lo que surge después de trabajar durante muchas horas en la plancha de metal y nos invita a continuar inventando una nueva realidad.
El color de la témpera
Hayk, nos sorprende tras contemplar sus grabados prácticamente en gamas de grises, con un planteamiento absolutamente distinto, cuando vemos sus obras ejecutadas en tempera sobre papel y sobre tabla, o el uso del pan de oro, nos despierta una faceta complementaria y de la que es también un gran maestro. Su devoción religiosa, le permite representar desde la admiración a la santidad y lo hace con unos colores que cuando se completan con los dorados o la plata parecen irradiar e iluminar un espacio celestial.
El color en las obras de Hayk, cobra un significado pictórico muy especial, no es exclusivamente artístico, es además religioso, diría que profundamente religioso, no es sólo el complemento al nimbo o aureola de santidad, pues cuando le contemplamos, nos transporta a otro espacio etéreo, en el que podemos en ocasiones con el apoyo de lo ornamental viajar a espacios divinos.
Ecce Homo
En una pared de la sala, se concentra en exclusiva, la imagen del rostro de Cristo, más allá de su sufrimiento y los escarnios y con todo su poder. El oro, la plata con sus irisaciones y reflejos, ahora exaltan y potencian el colorido de más de veinte obras, a modo de mosaico místico, cargado de misterio y de mensajes de esperanza, de confianza.
Aquí el espectador, contempla o es contemplado, desde la serenidad, el silencio, creo que aquí si miramos desde nuestro interior, tras un tiempo de meditación, se establece una comunicación de amor, de esperanza, sinceramente, de oración. Hayk Grigoryan ha recibido más de setenta y cinco premios internacionales, sus obras han sido adquiridas por museos e instituciones privadas y públicas así como por coleccionistas de arte.
También te puede interesar