El hombre de una tierra salvaje

Con Conan el Bárbaro, Robert E. Howard nos arrastra a un mundo en donde el hombre aún no ha hecho nada por domar su lado animal; un mundo al borde del abismo, bien cimentado en las profundidades

El hombre de una tierra salvaje
El hombre de una tierra salvaje

Toda cultura, todo país inspira o estimula ficciones que tienen por objeto preservar la propia cultura, el propio país. Luego hay quienes se abandonan a ellas con bochornosa mansedumbre y quienes, en cambio, les dan la espalda, no por altanería, sino en busca de un sendero propio al margen de los caminos trillados por la tribu. Fue el caso de Robert E. Howard, quien, en la Norteamérica de la Gran Depresión y en una veintena de relatos tan toscos como enérgicos, ideó un oasis de 'Espada y brujería' a doce mil años de distancia. El escritor, que nació en Peaster (Texas) en 1906, fue un chico solitario y melancólico y un adulto inestable, en permanente coqueteo con la zozobra, que acabó arrancándose la vida en 1936, a la edad de treinta años. En tanto sonaba la hora fatídica, Howard combatió sus demonios interiores liberándolos tal cual en un sinfín de historias destinadas a las endebles páginas de las revistas pulp. Hablamos de historias escritas con pericia, pero sin complicaciones (el narrador retomaba y ataba, ante la mirada perpleja del lector, los cabos que se le iban quedando sueltos), dominadas por lo sobrehumano y sobrenatural, lo ancestral e innombrable. Howard se rebeló contra su tiempo presente enfrentándolo a la vastedad de unas civilizaciones, ya extintas, que se creyeron eternas.

El escritor ideó una geografía y una historia personales e intransferibles, según mandan los cánones del género fantástico, y en esta jaula dorada colocó a su criatura más célebre, Conan el Bárbaro, que vería la luz en el año de gracia de 1932. Conan viene de Cimeria, jura al dios monosilábico de los cimerios, ¡Por Crom!, y vive sus aventuras en la Era Hyboria, datada entre el hundimiento de la Atlántida y el despertar de las primeras culturas conocidas. En sus relatos, Howard dio rienda suelta al instinto, la furia reprimida, el miedo y odio refrenados (Quizás por sus orígenes sureños, no escasean los apuntes racistas). Nos arrastra a un mundo en donde el hombre aún no ha hecho nada por domar su lado animal; un mundo al borde del abismo o, mejor aún, bien cimentado en las profundidades. Conan ejercería de ladrón, mercenario, pirata, soldado, general y, finalmente, rey de Aquilonia, pero sería sin remisión un guerrero solitario y taciturno -al igual que Howard-, necesariamente implacable, pues ha de vérselas con unos tiempos que no perdonan a los débiles.

En 1970, la Marvel Cómics se hizo con los derechos de adaptación con vistas a ampliar su nómina de personajes. Conan fue encomendado primeramente a Barry Windsor-Smith, que ideo un guerrero de rasgos juveniles, bien parecido y proporcionado, de maneras abruptas pero, si se presenta la ocasión, también delicadas. No es improbable que el lector se identifique con él. En estas historietas, Conan tiene algo del Aquiles iracundo de la mitología; tiene asimismo cierta apostura apolínea, aunque en vez de ricitos rubios luzca una lustrosa melena oscura. En manos de otros dibujantes, Conan pasó a parecerse a un Hércules cejijunto y de modos groseros más acordes a su condición de bárbaro, y el proceso de identificación deviene más peliagudo. Posiblemente quien mejor entendió al personaje fue John Buscema, un artista que logró estar a la altura de sus maestros confesos, Alex Raymond y Harold Foster. Gracias a los vigorosos trazos de Buscema, La espada salvaje de Conan se convirtió en una de las series más populares de los años 70.

En la década de los 80, sin embargo, y quizás por influencia del cine de acción que más se prodigaba entonces, a la Marvel no se le ocurrió otra manera de desarrollar la personalidad del cimerio que hipertrofiando su anatomía y convirtiendo su cuerpo musculoso en una armadura en sí mismo, repleto de arabescos y muescas. En los tebeos dibujados por Claudio Castellini, no hay músculo, tendón o vena que no esté en tensión. Como si Conan, en vez del hijo de mil batallas, fuera el fruto prieto de mil horas de gimnasio (Es lícito temer que Robert E. Howard encontrara grotesco este guerrero narcisista y atiborrado de anabolizantes). En el año 2003, Conan pasó a la escudería de Dark Horse Cómics y dicen los entendidos que el dibujante Cary Nord le ha devuelto la dignidad perdida. ¡Por Crom! Parece que el cimerio aún seguirá llevando a nuevas generaciones de lectores a un tiempo más allá de tiempo y a una tierra que no está en esta Tierra. Un tiempo brutal. Una tierra salvaje.

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