El loco de la familia

Mondadori recopila los 'Cuentos esenciales' de Guy Maupassant, un autor que vivió deprisa con la convicción de que el plazo asignado es siempre precario

Maupassant acabó sus días en un manicomio.
José Abad

29 de enero 2009 - 05:00

En 1889, en el momento de recluir a su hermano menor en el manicomio en donde habría de morir poco después, Guy de Maupassant se escuchó decir estas palabras: "¡Miserable! Me has hecho encerrar cuando el loco eres tú. ¡El loco de la familia eres tú!". Los improperios no eran la hiel de un perturbado, sino el diagnóstico de un mal ya presente en forma de fortísimas cefaleas, crisis nerviosas y ataques de epilepsia, y que Maupassant combatió, o creyó combatir, con todos los alucinógenos a su alcance.

La enfermedad se intensificaría en los años sucesivos -quizás lo del hermano fuera una maldición, no un dictamen- y el escritor terminaría hundiéndose en un torbellino de espiras cada vez más sutiles que lo llevó, el día de Año Nuevo de 1892, a querer degollarse con un cortaplumas. Lo internaron. Y en la casa de reposo consumió sus últimos meses, que no fueron muchos. Murió en julio de 1893. En los doce años anteriores, en una carrera febril y fértil entregó a la imprenta tres libros de viajes, media docena de novelas y tres centenares de relatos.

Nacido en 1850, Guy de Maupassant era el primogénito de un hombre de negocios de carácter violento y una mujer culta, buena amiga de Gustave Flaubert, que le inculcó su pasión por las letras. Tras el divorcio de los progenitores, Guy y su hermano Hervé quedaron al cuidado de la madre, quien jamás ocultó su preferencia por el primero. En 1870, tras el estallido de la guerra franco-prusiana, el joven Guy fue reclutado; buena parte de las impresiones y paisajes de aquella experiencia irían a parar a los surcos de relatos tan famosos como Bola de sebo o Mademoiselle Fifi, en los que hizo incisivos retratos de la doble moral de sus compatriotas durante la contienda. El primero de ellos, cuyo éxito le permitiría consagrarse a la escritura, cuenta el periplo de un grupo de paisanos a través del territorio ocupado por el ejército prusiano; el grupo obliga a una chica a irse a la cama con un oficial enemigo pronto a abortar el viaje si ella no satisface sus necesidades; la chica, luego, será repudiada.

Una vez terminado el conflicto e instalado en París, Maupassant desempeñó varios cargos en ministerios diversos al tiempo que, también él, daba rienda suelta a sus apetitos primarios a base de juergas y mujeres, muchas mujeres, la mayoría prostitutas.

Gracias a los contactos maternos, entró en el círculo de allegados de Flaubert, entre quienes se hallaba Émile Zola, otra notable influencia en su obra. En principio, el escritor se inclinó por la poesía, motivado quizás por el tópico de que en el verso hay más literatura que en la prosa, pero llegó el éxito de Bola de sebo y el flechazo por la narrativa. En novela alcanzaría logros como Bel Ami (1885), sin embargo, lo mejor de su talento se encuentra en las distancias cortas. Maupassant es un cuentista excepcional. En ocasiones parece que sus tramas podrían llevarse más lejos, pero nunca se tiene la impresión de que se hayan frustrado o desperdiciado sus mejores bazas. Tampoco hizo ascos a ningún género y al repasar su producción breve sorprendemos piezas en clave naturalista a la manera de Zola (El señor Parent, El collar, El ahogado), y piezas inclinadas hacia lo bizarro (El miedo, La madre de los monstruos, La mano) a la manera de Edgar Allan Poe.

Maupassant siguió echando no una, sino infinidad de canas al aire; vivió de prisa, con la convicción de que el plazo asignado es siempre precario. Una enfermedad venérea transmitida por el padre apagó primero las luces de su hermano Hervé; luego las suyas. El loco de la familia conocía y temía el morbo que lo estaba corroyendo y éste es un elemento recurrente en sus historias; incluso en los cuentos más racionales no es inusual hallar una esquirla de locura. Los relatos mencionados y muchísimos más, hasta sumar 140, han sido reunidos por Marie-Helène Badoux en Cuentos esenciales, un extraordinario volumen embellecido con ilustraciones de Ana Juan. Lo ideal es tener el libro al alcance y hacerle catas a menudo.

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