“La lectura en papel habla de muchos valores del pasado que conviene conservar”

Luis García Montero, poeta y director del Instituto Cervantes

El catedrático de Literatura de la UGR ofrecerá esta tarde en el Quiosco de la Música el pregón de apertura de la 39 Feria del Libro de Granada, una edición dedicada al Medio Ambiente

“La lectura en papel habla de muchos valores del pasado que conviven conservar”

Granada/–El tema de esta Feria del Libro es la ecología y la sostenibilidad. ¿Cómo enlazarlo con la literatura? ¿Lo abordará en su discurso de esta tarde?

–Lo de la ecología es una cuestión importantísima que me preocupa políticamente pero yo voy a destacar la cultura como patrimonio para dar respuestas democráticas y humanas a las crisis. No me voy a ceñir a ese tema, será una parte de mi reivindicación del valor democrático para la sociedad del libro y de la cultura.

–En esa defensa del libro, ¿da igual el soporte? ¿Es más ecológico el digital?

–Se constata por el comentario de editores y lectores que el libro en papel ha resistido muy bien. Aquella profecía sobre su desaparición en favor del electrónico no se ha cumplido. A mí me interesa reivindicar la relación que los lectores establecen con el papel. La lectura digital tiene que ver más bien con el usar y tirar. Eso lo vemos por ejemplo con la lectura de documentos o la prensa y tiene que ver más con la tecla de borrar o de reinicio.

–Y el lector en papel, ¿qué tipo de relación establece?

–Más que una relación de usar y tirar con la letra es una relación de permanencia. De construcción de la propia biblioteca. Y se ha generado esa vinculación con el libro de papel porque es un grandísimo invento tecnológico. Yo reivindico ese derecho a la lectura en papel. Me preocupa más la contaminación de las grandes industrias. Me preocupa más la destrucción productiva del capitalismo desbordado que la impresión de volúmenes, que es absolutamente compatible con los cuidados climáticos.

"Es importante unir la tradición humanística con la transformación digital como parte de una misma cultura"

–Ahora que su cargo de director del Instituto Cervantes le obliga a viajar constantemente y a llevar prácticamente una vida nómada. ¿No ha sucumbido al digital por ahorrar espacio en la maleta?

–Yo sucumbí investigando. Es muy útil cuando debes viajar y estás escribiendo un libro. Si tienes que llevar para la bibliografía 20 artículos y cuatro libros el archivo electrónico está muy bien. Ahora, como suelo ir con bastante poco equipaje y bastante poca ropa, dos o tres libros me dan compañía. Supongo que es una cuestión de edad, pero prefiero el papel. No tengo tampoco muchos problemas visión: el libro digital está muy bien para los que necesitan poner en tamaño grande las letras. Aunque desde luego no soy un desconsiderado con la lectura electrónica, creo que es compatible. Defiendo la lectura en papel porque habla de muchos valores del pasado que conviene conservar.

–¿Esa ha sido su filosofía también al frente del Cervantes?

–Con la pandemia, en el Instituto Cervantes hemos acelerado mucho el trabajo de nuestras bibliotecas electrónicas. Ha habido que cerrar, guardar confinamientos y ese empuje está muy bien. Pero hemos tenido también el cuidado de poner en marcha una biblioteca patrimonial en el que las herencias del pasado y el humanismo estén presentes. Que haya una gramática de Nebrija, unas primeras ediciones de Rubén Darío, García Lorca o Juan Ramón Jiménez... Creo que es importante unir, como parte de la misma cultura, la tradición humanística con las apuestas de la transformación digital en el futuro.

–¿Dónde está físicamente esa biblioteca?

–En Alcalá de Henares. El primer centro del Instituto Cervantes se puso en marcha allí en 1991, allí mantenemos nuestras sede histórica y allí hemos puesto en marcha nuestra biblioteca patrimonial. La inauguramos con una exposición de toda la edición de la poesía española de Posguerra y Contemporánea del editor de Hiperión, Jesús Munárriz, que nos donó 9.000 libros –no de su catálogo, sino de su biblioteca personal–.

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"Llegamos al extremo de convertir nuestro centro de Nueva Delhi en un albergue para los españoles que estaban de turismo cuando los vuelos se cancelaron"

–Una máquina tan grande, con 88 centros repartidos por todo el mundo, ¿cómo se tuvo que ajustar para que siguiera funcionando en los tiempos de pandemia?

–No es lo mismo en Berlín, París o Madrid, que en Nueva Deli, Manila o en Orán. La preocupación por los recursos humanos y el trabajo con el Ministerio fue importante. Llegamos al extremo de convertir nuestro centro de Nueva Deli en un albergue para españoles que estaban de turismo cuando los vuelos se cancelaron y no podían encontrar hotel. Los alojamos hasta que el Ministerio encontró vías de evacuación con viajes especiales. Además, muchas de las actividades tuvieron que suspenderse y aprovechamos el trabajo que se iba realizando para la transformación tecnológica. En ese sentido hubo que hacer clases en línea y actividades culturales también en línea.La respuesta ha sido positiva: sólo se redujeron un 14% las matrículas por el cierre de clases presenciales. En cultura se aumentó la participación de la gente muy notablemente. De tener un registro de 700.000 usuarios anuales hemos pasado a casi dos millones. La pandemia ha sido un reto pero también ha abierto caminos para buscar estrategias de futuro. Ahora tendemos a las actividades híbridas: que puedan seguirse en la red pero mantengan también los vínculos humanos.

–¿Los cursos se seguirán haciendo en línea?

–Se están investigando y desarrollando tres posibilidades. Por un lado, hay gente que cuando se han podido reabrir los centros adaptándose a las exigencias de la pospandemia prefieren las clases presenciales. Hay quienes siguen optando por los cursos en línea, entre otras cosas porque permiten la participación de personas que no viven en las ciudades donde tenemos centros. Y en algunas sedes, como en la de Tokio, se está desarrollando una buena investigación sobre la docencia de cursos híbridos –se puede ordenar la participación de los alumnos según los días como presencial o en línea– que después se ha extendido a otros lugares.

–¿Y qué cambios ha notado en las necesidades de los usuarios?

–Una de las facetas más importantes a las que ha tenido que hacer frente el Instituto ha sido la formación de profesores de español como lengua extranjera para formarlos en las técnicas de los cursos on-line, que son distintas a las clases presenciales. En ese sentido, los cursos de formación de profesores son muy importantes también para nosotros porque celebramos los 30 años de trayectoria y hay gente que empezó a dar clase hace veintitantos años. La renovación pedagógica es muy importante. Pero la demanda depende mucho de las necesidades de cada centros.

–¿Cuál es el personal del Instituto?

–Tiene una plantilla fija que, a lo largo de los años, ha ido sufriendo como consecuencia de las crisis. En 2009 llegamos a tener una plantilla de 1.200 empleados pero después empezaron las rebajas y el año pasado quedó en 900 personas fijas y, según la demanda de los distintos centros, contamos con profesores colaboradores que dan clases. Es verdad que hay un factor coyuntural: a veces puede haber mucha demanda en Moscú y, de pronto, si hay una crisis entre Rusia y Europa pasa a la mitad. Pero est año hemos tenido la suerte de volver a tener una oferta de empleo público que nos ayude a ir equilibrando las carencias y hemos sacado bastantes plazas para que profesores colaboradores pasen a plantilla y esta se pueda rejuvenecer.

“En mis libros anteriores he analizado en mi interior las huellas de la historia; en este he ido viendo las huellas de mi intimidad en la historia”

–Otro de los retos será la disparidad de los centros según los distintos países.

–Es que no es lo mismo toda la transformación tecnológica hacerla en Estocolmo que hacerla en Marruecos, en donde las líneas y posibilidades de comunicación son distintas. Aunque, por ejemplo, si faltan ordenadores puede haber plataformas para se sigan desde teléfonos móviles. Además de las condiciones varían los tipos de alumnos. En Estocolmo igual puede ser un grupo de amigos que quieren aprender español porque se van a comprar una casa en el país y les encanta la actividad presencial para luego compartir una cerveza. Eso es muy distinto a una situación como la de Manila donde el tráfico es muy difícil y pasar de un barrio a otro puede suponer tres horas y una clase de español cinco o seis en traslados.

–En cuanto a su faceta como autor, su último libro de poemas, No puede ser así, publicado en Visor esta primavera, ¿qué tiene de diferente y cuánto hay de continuidad respecto a poemarios anteriores?

–Es lógico que uno tenga un mundo literario hecho al cabo del tiempo, aunque la máxima preocupación sea no repetirse. Dentro de ese mundo están los matices. Yo este libro empecé a escribirlo en 2016 y he ido poco a poco haciéndolo. Siempre me ha interesado la unión entre la intimidad y la historia, esa reflexión de Machado sobre cómo los sentimientos pertenecen a la historia. Ahora he intentado hacer la misma percepción desde la perspectiva inversa: en mis libros anteriores he analizado en mi interior las huellas de la historia; en este he ido viendo las huellas de mi intimidad en la historia. De qué manera determinadas fechas, personajes y acontecimientos ponen en marcha mi mirada para interpretarlos de una forma personal. Es un libro que se subtitula Breve historia del mundo porque empieza con Adán y Eva, termina con los problemas de la democracia en el siglo XXI y va pasando por la Conquista de Granada, la Revolución Francesa, la Revolución Soviética o por la Dictadura. Pero también por los descubrimientos de personajes como Galileo. Aunque al final todo son inquietudes que pertenecen al mismo mundo: la relación de la historia con la experiencia individual y el peso histórico en los sentimientos más íntimos.

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