Cuadro anónimo de principios del XVI sobre un festejo taurino en Benavente en honor a Felipe el Hermoso.
Cuadro anónimo de principios del XVI sobre un festejo taurino en Benavente en honor a Felipe el Hermoso. / R. G.
Belén Rico

28 de diciembre 2023 - 14:58

Granada/La tradición es el parapeto en el que la tauromaquia siempre se ha amparado desde que el debate sobre las corridas de toros saltó al ruedo público hace relativamente poco tiempo, porque fueron las redes sociales en buena medida las que permitieron un cuestionamiento que hasta ese momento prácticamente quedaba relegado al ámbito de lo privado. Aunque hoy en día el número de las figuras públicas que se posicionan en contra es el mismo o superior de los que se muestran a favor y los ciudadanos tienen nueva voz, antes solo unos cuantos artistas y pensadores, como Larra, mostraban abiertamente en los medios su disidencia ante una postura oficial que parecía unánime. ¿Pero el camino hasta una mayor conciencia sobre el asunto no ha sido tan lineal como se puede pensar? ¿Por qué casi no se cuenta que las corridas estuvieron prohibidas por ley en tiempos de los reyes Carlos III y Carlos IV? Y retrocediendo más en el tiempo, ¿cuál es su verdadera historia? ¿Cuándo nacieron realmente este tipo de festejos en torno al toro? Para dar respuesta a estas y otras cuestiones una investigadora granadina, María Luisa Ibáñez, ha dedicado diez años de su vida a bucear en todo tipo de documentos históricos que pudieran arrojar luz sobre el tema. El resultado es un libro de 600 páginas titulado T

La investigación

Publicado en la editorial Caligrama, el volumen da respuesta al cómo, dónde y sobre todo por qué. Licenciada en Geografía e Historia en la especialidad de Historia del Arte, era consciente de la existencia de múltiples teorías sobre ese origen milenario pero sin ninguna evidencia. Cansada de no encontrar respuestas coherentes, la autora indaga con tesón en la historia de España para buscar las claves de su nacimiento y las causas que la hicieron transformarse con el paso del tiempo. En ese empeño por descubrir las circunstancias que la hicieron emerger, termina enderezando las múltiples tergiversaciones cuando no directamente bulos que sobre esta cuestión se han montado a lo largo de los siglos.

Dibujo del arcángel alanceando a la bestia de mediados del siglo XI.
Dibujo del arcángel alanceando a la bestia de mediados del siglo XI. / R. G.

"Es el libro más abundante y certero en información que se ha publicado hasta la fecha sobre los orígenes históricos de la tauromaquia y, con ella, de las "fiestas" con toros por las calles (bous al carrer)" escribía este año Ángel Padilla en una reseña sobre el trabajo publicada Elperiòdic. Ciertamente, la autora reconoce que no ha sido tarea fácil condensar en un volumen -a pesar de su extensión- la cantidad de información recopilada en tantas horas de investigación que ha compatibilizado con su trabajo en la Universidad de Granada.

Retrato de María Luisa Ibáñez con un ejemplar de 'Tauromaquia. Déjame que te cuente su historia'
Retrato de María Luisa Ibáñez con un ejemplar de 'Tauromaquia. Déjame que te cuente su historia' / R. G.

De nobles a plebeyos

La investigadora desmiente el supuesto origen milenario de la tauromaquia, porque si bien en España hubo ciertamente un culto a la figura del toro pero este llegó aquí procedente de otros países y en nada tiene que ver con el espectáculo que se conserva en la península y de aquí se exportó a hispanoamérica. Según detalla Ibáñez, la mayoría se iniciaron sobre todo a comienzos del XX y "aún hoy en día hay quienes las siguen repitiendo", "tanto las que -para justificar sus comienzos en la más remota antigüedad- apuntan a los albores de las antiguas culturas nacidas en el Mediterráneo Oriental, como las otras que te hacen mirar a la prehistoria hispana, o te hablan de supuestos rituales taurinos llevados a cabo por los pueblos prerromanos".

Si bien el nacimiento de las corridas "tal y como las conocemos hoy no se produjo hasta el XVIII", "el hábito por acribillar toros lo iniciaron los caballeros de la nobleza en la Alta Edad Media; en principio, para su propia gloria y ocioso entretenimiento", informa la escritora en su ensayo. "Con el tiempo, aquella práctica fue adoptada también por los pudientes, caballeros villanos o burgueses enriquecidos, los cuales a partir del siglo XIII comenzaron también a festejar sus bodas aguijoneando toros en las plazas de sus pueblos -festejo del toro nupcial-".

En esos tiempos a los plebeyos todavía les estaba prohibida la "fiesta" hasta que en el siglo XIV, "los poderosos los hicieron también partícipes de los linchamientos, favoreciendo su participación en los festejos taurinos populares con el fin de tenerlos entretenidos".

Durante primeros años la investigadora subraya "la visión bipolar de la Iglesia católica sobre el asunto", que alternaba las "arengas en contra" con la insistencia de otros dirigentes por mantener "aquellos juegos".

Comienza el negocio

No fue hasta el XVIII cuando "el populacho más humilde, hambriento y desesperado, apoyado en Andalucía por la nobleza y sus maestranzas, se tiró al ruedo para enfrentarse no ya por honor, sino por hambre" al animal. "No hay que ser muy avispado para ver cómo desde entonces la nobleza, que durante siglos se había exhibido ufana rejoneando toros en las plazas mayores, pasó a partir de este momento a observar a sus protegidos plebeyos -toreros- desde la barrera de sus propias plazas y, movida por intereses económicos, siguió fomentando lo que ya se había convertido en un negocio". Fue a partir de entonces cuando muchos nobles, propietarios de fincas ganaderas, "aprovecharon la ocasión" para hacer "un lucrativo negocio". Y ahí, en ese contexto, fue "cuando para crear un animal potente y fiero que diera juego en la plaza se fueron seleccionando los toros más bravíos para cruzarlos de manera artificial y crear así los primeros encastes de toros de lidia".

Y si en el XVIII, en paralelo a la llegada de su consagración mercantil, arreciaron las críticas. "Ni siquiera las voces que comenzaron a emitir en su contra los ilustrados -entre los que se encontraban Jovellanos, o el mismo conde de Aranda- pudieron terminar con ella". Estuvo, eso sí, a punto de desaparecer porque gracias a esos razonamientos los espectáculos con toros estuvieron prohibidos en tiempos de Carlos III y Carlos IV. Sin embargo, "nuevas circunstancias adversas -invasión de las tropas de Napoleón y luego la reposición del más tirano de los reyes borbones que se haya conocido, Fernando VII- dieron al traste con aquellos intentos evolucionistas". Y es que para la autora el monarca "no solo traicionó" los ideales "de la primera Constitución española -La Pepa de 1812- sino que además volvió a levantar la "tradición taurómaca, por entonces abolida".

En conclusión, para la investigadora ni el camino para llegar aquí ha sido tan largo como se cuenta ni el que llevará a la desaparición de la fiesta tan corto como cabría pensar en una época que ha alumbrado ya hasta una Ley de Bienestar Animal. "Una cosa son los derechos de los animales y otra la tauromaquia" distingue la autora en un momento en el que los intereses empresariales han sustituido a los privilegios nobiliarios pero tienen aún más peso. Porque se hará menos alarde de las cuestiones económicas que de la tradición a la hora de argumentar una defensa, pero el dinero a la postre resulta un parapeto más eficaz. "Hay tanto poder detrás que sigue siendo una cuestión difícil de tocar", comenta Ibáñez, que trabaja ya otro volumen sobre el tema.

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