El parqué
Impulso por la defensa
Novedad editorial
Granada/Quien se adentre en el corpus narrativo de Stanislaw Lem hallará un dramatis personae que satisface exigencias distintas: el aventurero Ijon Tichy, por ejemplo, nace con unas intenciones paródicas sanamente irreverentes, empero peligrosamente desmadradas, que ha dado luz a varios libros divertidos, incluso estimulantes: Diarios de las estrellas (1957), Congreso de futurología (1971), Paz en la Tierra (1987)… Por contra, el protagonista de los volúmenes Relatos del piloto Pirx y Más relatos del piloto Pirx (y de una novela interesantísima: Fiasco) permitió al autor abundar en su lado más reflexivo. Si Ijon Tichy era una respuesta rotunda, el piloto Pirx es una retahíla de preguntas: “Pirx era naturalmente incapaz de obedecer ciegamente, no habría podido hacerlo aunque hubiera querido. Tenía la desconfianza metida en los huesos”, escribe Lem. Según los apuntes esparcidos en estos relatos, Pirx es un personaje de rolliza corpulencia, poco agraciado físicamente, ferviente lector de Joseph Conrad (polaco, como Lem) que ya no se hace demasiadas ilusiones sobre algunos sueños de juventud. Pirx es un tipo lúcido cuando conviene y cuando no.
En la serie consagrada al piloto Pirx, Lem se muestra especialmente sobrio: escribe con ambas manos firmemente agarradas a las riendas, sin la tentación de la estampida, según un patrón clásico que primigenia la transparencia y la exactitud (como Conrad, precisamente); una lección estética por la cual uno siente una íntima devoción. Lem quiere reflexionar aquí sobre los desafíos físicos y psicológicos que afrontará el hombre al vérselas con el cosmos y depender de sus propias creaciones, las máquinas, para llegar allá donde los dioses le prohibieron llegar. Los dos libros suman un total de diez relatos largos, aunque un par de ellos, dadas su complejidad y extensión, pueden considerarse novelas hechas y derechas. Son diez relatos notables, algunos sobresalientes, que ilustran problemas que pudieran darse (¿que se darán?) cuando el hombre se lance a las estrellas y se lleve consigo sus miserias y grandezas. El vacío del cosmos será un pozo que, como el abismo nietzscheano, nos mirará adentro cuando nosotros miremos abajo.
En La prueba, la primera pieza de Relatos del piloto Pirx, el protagonista, aún un simple aspirante a piloto, se enfrenta a un peligro, poco importa si real o imaginario, ante el que deberá demostrar que allí donde no alcancen el conocimiento tendrá que hacerlo la imaginación; esta apología de la creatividad -una de las vigas maestras de la ciencia ficción- recorre la obra entera de Lem. El ensueño en su forma negativa, la pesadilla, aparece en el segundo relato, La patrulla: Pirx, en una rutinaria misión de guardia, y en la noche perpetua del cosmos, descubre una lucecita anómala, ignorada por los radares, con la que su cerebro empieza a fantasear en exceso. La Albatros adquiere un marcado tono documental; se describen las maniobras de un crucero de lujo para socorrer una nave en apuros: las enormes distancias en el espacio, así como la mera dificultad para frenar de los titanes que surcarán las estrellas imposibilitan el salvamento. En Terminus, posiblemente una de las narraciones más atractivas de la colección, Pirx conoce los detalles más inquietantes de una tragedia del pasado a través de la memoria almacenada en un vetusto robot dedicado a tareas de mantenimiento, mientras que Reflejo condicionado describe cómo serían la vida en una base en el lado oculto de la luna.
El segundo volumen, Mas relatos del piloto Pirx, se abre con La cacería y cuenta una batida de caza contra un robot enloquecido entremezclando el componente espectacular con sugerentes digresiones sobre la relación entre el hombre y la máquina. En El accidente, la recuperación de un robot extraviado será una excusa para enfrentar al hombre tanto a una naturaleza primordial como a su propio instinto de superación; en la escalada que emprende Pirx tras la máquina extraviada no es difícil escuchar ecos de aquella subida al Monte Ventoso narrada por Petrarca en sus Familiares. El cuento del piloto Pirx es el único relato de la serie escrito en primera persona y Lem lo aprovecha para poner en sus labios los miedos más profundos; señalando hacia el espacio exterior, afirma: “El hombre nunca se sentirá a gusto allá afuera”. El proceso parte de un planteamiento argumental tan estimulante que su desenlace, siendo notable, no acaba de ser satisfactorio: Pirx es el comandante de una nave en vuelo experimental que deberá descubrir de entre los miembros de su tripulación quién es humano y quién un androide; la moraleja no tiene desperdicio: frente a la perfección robótica, lo más genuinamente humano será una idea de decencia imposible de ser reproducida por ninguna inteligencia artificial. El último relato, Ananke, plantea de nuevo los problemas de dependencia de la máquina en una escenografía misteriosa como la de los desiertos de Marte.
La gran baza de estas historias es el profundo conocimiento de Lem de cuanto escribe o describe. El autor emplea una amplia batería de detalles minúsculos que hacen verosímil cada situación: en una base lunar, por ejemplo, a causa de la falta de gravedad, el gesto mal calculado de un portazo puede lanzar al incauto contra el techo. En el caso de la ciencia ficción, las tramas se tejen con la certeza de lo que existe y la sospecha de lo que pudiera existir. Lem especula con los problemas políticos, administrativos o sociales que surgirán en esta nueva frontera, la definitiva. Hay problemas fácilmente futuribles, como el pago de tasas o multas en los puertos espaciales; otros son consecuencia de una reflexión cimentada en ciertos valores, de ayer y hoy, que deberían permanecer vivos en el mundo del mañana. Lem es de una contundencia incontestable: sin una ética mínima, todo porvenir es temible.
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