"Nuestros mayores vivían sin 'zapping' y apuraban el jamón hasta el hueso"
miguel pasquau liaño. escritor
Magistrado y profesor en la Universidad de Granada, acaba de publicar su segunda novela, 'Cuando siempre era verano', que se ha convertido en la 'obra granadina' de la Feria del Libro
-Ya en el título se puede intuir que en esta su segunda novela no hay malos rollos...
-Si es así, entonces el título es acertado, porque la novela está escrita deliberadamente para buscar una buena experiencia. No la evasión, ni mucho menos, pero tampoco, esta vez, hurgar en lo perverso y en la corrupción del alma, como en mi anterior novela, Recuerda que yo no existo. Esta vez los protagonistas son la entereza, el cariño trabado con naturalidad en un ambiente familiar de gente decidida a vivir su vida buscando una felicidad modesta y con fundamento. La virtud también existe, incluso el buen amor. Hubo mucha gente en la generación que nos precede que supo salir de una guerra sin darle demasiada importancia a sus enormes heridas. Pero no se trata de una novela de recuerdos nostálgicos. De lo que se trata es de buscar la profundidad que a uno a veces le alcanza, desde lo más remoto de su existencia, sin saber por qué. Si fuéramos capaces de aceptar la herencia, lo que nos han dado gratis, seríamos mucho más resistentes.
-¿Cree que cualquiera que tenga más o menos su misma edad se sentirá identificado con las historias y los personajes que transitan por la novela?
-No lo sé, pero mi ambición es que cada lector pueda encontrar algo que lo llevase a ese resquicio por el que pudiera entrar una caravana de emociones que lo llevase a sus propios veranos, a esa experiencia que creo universal y que consiste en darnos cuenta de que el suelo que pisamos es el resultado de mucho trabajo, lucha, conquistas y virtud acumulada.
-¿Podría ser la historia de cualquier persona de la época, de cualquier familia?
-Sí y no. Sí, porque el escenario en que transcurre la novela es lo cotidiano, sin grandes gestas, sucesos extraordinarios o tragedias desmesuradas, y en lo cotidiano unos y otros nos parecemos más. Pero no porque fue una época singular, y yo me fijo en una gente peculiar que no puede generalizarse. La novela recorre las historias de dos generaciones pero dentro de una familia a la que las cosas le iban bien. Hubo muchas familias así, pero junto a ellas había otra gente para la que el principal objetivo era la supervivencia, y tenía peores condiciones para alcanzar lo que yo considero una vida digna, es decir, una vida marcada por la honestidad, la honradez, pero también las posibilidades de disfrutar de un oasis íntimo de pequeños placeres cotidianos.
-¿Se sigue hablando de esta parte de la historia en clave de vencedores y vencidos? Parece que en su novela ha intentado evitar precisamente esa diferencia.
-La guerra civil no fue el resultado de una reivindicación popular, sino un pésimo arreglo de los conflictos del poder. Otra cosa es que, surgido el conflicto, la gente tuviera preferencias sobre quién debía ganar la guerra, y que muchos que preferían la paz a la 'victoria' acabasen asumiendo con naturalidad la ideología de la Victoria. Los personajes de esta novela están en el lado de la Victoria, unos con más intensidad que otros, pero son contemplados 'por dentro' y 'desde dentro'. De lo que se trata no es de criticar su ideología, sino de comprenderlos a ellos. Creo que en la narrativa española esto no está demasiado explorado: más bien estamos acostumbrados a sobredimensionar lo político, y a caricaturizar a los personajes aproximándolos a los extremos.
-¿Qué le hace a uno volver atrás y 'analizar' los recuerdos de la infancia? ¿Los años que pasan, los hijos...?
-Mirar atrás no es un gesto de debilidad ni de nostalgia paralizante. Siempre he dicho que yo haría lo que la mujer de Lot, que cuando abandonaba Nínive miró atrás para ver la ciudad de la que huía. Me fastidió mucho que Dios la convirtiera en estatua de sal por ese noble descuido, creo que es un pasaje antipático e injusto. Además, por lo general el pasado no es una Nínive en llamas de la que haya que escapar. No me atraen las personas de cuello rígido y piñón fijo. Los hijos, es verdad, nos hacen darnos cuenta de que nosotros también lo somos, y nos hacen acordarnos de los padres. Somos eslabones de una cadena. Sentir esta experiencia es adentrarse en la profundidad de la existencia y no banalizar nuestra propia dignidad.
-La mayor parte de nuestros recuerdos suelen ser de los veranos de nuestra infancia, ¿por qué cree que se nos quedan en la memoria esas vivencias y menos las de otras etapas de nuestras vidas?
-Porque son el suelo de nuestra vida, lo que nos da entereza, el punto de amarre que necesitamos en algún momento para superar el vértigo. Cada vez que miramos atrás con necesidad de encontrar algo acabamos remontándonos, como la trucha en el río, a las primeras aguas, donde todo estaba entero y más cristalino. Luego llega el barro, los residuos, pero todo el agua del río de la vida estuvo alguna vez limpia, y necesitamos saber que esa agua sigue dentro de nosotros. Podemos quedarnos en un sentimiento puramente estético o nostálgico, pero volver atrás también puede servirnos para reconciliarnos con el presente y ocupar nuestro lugar en el mundo.
-Cada década, cada generación, tiene unas cuantas características comunes, ¿cuáles eran las de los 60 y 70 que describe y cuáles son las actuales?
-Es posible que la visión que tenemos del tiempo de nuestros mayores sea falsa. Quizás también ellos vivían el desasosiego de no poder instalarse en el día a día, en el "cada día tiene su afán" del evangelio. Pero yo los recuerdo así: si leían estaban leyendo, si paseaban estaban paseando, si conversaban estaban conversando. Tenían televisión y jamones, pero vivían sin hacer zapping, y el jamón lo apuraban hasta el hueso. Vivían en un mundo con menos posibilidades, y por tanto más entregados a cada cosa que quedaba a su alcance. Siguiendo con la metáfora de la televisión, ¿cómo va a ser lo mismo poder elegir entre dos canales que entre cuarenta? Si me pregunta qué es mejor no hay más remedio que decir que es mejor tener cuarenta canales disponibles, además de la infinita oferta de Internet, pero es muy importante tener claro que o eliges tú, o te eligen. Y es entonces cuando uno siente la profunda insatisfacción de no estar yendo a ningún sitio, como los náufragos.
-En dos años, dos novelas. Además de su tarea de magistrado, profesor de Derecho, escribe un blog... ¿A cuál de sus actividades se dedica con más entusiasmo?
-En dos años no, en cincuenta y tantos. Quienes han probado con la novela es fácil que acaben teniendo 'fondo de armario', y el ritmo de publicación tiene poco que ver con el ritmo de creación. Esta novela se ha cerrado ahora, pero se abrió y creció en la época de la crianza de mis hijos, que ahora son adolescentes. ¿Entusiasmo? Le aseguro que me entusiasma más sentarme al ordenador para escribir que venir a trabajar, pero créame que me sé afortunado por tener un trabajo intelectual que es mucho más que un modo de ganarme la vida.
-¿Renunciaría a alguna por otra?
-Yo de mayor quiero ser ciclista y ganar el Tour. Pero como eso es imposible, habrá que seguir en la bendita rutina de trabajar y pedalear al mismo tiempo.
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