El lado salvaje del camino
Treinta años después del primer encuentro entre Tom Waits y Rickie Lee Jones, sus últimos trabajos ven la luz casi a la vez

Hubo un tiempo en el que Rickie Lee Jones y el que por entonces era su novio, Tom Waits, formaban una irresistible pareja. Juntos representaban el radicalismo y la rebeldía callejera en oposición a los dinosaurios que habían conformado el rock californiano de los setenta. Sus correrías nocturnas cuando salían del Troubadour, el club de Los Angeles donde solían actuar, resultaban mucho más atractivas y refrescantes que la imagen de las viejas glorias blindadas en sus mansiones de Laurel Canyon y asistiendo a programas de desintoxicación.
La década de los setenta tocaba a su fin y Tom Waits estaba a punto de conocer a Kathleen Brennan durante el rodaje de Corazonada, el film que arruinó por primera vez a Coppola. Brennan se convertiría poco después en su más directa colaboradora, su crítica más dura y en la persona que diseñaría su carrera, que canalizaría su creatividad proporcionando la disciplina suficiente, además de en su esposa. También estaba a punto de dar el salto de Asylum, el sello de los pijos de California, a Island. Ahí sería donde su figura comenzaría a volverse gigantesca, cuando nació el ogro sensible, el experimentador irredento.
Pero antes de eso, en 1979, viviría la vida disipada, las noches interminables salpimentadas por las drogas duras y las complicidades sexuales múltiples junto a Rickie Lee Jones. Ella acababa de publicar su primer disco pero ya gozaba de más relevancia mediática que él; sus monólogos eran por entonces incendiarias proclamas precursoras del spoken word, y no le temía al futuro ni al abismo de la bohemia. Se bebía la vida a tragos tan contundentes que ni Tom Waits estuvo dispuesto a seguir su ritmo. Treinta años más tarde coinciden sus últimos trabajos discográficos. Él pone en circulación un directo que viene a resumir la gira homónima por Europa y Estados Unidos del 2008. La mayor parte del repertorio corresponde a su actual etapa en Anti y, aunque se nota la intención de dotar al conjunto de la cohesión y la linealidad de uno de sus shows, la verdad es que los temas están escogidos de entre varias ciudades a uno y otro lado del Atlántico (ningún corte por cierto de sus actuaciones españolas). Un segundo disco contiene las diatribas verbales que escupe entre canciones, algo que funcionaba mejor en su orden original como ocurría con Nighthawks at The Diner, su directo del 75.
La Jones, por su parte, continúa destilando en el estudio el talento que ya nos dejó saborear con su anterior obra. Recién cumplidos los 55, conserva esa voz cálida y juvenil que la convirtieron en una estrella. Con ella y las colaboraciones de Ben Harper, Lucinda Williams o Vic Chesnutt ha facturado un precioso álbum en el que se muestra protectora (en la hermosísima Wild girl, dedicada a su hija) y protegida (en la nana The moon is made of gold que solía cantarle su padre y que ella interpreta con el deje de Billie Holiday).
Tom Waits Anti-Pias
Rickie Lee Jones Universal
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