Otros héroes de antaño

Víctor Mora creó a algunos de los personajes de cómic que incendiaron la imaginación de los adolescentes de los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta: El Capitán Trueno y El Jabato

Otros héroes de antaño
Otros héroes de antaño

De no ser por el Capitán Trueno jamás habríamos conocido al Jabato, heredero directo y al mismo tiempo, ¡lo que son las cosas!, antepasado suyo. Fue el cruzado vagamundos quien, a golpes de espada y de ventas, desbrozó el camino que lleva desde el limbo donde duermen los personajes no bautizados de la fantasía hasta la tierra de provisión donde cobran vida: el mercado. La editorial Bruguera encargó a Víctor Mora que soñara otro héroe a imagen y semejanza del Capitán Trueno, pero trasladándolo un milenio atrás, a una Antigüedad tan improbable como el Medievo del anterior paladín; se trataba de utilizar los mismos ingredientes e idéntica receta para preparar un guiso distinto, un milagro inconcebible en gastronomía, posible en la ficción. El dibujo correría a cargo de Francisco Darnís.

Así nació El Jabato, otro clásico de antaño, tan valiente como el que más, pero subordinado a su predecesor. De hecho, el primer cuadernillo, Esclavos de Roma, que apareció el 20 de octubre de 1958, iba como regalo del número 107 del Capitán Trueno.

En los compases iniciales, Víctor Mora intentó al menos singularizarlo. El Jabato no pertenece a ninguna estirpe ni tiene escudo de armas; es un simple campesino íbero hecho prisionero por soldados de Roma y conducido a la arena del Coliseo para luchar como gladiador.

No es noble por linaje, sino por sus actos. Y no se echa al mundo en busca de jaleo; es el mundo el que se le echa encima. A partir de ahí, no obstante, El Jabato deviene un simple remedo de Trueno. El forzudo Taurus (cortado según las hechuras de Goliath, el amigote del Capitán) lo acompaña en sus andanzas. El dúo no tardó en ser trío, y las escasas diferencias entre ambos seriales se redujeron más si cabe. El nuevo personaje debía dar la réplica a Taurus, como Crispín a Goliath, y abrir los oportunos paréntesis cómicos. Sin embargo, al abrazar abiertamente lo ridículo, Fideo de Mileto introdujo las mayores novedades y acabo convirtiéndose en uno de los personajes más memorables del tebeo de entonces: Fideo es un poetastro anoréxico a una lira pegado y con tan pocas dotes para la poesía y la música como su coetáneo el bardo Asuranceturix, amigo del galo Asterix.

Los relatos repiten una estructura similar. Acompañado por sus compañeros, El Jabato recorre un mundo propicio para los aventureros, bien surtido de percances y calamidades. Cada nuevo episodio los presenta llegando a una región o comunidad convulsas. ¡Nada que temer! Ellos pondrán las cosas en su sitio: si hay un misterio, lo resuelven; si hay un bicho antediluviano castigando a la población, lo eliminan; si se trata de un tirano, lo derrocan. Luego reemprenden el camino en pos del siguiente episodio. Quizás lleguen al final de la aventura con un desgarro en el traje o una magulladura, pero al principio de la siguiente, sin mediar sastre ni galeno, los tendremos de nuevo de punta en blanco y más frescos que una lechuga. El Jabato y los suyos recorrieron de arriba abajo el orbe conocido, desplazándose tanto en el espacio como en el tiempo; sólo esto explicaría que en ciertos capítulos sea Nerón quien ocupe el trono imperial en Roma (siglo I) y en otros sea Trajano (siglo II).

Debajo de la coraza de escamas del Jabato late un corazoncito. Y si el Capitán Trueno tiene a su dama, la rubia Sigrid de Thule, al Jabato no le faltará la suya, la mediterránea Claudia, una joven patricia convertida al cristianismo. También ella lo acompañará en más de una correría, para escándalo de la censura franquista, pues ¿cómo osaban estas buenas mozas echarse a los caminos, tras las grupas de sus galanes, sin haber pasado antes por el altar? Hubo otros desencuentros con los guardianes del orden, pero yerra quien vea disidencia en estos folletines. No la había, aunque, aun siendo devotos cristianos y buenos patriotas, ni el Capitán Trueno ni El Jabato participaron de la ortodoxia nacional-católica como sí hiciera otro famoso campeón de la dictadura, El Guerrero del Antifaz, afecto a Isabel la Católica y a los sacrosantos postulados del Caudillo. Por no hablar del dúo formado por Roberto Alcázar y Pedrín, cuyo deporte predilecto era la caza de comunistas y masones.

Como no hay dos sin tres, Víctor Mora aún repetiría la fórmula en un serial posterior, El Corsario de Hierro, una vez más al servicio de su majestad Bruguera. Los dibujos volvieron a ser de Ambrós. El marco histórico sería el siglo XVII; el mundo, el de la piratería. El nuevo héroe inició su singladura editorial en 1970 y surcó todos los mares conocidos compañía del gigantón Mac Meck, un Goliath vestido con la típica faldilla escocesa, y un mago de pacotilla, Merlini, un calco de Fideo de Mileto. Las aventuras de todos ellos son intercambiables, ¡para qué engañarnos! Y sin embargo, uno siempre prefirió las del Capitán Trueno; difícil explicar por qué.

stats