"Me importa un rábano pasar a la posteridad"
Soledad Sevilla | Pintora
La artista ha inaugurado esta semana la temporada de la Galería Marlborough de Madrid con una exposición inspirada en los secaderos de tabaco de la Vega de Granada
Granada/A Soledad Sevilla (Valencia, 1944) le importa "un rábano pasar a la posteridad" o estar de moda. Lo ha demostrado a lo largo de su coherente y fecunda carrera. Cuando el arte pop triunfaba en España, la pintora valenciana lo esquivaba a través de la abstracción geométrica -aunque la acusaran de tener "demasiado buen gusto"-. Medio siglo después, la artista sigue creando con la misma frescura e intensidad que antaño. Lo demuestra en su nueva exposición, Luces de invierno, que esta semana inauguró la temporada de la Galería Marlborough de Madrid. El conjunto de 60 obras, que se podrán ver hasta el 11 de octubre, cierra su serie sobre los secaderos de tabaco de la Vega de Granada y muestran el proceso lento e interior de esta creadora que ahora hace balance de su trayectoria.
-Acaba de inaugurar Luces de invierno, una mirada poética a su invierno personal "sin nostalgia". ¿El arte también envejece junto a su autor, o mantiene su vigencia con el paso de los años?
-Mantengo la frescura y la intensidad con el paso de los años. Seguramente ésta sea la mejor exposición que he hecho hasta ahora. Bueno, no sé si la mejor, pero en estos momentos se puede leer como la mejor. Es magnífica. Así que no cabe duda de que no ha habido envejecimiento por mi parte. Lo hay personal, pero no artístico.
-La muestra cierra la serie sobre los secaderos de tabaco de la Vega de Granada. ¿Por qué le inspiran tanto estos paisajes?
-Tengo un vínculo muy fuerte y potente con Granada. Sigo teniendo mi casa allí desde siempre. Voy siempre que puedo, que no es mucho. Todo el interior de esos secaderos, que a todos nos fascinan por ese juego de luces y de sombras, tiene mucho que ver con mis intereses. He hecho además esas arquitecturas en anteriores obras.
-¿La belleza se puede esconder en una estructura hecha con cañas y madera desvencijada?
-Claro, por supuesto. ¿Cómo es posible que una cosa no sea lujosa no tenga valor? Eso ya está superado. Hay interés en cualquier cosa. Como dice un amigo mío, "el arte recibe la mirada, la belleza recibe la mirada".
-¿Cómo se entrena esa mirada?
-Primero porque hay una vocación desde hace muchos, muchos, muchos años. Yo empecé a pintar con 16 años. Hice la carrera de Bellas Artes y desde entonces no he parado de entrenar la mirada.
-¿Uno se autocensura menos y es más atrevido en su juventud?
-Cuando eres joven eres menos reflexivo porque estás buscando tu camino. Luego entras en una introspección. Con la edad mejoras. Yo tengo una teoría: lo que se gana es mejor que lo que se pierde en la madurez.
-"Me gustan las cosas que están veladas, que hay que descubrirlas", dice en un documental que le hizo RTVE. ¿Su concepción del arte debería ser la de todos?
-Nunca he pretendido dar lecciones. Uno tiene su mundo personal y lo trabaja y va por ahí. Realmente la única explicación es la obra. Si estamos hablando tú y yo es porque lo necesita el mundo de la prensa, pero lo único que tiene sentido es que el espectador o tú vengan a ver la obra.
-Me refiero a que usted anima a descubrir la obra, a sentarse frente a ella, a ir más allá. La gente muchas veces no repara en ello y pasea por los museos como zombies.
-Vivimos en la era de las pantallas y el movimiento. La gente, la masa, la mayoría, lo que hace es consumir eso y si entra en un museo se aburre. O hay algo en movimiento o pantallas o no entiende nada. Delante de un trabajo pictórico hay que mirar y reflexionar. Uno tiene que dejarse acaparar por eso que está mirando y analizarlo desde un punto de vista psicológico, interior. Eso es capaz de hacerlo muy poca gente porque no se la educa para eso. Se la educa para las pantallas. Es como la poesía. ¿Quién lee poesía? Muy pocos. La poesía es un mundo reflexivo, personal, que requiere una sensibilidad que la sociedad no desarrolla. Desarrolla aspectos inmediatos del ser humano.
-¿Aprendió algo de arte en la escuela o en el instituto?
-No. Yo aprendí ya en la escuela de bellas artes, que en ese momento no eran facultades. Hay un aprendizaje que se adquiere hablando con amigos, leyendo, al margen de la enseñanza y las instituciones oficiales.
-¿Qué le recomienda a los jóvenes que se quieren dedicar a esto?
-Si el joven siente la vocación, tiene esa capacidad, no hay nada que decirle porque va a seguir por encima de todo. Y si no tienes eso no lo consigues. Es duro y es difícil esto del arte.
-¿Ha sacrificado muchas cosas hasta llegar hasta aquí?
-No siento que haya sacrificado nada. Ha sido lo más importante junto a mis hijos y mi familia. Si estaba con mi familia estaba echando de menos no poder trabajar. Si estaba trabajando me preocupaba porque mi familia estuviera atendida. Ahí hay un conflicto que no se puede resolver (ríe).
-¿Le pasa factura al artista pasar tantas horas trabajando en solitario?
-No, no creo. Es un mundo desde luego solitario y autista. La soledad es buena y necesaria para el arte. Si no hay soledad no puedes trabajar. Los periodos en el estudio tienen que ser largos porque si no se alcanzan ciertas metas.
-Dos poetas han inspirado parte de esta exposición: Pessoa y William Faulkner. Este último aparece citado en el catálogo. ¿Son formas de expresión mucho más sugerentes que el cine o la literatura?
-Son equivalentes. Pero el cine tiene una importancia y repercusión social que no la tiene la pintura y la poesía. Es más rápido, más directo. No podría establecer jerarquías. Todo es arte y el arte es muy importante. Lo necesitamos y es imprescindibles para el ser humano.
Su vínculo con Granada no acaba en los secaderos. Hizo una serie sobre la Alhambra y ha llevado a cabo instalaciones en espacios como la casa horno del oro. Esta última le permitió, dijo Yolanda Romero en el catálogo, "introducir la experiencia sensorial en su obra, al tiempo que subrayó la condición efímera e irrepetible del arte". ¿A usted le preocupa no pasar a la posteridad?
-A mí me importa un rábano pasar a la posteridad. Lo que me importa es el día a día, el mañana, a ver de qué voy a comer. La posteridad sencillamente me importa un rábano. No lo digo por postureo, es lo que siento.
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